II. Gran Comedor

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Cuando se abrieron las puertas del Gran Comedor no podía creerme que estuviera en Hogwarts de nuevo. Recorrí junto a Harry, Ron y Ginny los pasillos para llegar al final de la mesa de Gryffindor. La mesa estaba repleta de banquetes que desprendían un aroma cautivador. Pollo asado, jugo de calabaza y miel. Me estaban invadiendo los recuerdos felices que había pasado en esta sala, con mis amigos, cuando una voz innecesariamente gritona y aguda que procedía de detrás de mí captó mi atención.

Pansy Parkinson estaba abrazada al cuello de Malfoy.

—¡OH DRACO! ¡CREÍA QUE NO VENDRÍAS!— Pansy deslizaba su mano arriba y abajo por los brazos de Malfoy. —¡Estás muy fuerte, Draco! ¡Y tan alto...!

—Estoy aquí, ¿No?— gruñó él apartándose de la chica. Pero Pansy no le dio tregua, y se acurrucó junto a él en el banco.

Me quedé mirando a Malfoy. Esa escena se repetía todas las noches cuando íbamos a Hogwarts, Pansy restregándose por Malfoy, y Malfoy disfrutando de todas las atenciones que recibía. Me quedé mirando la escena. Era verdad. Draco estaba más alto, y más fuerte que el año pasado. Había dejado atrás esa cara redonda, propia de un niño. Llevaba el pelo más suelto, le quedaba mejor. Qué asco, pensé, ni con la mejor de las pociones embellecedoras me parecería atractivo. Pero había algo más diferente en él. No era físico. No parecía disfrutar del momento de adulación, como siempre, se le veía... ¿Incómodo? Y con la mirada triste. De repente, sus ojos se cruzaron con los míos. No sé por qué, pero en ese momento me salió ofrecerle una sonrisa. A Malfoy. Al tío que me había hecho la vida imposible durante siete años. Rápidamente aparté la mirada, avergonzada. Qué idiota eres, Hermione, pensé.

—Genial,—refunfuñó Ron,—ahora hueles a esa asquerosa serpiente—dijo sentándose en el banco a mi lado.

—Sí,—siguió Ginny con el ceño fruncido—hemos visto a Malfoy entrar en tu compartimento del tren. ¿Qué hacía? Ha ido para insultarte?— me preguntó.

No sabía por qué, pero no quería contarles nada de lo que había sucedido en el tren. No sabía si lo que me había dicho Malfoy era verdad, no lo creía, pero en el remoto caso de que fuera cierto, no me habría gustado que alguien lo contara, si estuviera en su piel.

—Sólo ha venido a hacer una estúpida broma de las suyas— mentí.

A Harry se le veía en la cara que estaba muy molesto y todos sabíamos por qué.

—La pregunta es, ¿Qué coño hace aquí Malfoy?— gruñó con un tono demasiado alto.—Es un puñetero mortífago que tenía como misión matar a Dumbledore. No soportaré todo el curso viéndole esa cara de serpiente, y menos si sigue con sus aires de grandeza, menospreciando a cualquiera con el que se cruza. Como se le ocurra insultarte, Hermione, yo...

—No pasa nada, Harry—lo tranquilicé.—Sabes de sobra que estoy acostumbrada a sus tonterías. Además, si se pasa, sabré defenderme, no te preocupes. Lo mejor que podemos hacer es ignorarle.

Cuando acabé de decir eso me vino a la mente la escena que había vivido antes de subirme al tren. Donde él era un gran lobo gris y aterrador, y yo un pequeño conejo asustado. No pude evitar pensar que lo que menos había hecho desde esa mañana era ignorar a Malfoy, al contrario.

La Ceremonia de Selección ya había terminado, y todos los alumnos se habían ido a su sala. Todos excepto los que habíamos recibido aquella carta ese verano. En ese momento, la profesora McGonagall se puso en pie para empezar su discurso.

Por Merlín que como no diga algo ya le lanzaré un cruciatus. Pensé mientras miraba con impaciencia a la profesora McGonagall.

—¡Sonorus!—dijo, apuntándose con la varita al cuello.—Como bien sabéis los que estáis aquí, la comisión directiva de Hogwarts ha decidido hacer una excepción con vosotros, ya que el año pasado no fue posible hacer los É.X.T.A.S.I.S. Vais a trabajar en un proyecto especial. Justo al lado de Hogsmeade hay un pequeño pueblo, que fue destruido durante la batalla de Hogwarts. Está habitado por muggles. Como bien sabéis, las habitaciones de las salas comunes de Hogwarts están preparadas para un número determinado de personas, y como podréis entender, no caben más. Bien, vuestro proyecto consistirá en haceros pasar por familias muggles y convivir en ese pueblo con normalidad y sin magia—recalcó estas palabras con énfasis— de lunes a viernes. Los fines de semana, vendréis al castillo y daréis vuestras clases con normalidad. Luego, al final del curso, dberéis entregar un trabajo de 50.000 palabras sobre este experimento.

El gran comedor se quedó en silencio. Miré alrededor, y todo el mundo tenía la boca abierta de par en par. Nadie dijo nada, así que la profesora McGonagall siguió con su discurso:

—Sólo podréis utilizar la magia dentro de la casa, para cocinar, limpiar, y hacer las tareas domésticas. Cada casa tiene un encantamiento protector, y si se utiliza la magia para dañar a vuestro compañero, se activará, y traerá con él sus consecuencias.

No entendía nada. Por qué querríamos dañar a nuestro compañero? Vale que convivir con alguien no es fácil, ya lo había visto en GH, pero tanto como para atacarle físicamente...

—Profesora McGonagall— pregunté, y pude oír unas risitas des de la mesa de Slytherin—Por qué íbamos a usar la magia contra nuestro compañero? Lo elegiremos nosotros, ¿no es así?

—No, señorita Granger. Hemos pensado muy bien con quién vais a compartir casa, y como se esperará, no permitiremos que los alumnos cometan blasfemias en este prestigioso colegio. Por eso hemos intentado que cada integrante de la pareja sea muy... Distinto.

Oh, Dios mío. Esto va a salir muy mal.

—Ahora, iré llamando a cada alumno por orden alfabético y le daré un pergamino. Dicho pergamino es un traslador que os llevará directamente a la casa— dijo la profesora McGonagall.—Vuestras pertenencias ya están ahí.

Y sin más dilación, cogió el largo pergamino con la lista de los alumnos y empezó a llamar uno por uno.

—Abbot, Hannah—La chica cogió el pergamino que le tendía la profesora y desapareció sin más.

...

—Granger, Hermione—Me dirigí con nerviosismo hacia la profesora McGonagall, que me tendió el pergamino y desaparecí.

Hielo y CaobaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora