V. Bosque Prohibido

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Abrí los ojos lentamente. No había luces encendidas en el salón, solamente estaba iluminado por el fuego de la chimenea, que crepitaba lentamente. Cerré con cuidado el libro que estaba sobre mi pecho. Me habría quedado dormida en el sofá estudiando. Me incorporé y me froté los ojos. Era tarde. Me levanté dispuesta a irme a mi habitación. Un ruido de una puerta abriéndose me hizo girar la cabeza para averiguar de dónde venía. Era la puerta de la habitación de Malfoy. Salió y se quedó mirándome. Mierda. Solo llevaba puesto un corto camisón rosa. Esperé avergonzada a que soltara alguna bromita sobre mi atuendo. Pero no dijo nada. Mis mejillas empezaron a sonrosarse. No apartaba la mirada de mi, y ese maldito camisón era demasiado escotado y obscenamente corto.

Malfoy se acercó sinuosamente, como un gato. El silencio era atronador. No sabía si era peor que se riera o que no dijera absolutamente nada.

Seguía acercándose. Cuando estuvo peligrosamente cerca de mí se paró en seco. No decía nada, y yo estaba inmovilizada. Quería irme corriendo de allí, pero mis piernas no me lo permitían.

Sentía su cálida y pausada respiración demasiado cerca, lo cual me ponía muy nerviosa. Podía oler su perfume. Olía a menta, a pergamino y a lluvia. Supuse que el perfume contendría algo de Amortentia, porque era irresistiblemente abrumador.

Malfoy por fin se movió. Levantó su mano y la colocó en la parte baja de mi espalda, haciendo una ligera presión para acercarme aún más a él.

¿Por qué no me movía? ¿Qué coño haces Hermione? Es el puñetero Draco Malfoy. Pero en lugar de irme, levanté la cara y lo miré a los ojos. Centelleaban por la luz de la chimenea, y por algo más. ¿Deseo?

Malfoy acercó sus labios lentamente a mi boca. No me podía creer lo que estaba pasando. La ola de calor me invadió rápidamente por completo. Enviando chispas por todo mi cuerpo.

Posó sus labios en los míos. Eran suaves. Como de terciopelo. Sin saber muy bien por qué, separé los labios. Deseaba que el beso continuara. Quería más. Pareció que Malfoy había leído mis pensamientos, porque lentamente metió su lengua en mi boca, acariciándomela con ella.

No podía controlarme. No sabía qué me estaba pasando. Me pegué más a él, suplicándole que continuara, que siguiera.

Malfoy apretó sus manos en mis caderas, levantándome del suelo, y yo enrosqué mis piernas alrededor de su cuerpo. Me estaba volviendo loca de deseo. El centro de mi cuerpo estaba húmedo, esperando suplicante a que Malfoy entrara.

Me besó aún con más fuerza, devorando mi boca, y luego mi cuello. No pude hacer nada más que gemir de placer.

Sin soltarme, Malfoy se dirigió a mi habitación. Volvió a besar mis labios sedientos. Necesitaba más. Mucho más. Oí el sonido de la puerta cerrándose tras de él.

—¡Granger, vamos a llegar tarde!—gritó desde detrás de la puerta.

Malfoy estaba aporreando la puerta, y pegando gritos.

¿Qué coño acababa de pasar? Había tenido un sueño erótico con el maldito Draco Malfoy? Mierda. Mierda. Mierda. ¿Por qué soñaba esas cosas?

Miré a Crookshaanks, que estaba en el suelo mirándome con desaprobación. Me escondí debajo de la almohada, muerta de verguenza.

¿Por qué a mí por Merlín? Dije para mí misma.

—¡Granger!— volvió a gritar.

—¡Ya voy!—atiné a decir.

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Decidí que como aquél día no teníamos que ir a Hogwarts, no iba a ponerme el uniforme. Estábamos a finales de septiembre, pero estaba soleado y hacía calor, así que me puse unos vaqueros largos y un top negro con unas deportivas. Me miré al espejo, y después de aceptar que no habría manera de peinarlo esa mañana, salí por la puerta.

Hielo y CaobaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora