I. King's Cross

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"Estimada señorita Granger:

Nos complace informarle de que la comisión directiva del Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería ha hallado una solución para todos aquellos alumnos que durante el pasado año debieron cursar séptimo curso para prepararse para sus ÉXTASIS.

Todos los alumnos que deseen acceder a los ÉXTASIS deberán presentarse en Hogwarts día uno de Septiembre, y permanecer el curso allí, trabajando en un proyecto en el cual aprenderán la materia necesaria para superar dichos exámenes.

Atentamente, la directora Minerva McGonagall."

Leí en voz alta andando rápidamente por el andén.

—¿Ves Ginny?—le espeté nerviosa. —No hay nada más: ni listas de libros, ni de utensilios, ni nada— dije dándole la vuelta a la carta. —¿Cómo se supone que vamos a preparar los É.X.T.A.S.I.S sin ningún tipo de material? No lo entiendo... —murmuré.

Pero Ginny no me estaba prestando atención. Harry le estaba cogiendo de la mano mientras andaban y le susurraba alguna ñoñería de las suyas. Genial.

—¡Ginevra Weasley!— alcé la voz taladrándola con la mirada.

—Lo siento Hermione—se ruborizó Ginny, intentando separarse sin muchas ganas del abrazo de Harry. —¿Decías algo sobre Víktor?

Puse los ojos en blanco y aceleré el paso. Me había pasado el verano en La Madriguera, y empezaba a hartarme de las demostraciones de amor de estos dos tortolitos. Se pasaban todo el santo día abrazados, besándose, y en la habitación, lo cual me dejaba la mayor parte del tiempo a solas con Ron. Era bastante incómodo, teniendo en cuenta que habíamos roto. Se veía venir, la verdad, no encajábamos. Yo quería un gran amor que me hiciera flotar, vivir aventuras, y Ron no era así. Unas semanas después, Víktor me invitó a pasar unos días con él, y acepté. Me gustaba. Era bueno conmigo, y me hacía sentir sexy.

Me ruboricé al pensar en los días que habíamos pasado juntos. Estábamos tumbados en la cama al amanecer. Yo tenía mis piernas enredadas en las suyas y él me acariciaba la espalda subiendo y bajando suavemente las yemas de sus dedos. Me pidió que me quedara con él durante el invierno, pero antes de que pudiera responderle una pequeña lechuza parda tocó en el cristal de la ventana. Entendió que tenía que irme, pero me hizo prometer que nos escribiríamos, y que vendría a visitarme.

Un golpe seco en el hombro me sacó de mi ensimismamiento. Me había chocado con un chico que estaba de espaldas esperando para entrar en el tren. Cuando iba a pedirle disculpas, giró su rostro hacia mí. Hubiera reconocido esa mirada gélida y vacía, y esa melena rubia blanquecina en cualquier lugar. Malfoy.

—Ten más cuidado Sangre Sucia— gruñó desganadamente.

A pesar de que hacía años que Malfoy se refería a mí con ese asqueroso mote, me seguía doliendo escucharlo. No por su significado. No tenía nada de malo tener padres muggles. Sino por el asco con el que lo decía. Odiaba a ese prepotente con aires de superioridad. Odiaba que con una maldita palabra pudiera hacerme sentir tan mal. Lo odiaba todo de él. Además, ¿qué diablos hacía aquí? Era imposible que después de todo lo que habían hecho él y su familia lo hubieran readmitido en Hogwarts. Decidí que esta vez no lo dejaría pasar por alto.

—Me sorprende verte aquí, y no en Azkaban, llorando y suplicándole a alguien para que libere a tu querido padre, Malfoy— respondí con todo el odio que pude, intentando que no se me llenaran los ojos de lágrimas. No llores Hermione. Ahora no. Que no vea que te duele lo que dice, pensé.

Pero lo que pasó después no me lo esperaba. Todo pasó muy rápido. Malfoy me miró fijamente, y fue acercándose a mí. Parecía un lobo, acechando a un conejito. Sus pupilas centellearon y sus ojos se volvieron más grises aún. Me agarró con fuerza el brazo, haciéndome daño, y acercó su rostro al mío.

Hielo y CaobaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora