IX. Clases particulares

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Me mordí el labio con preocupación y me agarré las piernas sobre la silla. El blanco aséptico de la enfermería hacía que me pusiera aún más nerviosa. Aunque la Señora Pomfrey me había asegurado varias veces que era normal, me desesperaba que Malfoy aún no se hubiera despertado. Llevaba dos días postrado en la cama, y no mostraba ningún síntoma de mejora. Ni siquiera había abierto los ojos. Me negué a separarme de él. Estaba así por mi culpa. Si no hubiera estado a punto de matarle, seguramente habría podido conjurar un Patronus, y el dementor no le habría alcanzado.

Draco no había tenido ni una visita desde que estaba en la enfermería. No me extrañó que Pansy no hubiera aparecido por allí, seguramente lo prefería despierto, para poder presumir delante de todo el mundo de cómo lo sobaba por todas partes. Arrugué el ceño con ese pensamiento. Lo que sí me extrañaba es que no hubiera venido a verlo Narcissa. Podría ser muchas cosas, pero sabía que adoraba a su hijo. Que Harry estuviera vivo era la prueba de ello. Sentí pena por Draco.

A parte de la Señora Pomfrey y yo, en la enfermería solamente había entrado Ginny. Y no para ver a Draco, sino para verme a mí. Tuve que darle explicaciones sobre lo que pasó en el duelo con Malfoy. Insistí en que no era nada, que estaba bien, y que no sentía nada por él que no fuera asco, pero sabía perfectamente que no me había creído.

Miré a Draco. Estaba aún más pálido de lo normal. Sentí el impulso de agarrarle la mano, pero sabía que a él no le gustaría despertarse y encontrarse con esa escena, así que me reprimí.

Cogí un libro del montón que tenía al lado de la silla y me dispuse a estudiar un rato. Quería despejar mi cabeza.

—¿A qué clase de idiota se le ocurrió que era buena idea soltar a un ejército de dementores en el Bosque Prohibido?—dijo débilmente.

Me sobresalté tanto al oír su voz que di un brinco y se me cayó el libro al suelo. Me levanté de un salto de la silla y me acerqué a él. Hice ademán de abrazarle, pero me detuve. Seguramente me daría un empujón. Que sería bien merecido, por cierto. Así que me senté en la cama de hospital, al lado de sus piernas.

Draco se incorporó un poco para sentarse, e hizo una mueca de dolor.

Sabía que tenía una estúpida sonrisa de felicidad en la cara y que le estaría pareciendo una completa imbécil, pero no cabía en mí de felicidad. Estaba vivo. Y estaba bien.

—¿Y, bien?— dijo sin apartar la mirada de mí. Parecía un poco aturdido aún.

Carraspeé antes de empezar.

—Verás, hubo un problema. Las demás parejas aún no habían llegado a la última prueba cuando llegamos nosotros. En teoría sólo tenía que haber cuatro dementores por pareja, pero como fuimos los primeros en llegar, empezaron a venir todos los dementores que había por allí—repetí lo que me había contado el Profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras el día anterior.

—Hogwarts, el lugar más seguro del Mundo Mágico—soltó con ironía.

—Draco... Quería pedirte disculpas. Me pasé muchísimo en el duelo. No tendría que haberte lanzado ese hechizo, podría haberte hecho mucho daño—dije bajando la cabeza, arrepentida.

Decidí omitir decirle que podría haberle matado. No quería pensar más en la Muerte de Draco Malfoy ahora que por fin había despertado.

—No pasa nada—murmuró.

—Sí, claro que pasa—insistí. —Si no hubiera hecho esa locura, tú habrías estado en buen estado, y habrías podido conjurar el Patronus y...

—No pasa nada, Granger—insistió en voz baja, mordiéndose el labio.

—No, Draco—volví a interrumpir.—Sí, pasa, yo...

Hielo y CaobaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora