XVI. San Mungo

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Abrí los ojos lentamente, acostumbrándome a la luz. Miré a mi alrededor, adormecida. Las oscuras ojeras de Draco resaltaban sobre su blanquísimo rostro. Tenía mal aspecto. Estaba muy pálido y parecía que llevaba días sin dormir. Estaba sentado en una silla, al lado de mi cama, descansando su cabeza en su mano y con los ojos cerrados. Su pecho subía y bajaba lentamente. Respiraba. Estaba vivo. Recorrí la habitación con la mirada de nuevo. Reconocía esa habitación, estaba en San Mungo.

De pronto, ráfagas de imágenes empezaron a correr por mi mente. La Mansión Malfoy. La mazmorra. Lucius. Draco encadenado. Narcissa dando su vida por Draco. Un escalofrío recorrió mi espalda y me estremecí de dolor. Me dolía todo el cuerpo. Recordé como salvé a Draco, y también que justo después de lanzar el hechizo todo se volvió negro. No recordaba nada más. Miré a Draco de nuevo, que abrió los ojos y se levantó de un brinco.

Se acercó a mi cama, pero no me tocó. Me miraba con cautela. Como si pensara que si me tocaba, me rompería en pedazos.

—Hola—dije con la voz ronca.

—Hola—respondió con una sonrisa triste.

—¿Cómo estás?—pregunté.

—Llevas una semana inconsciente, ¿Y me preguntas que cómo estoy?—dijo secamente.

Notaba como se me iban llenando los ojos de lágrimas. Estaba enfadado. Y con razón. Por mi culpa, sus dos padres estaban muertos.

Giré la cara mientras me limpiaba las lágrimas.

Draco se acercó y me cogió la mano con dulzura.

—No llores por favor...—suplicó.—Lo siento mucho. Siento que tuvieras que pasar por toda esa locura, Hermione. Te arrastré al infierno de mi mundo, a la oscuridad...—dijo.

Le miré y vi como unas gruesas lágrimas descendían por su rostro.

—Volvería a hacerlo un millón de veces—repliqué molesta.

—No, Hermione... Tú no eres así. Tú eres luz. Por mi culpa tuviste que utilizar magia oscura y yo...

Se calló cuando me incorporé en el respaldo de la cama. Reprimí una mueca de dolor.

—Cállate, Malfoy—dije mostrándole una sonrisa.—Y bésame.

Draco se acercó cautelosamente y me dio un cálido beso en los labios. Las corrientes de deseo empezaron a correr por mi cuerpo.

—Nada de lo que digas va a hacer que me separe de ti, ¿entendido?—dije cuando acabó de besarme.—Te quiero.

Vi cómo sus ojos se fundían y su rostro se relajaba.

—Yo también te quiero. Para siempre—dijo mientras me abrazaba.

—¿Y Harry y Ronald?—pregunté cuando recordé a mis amigos.

—Digamos que... lo llevan lo mejor que pueden. Potter me estaba amenazando, diciéndome que cómo se me ocurriera hacerte sufrir ni siquiera un poco, acabaría conmigo, mientras Weasley me miraba con odio, hasta que llegó la pequeña Weasley y se los llevó a collejas. Después de eso, han estado bastante tranquilos.

Suspiré de alivio y me quedé dormida de nuevo entre los brazos de Draco.

Hielo y CaobaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora