XI. Navidad, dulce Navidad

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Ya había amanecido cuando Viktor y yo estábamos volviendo de las Tres Escobas. Habíamos estado poniéndonos al día toda la noche. Me había dicho que solamente podría quedarse un día más, porque tenía que regresar enseguida a los entrenamientos de quidditch, pero que podría acompañarme al baile de navidad que se celebraba en Hogwarts la noche siguiente.

Me había pasado la noche intentando recuperar esas mariposas que me hizo sentir alguna vez, para poder sacar al maldito Malfoy de mi cabeza durante un rato, pero mis esfuerzos fueron en vano. No sentía absolutamente nada. Le tenía mucho cariño, por supuesto, pero lo único que podía sentir por él en ese momento era amistad.

Cuando por fin llegamos a casa, cerré la puerta tras de mí y todo lo que pasó a continuación sucedió demasiado rápido.

Vi un sujetador de encaje negro colgado en el picaporte de la habitación de Malfoy. Cuando entrecerré lo ojos para verlo con más detenimiento, me di cuenta de que era mi sujetador. Debí dejármelo en su habitación la noche de Halloween.

A continuación, rodó el picaporte de donde colgaba el sujetador y salió de allí una chica con el pelo negro. Llevaba puesta una camiseta verde que yo sabía que era de Malfoy, porque le había visto con ella puesta algunas veces. Le quedaba tan grande que le servía como vestido. La reconocí de inmediato, era Astoria Greengrass, una chica de Slytherin que iba a algunas clases con Ginny.

Detrás de ella, agarrándole de la cintura, salió Malfoy, sin camiseta, que se quedó mirándome con unos ojos fríos como el hielo.

Noté cómo la bilis corría rápidamente desde el fondo de mi estómago, subiendo por mi cuello, y llegando a mi boca, abrasándome por dentro a su paso. Tuve que contenerme con esfuerzo para no vomitar.

Quería gritar. Quería matar a alguien. Quería vomitar.

Malfoy no apartó su gélida mirada de mí mientras Astoria se enredaba en su cuello, y le susurraba algo al oído.

Tenía que salir de allí o mataría a Malfoy. Como un acto reflejo, agarré la mano de Viktor, que seguía quieto tras de mi, y me dirigí a mi habitación dando un sonoro portazo.

Me agarré del cuello de Viktor y empecé a besarlo frenéticamente. Necesitaba sentir algo, necesitaba que me hicieran olvidar.

Levanté su camiseta y se la saqué por el cuello. Recorrí con las yemas de mis dedos su musculoso torso. Luego, le agarré de la mano y le indiqué que se tumbara en mi cama. Me coloqué con fiereza encima de él y comencé a besarle de nuevo.

No sentía nada. Cuando cerraba los ojos, veía a Malfoy. Que era él al que estaba besando, el que me agarraba con sus frías manos la cintura, al que deseaba con todas las células de mi cuerpo.

La frustración que recorría todo mi cuerpo dio paso a la tristeza. Unas gruesas lágrimas empezaron a correr por mis mejillas. Viktor de se dio cuenta de lo que estaba pasando.

Para, Mione—susurró separándome con delicadeza de él.

Rompí a llorar cuando abrí los ojos para mirarle y me abracé a él con fuerza.

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Agradecí a Dios interiormente que no hubiera nadie en el salón cuando salimos de la habitación. Me había pasado diez minutos llorando como una loca abrazada a Viktor. Él me preparó una taza de té para que me relajara, y me vi obligada a contárselo todo. Merecía saber la verdad.

Cuando terminé de contárselo entre sollozos, Viktor asintió comprensivo. Era increíble. No se enfadó conmigo, ni me recriminó nada. ¿Por qué no podía enamorarme de él? ¿Por qué tenía al tío más asombroso del mundo a mi lado y no podía hacer nada más que pensar en el imbécil de Malfoy? Me odiaba a mí misma por eso. Y a Malfoy le odiaba aún más.

Hielo y CaobaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora