VIII. Examen

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Me desperté cuando los primeros rayos de luz entraban por la ventana. Abrí los ojos, acostumbrándome a la claridad y noté el abdomen de Malfoy subiendo y bajando acompasadamente bajo mi mejilla. Tenía el brazo abrazando mi cuerpo. Me tomé un tiempo para contemplar la habitación de Malfoy. Los muebles estaban colocados igual que los de mi habitación, con la diferencia de que ésta estaba decorada en tonos plateados y esmeralda. Le daban un aspecto frío al lugar. La había cagado pero bien. Me había tirado al puñetero Draco Malfoy. Si dos meses antes me hubieran dicho que me acostaría con Malfoy, probablemente le habría lanzado una maldición. Pero, ¿Cómo algo tan malo podía hacerme sentir tan bien? Tenía que salir de allí antes de que Malfoy se despertara. Levanté lentamente su brazo y me escabullí de la gran cama con dosel verde. Recogí el vestido y salí de puntillas.

Di un suspiro de alivio cuando logré entrar en mi habitación y cerrar mi puerta con llave. Al menos ahora tendría algo de tiempo para pensar qué hacer. Tenía que centrarme. Como ya le había dicho a Ginny la noche anterior, lo único que sentía por Malfoy era atracción sexual. Ya la había satisfecho, así que se acabó. Yo no diré nada sobre lo que ha pasado, y Malfoy menos aún. No había ningún problema. Esto sería un secreto que no saldría de esa casa, y que por supuesto, no se volvería a repetir.

Oí unos golpecitos en el cristal y vi que era una lechuza parda. Mierda. Viktor. Joder, Hermione, me reprendí mentalmente. Abrí el cristal y agarré la carta de su pico.

Me senté en la cama, derrotada. Viktor no podía enterarse de esto. Me odiaría. No quería hacerle daño, siempre me había tratado bien, y sentía algo parecido al amor por él. Abrí la carta con los dedos temblorosos, rezando interiormente para que no hubiera decidido venir a visitarme antes de Navidad.

Querida Hermione,

Sólo quería decirte que me va bien en el trabajo, y que la visita de Navidad sigue en pie. Podré venir dos días, porque me darán vacaciones. Espero que me escribas más a menudo, te echo de menos.

Con amor, Viktor.

Me sentía la peor persona del mundo, quería desaparecer. Escondí mi cara entre mis manos, y oí como la puerta de la habitación de Malfoy se cerraba. Ya se había levantado. Esa tarde teníamos un examen práctico de Defensa Contra las Artes Oscuras, lo que significaba que tendríamos que pasarnos toda la tarde juntos. Tenía que salir y enfrentarme a lo que había hecho.

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Cuando reuní el valor para salir de mi habitación, me encontré a Malfoy sentado en la mesa del comedor. Me miraba fijamente, pero no decía nada. Me acerqué y me senté en la silla, enfrente de él. Tenía que cortar ese silencio incómodo, y parecía que él no estaba dispuesto a empezar.

—Malfoy, yo...—logré decir.

—Acabamos de acostarnos, Granger— me interrumpió.—Creo que puedes empezar a llamarme Draco—dijo guiñándome un ojo.

Vale. Iba a ponérmelo difícil.

—Draco—dije, forzándome a sonreír.—Lo de anoche fue un error... No puede volver a pasar, y te agradecería que no se lo contaras a nadie, por favor...—dije bajando la mirada.

No era capaz de mirarle a la cara. Pasaron los segundos y Draco no decía nada, así que no tuve más remedio que mirarlo de nuevo. Tenía la mandíbula apretada, y sus ojos eran un bloque impenetrable de hielo gris. No quedaba ni rastro del fuego que había visto en ellos la noche anterior. Siguió en silencio unos segundos más, el silencio era tronador.

—Vale.—sentenció finalmente.

—¿Vale?—repetí sorprendida.

—¿Qué más quieres oír? Yo soy el primer interesado en que esta mierda no se sepa, y no sé qué coño te hace pensar que querría repetirlo. Ha sido un puto polvo de una noche. Fin.—sentenció.

Hielo y CaobaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora