XIV. Agujas

1K 72 3
                                    


Me odiaba a mí misma por hacer lo que estaba haciendo. Era una falta absoluta de respeto. Pero necesitaba escuchar lo que estaba sucediendo dentro de esa cocina.

—¿En serio, Draco? ¿Una hija de muggles?—oí decir a Narcissa tras la puerta.

—No empieces con eso, madre—advirtió Draco con la voz ronca. —Creía que tú y yo no pensábamos esas cosas—dijo.

—No pensamos que deben morir, Draco, ¡Pero tampoco pensamos en meterlos en nuestra alcoba, por Merlín!—respondió alterada.

Noté cómo si un millar de finísimas agujas se incrustaban en mi pecho, atravesando lentamente mi corazón. ¿Qué esperaba? Presentarme a Narcissa Malfoy y que me recibiera con los brazos abiertos?

—Ya basta, madre, te lo advierto—gruñó Draco.

—Vamos a irnos a casa ahora mismo, Draco—dijo con una voz dulce.—Verás que pronto te olvidas de esa... De esa...

Más agujas.

Oí un ruido seco, un golpe, y me sobresalté. Supuse que había sido un golpe sobre la mesa.

—Se llama Hermione Granger, y es la persona más increíble que he conocido nunca. Ella no me ha juzgado, madre, y es una de las personas que tenía más motivos para hacerlo. Me ha tendido la mano desde el principio, y me ha enseñado lo que es el amor de verdad. Así que no, no voy a irme a ningún lado. Y si no tienes nada más que decir, te agradecería que te fueras, ahora—dijo con los dientes apretados.

Se hizo un silencio atronador que me pareció eterno. Cuando por fin oí unos ruidos cerca de la puerta, me escabullí al salón y me senté en una butaca con el primer libro que encontré para disimular.

Vi por el rabillo del ojo como Narcissa salía por la puerta principal, y luego bajé la mirada de nuevo al libro.

Oí cómo Draco se acercaba a mí, pero no le miré. No sabía qué decirle. ¿De verdad pensaba todas esas cosas que le había dicho a su madre? Me había defendido frente a Narcissa Malfoy. Sentí una agradable calidez recorriéndome todo el cuerpo. Draco Malfoy no dejaba de sorprenderme.

—¿Romeo y Julieta?—dijo mientras me agarraba el libro de las manos.

—¿Conoces a Shakespeare?—pregunté extrañada.

Mi único amor nació de mi único odio, pronto le veo y tarde lo conozco—recitó Draco.

Lo dicho. Era una caja de sorpresas.

Dadme a mi Romeo, y cuando muera, lleváoslo y divididlo en pequeñas estrellas. El rostro del cielo se tornará tan bello que el mundo entero se enamorará de la noche, y dejará de adorar al estridente sol—recité yo.

Draco tiró de mi mano, obligándome a levantarme del sillón, y me apresó con sus brazos, besándome lentamente.

Me separé un poco de él.

—No deberías discutir con tu madre por mí, Draco...—murmuré.

—Discutiré con todo aquél que se atreva a decir algo malo de ti—dijo frunciendo el ceño y apretándome más contra él.—Y si no lo entiende, es su problema, no el mío.

_______________________________________________________

—Hermione, hazlo cuando estés preparada, yo no voy a obligarte—dijo Draco mientras me acariciaba el pelo.

Estábamos tumbados en mi cama, y no podía dormir. Aunque las semanas habían transcurrido con normalidad cuando volvimos a Hogwarts, mentirle a Harry y a Ron sobre mi relación con Draco me volvía loca. Sabía que se lo tomarían muy mal, y no quería perderlos, pero por otra parte, Draco se había enfrentado a su madre por mí, y yo me sentía como una maldita cobarde.

—Está decidido, mañana se lo contaré—dije decidida.

—Mañana es San Valentín—me recordó Draco.

—Es verdad—asentí.—¿Y vas a llevarme al Salón de Madame Tudipié?—bromeé.

Pensar en Draco Malfoy sentado en un salón de té teniendo una cita me hizo reír.

—Claro que no—dijo horrorizado.—Pero tengo algo preparado—dijo misteriosamente.

—¿Ah, si?—me interesé.—¿Y qué es?

—No pienso decírtelo, es una sorpresa—dijo misteriosamente. —Tú espérame a las siete en el Lago Negro.

Hielo y CaobaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora