Epílogo

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Recordaba todavía cuando Charlotte hablaba frente al espejo, me había relatado que, desde que tuvo las noticias confirmadas de su cáncer, empezó una nueva rutina donde se colocaba frente al espejo de cuerpo completo de su habitación, y con firmeza le hablaba a su enfermedad, como si fuese una persona.

«—Hey, cáncer, podrás estar en mi cuerpo, pero mi Dios es más grande que tú.»

Y recuerdo, que cuando fue internada en el hospital por su recaída, me había pedido que le acercara un espejo de bolsillo y así poder continuar con esa rutina autoimpuesta.

«—Hey, cáncer, sea en la vida, o en la muerte... Dios me dará la victoria.»

Pues, eso se cumplió hasta el final, y lo logró. Lottie, princesa, Dios te hizo ganar la batalla.

Ha pasado un año y medio, ¿verdad? La voz de Rowlan me hizo girar un poco, terminando de colocarme la gabardina negra.

Era época de otoño, y hacía una brisa fría que daba alusión a las lluvias invernales que se acercaban, ya que Nueva Orleans no era de caer nieve, pero sí fuertes lluvias torrenciales. Me acerqué a la mesa de noche, sonriendo para tomar mi teléfono celular y desactivar el altavoz.

—Sí, el tiempo ha pasado muy rápido, es increíble cuánto... –Respondí con una pequeña sonrisa, enfundando mi mano libre en el bolsillo izquierdo de la gabardina.

¿Irás al cementerio entonces?

Suspiré ante aquella pregunta, había pasado mucho tiempo desde la última vez que había ido a dicho lugar, y los recuerdos amargos se arremolinaban en mi mente cada vez que lo pensaba.

Pero, era momento.

Fue una persona preciada para mí, a pesar del corto tiempo en el que nos conocimos, formaba parte de mi vida ahora.

—Sí, ya es tiempo. –Sentencié, tomando las llaves de mi camioneta para poder salir de la habitación y bajar las escaleras.

Rowlan me deseó buena tarde, y colgó luego de despedirse, así que solo continué mi camino hasta la salida de la casa residencial, y me subí a mi vehículo para dejarme caer en el asiento y mirar el techo tapizado; Dios había sido mi piedra angular, lo fundamental en mi vida, me había dado ánimos en todo momento.

Y estaba agradecido, y confiado de que Él tenía el control.

Por lo que, encendiendo el motor y el estéreo en mi estación favorita, con Trust in You en los altavoces, tomé rumbo al cementerio central de Nueva Orleans.

La lápida en mármol pulido y blanco yacía frente a mí, con los rayos del efecto arrebol en el atardecer chocando en sintonía con la superficie, el grabado seguía siendo el mismo y nada había cambiado desde ese día

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La lápida en mármol pulido y blanco yacía frente a mí, con los rayos del efecto arrebol en el atardecer chocando en sintonía con la superficie, el grabado seguía siendo el mismo y nada había cambiado desde ese día.

—Debes de estar gozándote allá arriba, sin enfermedad o dolor. –Murmuré, con ambas manos en los bolsillos de mi gabardina.

La brisa chocaba contra mi rostro y mi reciente cabello corto, como si esa fuese la respuesta de parte de Dios, de que estaba bien con Él y era libre de sufrimiento y enfermedad allá en los Cielos. Me reconfortaba saberlo, me causaba mucha paz a pesar de todo.

—Debe estar muy feliz, corriendo y jugando allí arriba. –Unas suaves y cálidas manos se enroscaron en mi brazo derecho, y sonreí por inercia al recargar mi cabeza contra la contraria.

—Era un niño maravilloso, Will debe estar con una gran sonrisa en el Paraíso. Sin cáncer. –Comenté, sacando mi otra mano para posarla sobre las suyas.

Charlotte rió con ternura, y me miró fijamente cuando mi atención recayó en ella; su cabello como el chocolate había aparecido al fin, se encontraba encima de sus hombros y continuaba creciendo. Se sentía bien acariciarlo, sentirlo entre mis dedos.

—Eres un milagro de Dios, el Señor te dio vida y sanidad cuando agonizabas, nunca pensé que lo escucharía en mi inconsciencia y... diría que todo estaba bien, que tú habías recibido aliento de vida otra vez. –Sujeté su rostro entre mis manos, secando las rebeldes lágrimas que caían de su rostro.– te amo, princesa valiente, ganaste gracias al Señor.

Pero ella, negó suavemente al tomar mi rostro entre sus manos también.— No, conejito, ambos ganamos esta batalla con Dios, porque somos uno solo ahora, mis batallas son las tuyas, y tus batallas las mías. Te amo tres mil, de aquí hasta más allá del primer cielo.

Y sonreí besándola con profundidad, con amor y con cariño, porque habíamos sido bendecidos con una nueva oportunidad, donde podíamos estar juntos. Tras separarnos, nos tomamos de las manos para salir del cementerio.

Will Porter

2010-2019

Un niño que amaba a Dios más que a nada en el mundo.

—Mi hermano te manda saludos, y que lamentó no guardarte un puesto en la graduación. –Comentó mientras subíamos a la camioneta.

Reí entre dientes, encendiendo el motor.

—No hay por qué, me debe una partida de Naruto y con eso estamos a mano.

Y tras oírla reír, nos fuimos a casa, a nuestro hogar.

Oh, y... ¡Hey, cáncer! Al final, ambos te ganamos, en el nombre del Señor.

𝐇𝐞𝐲, 𝐂𝐚𝐧𝐜𝐞𝐫! ↪ novela cristianaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora