9. The Show Must Go On

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«Murieron otros, pero ello aconteció en el pasado,
que es la estación (nadie lo ignora) más propicia a la muerte.
¿Es posible que yo, súbdito de Yaqub Almansur,
muera como tuvieron que morir las rosas y Aristóteles?»

—Jorge Luis Borges; Cuarteta; Poesía Completa

Mi alma se había fragmentado, destrozado completamente como no lo había hecho antes. A veces solo tenía que cerrar mis ojos para observar al demonio que me acechaba con tanta insistencia y temía por el daño que podía hacerme. Sentía su respiración tan cercana a la mía, sentía su tacto cuando sus manos recorrían mi piel en mis sueños y sus palabras retumbaban dentro de mis oídos cada vez que hablaba.

Muchas veces las imagenes y las voces se arremolinaban dentro de mi cabeza, diciendo incoherencias, culpandome mediante lo sucedido. Un coro eterno se precipitaba sobre mí, siendo ya incapaz de comprender qué debía hacer para desaparecer tal desdicha de mi vida.

Incluso atacaban en la vigilia. Las figuras se contorsionaban unas sobre otras, se iban transformando en monstruos de sombras que escupían veneno y ácido de sus fauces, haciendo que cayera sobre mis pies y acabara escondido dentro de algún lugar donde creyera protegerme.

Yo me odiaba, ese no es ningún secreto, me odiaba tanto hasta el punto en que deseaba mi muerte sobre todas las cosas. No había podido salvar a mi mejor amiga, no había podido evitar que mi maestra, la mujer que considero mi segunda madre, tomara dirección al infierno del cual yo había salido a duras penas con vida.

Entonces alzaba la vista para ver al doctor juguteando con el hilo en mi pecho. La herida había cerrado por completo y soo había un nuevo rastro de de piel sobre ella, dejando marcado para siempre el lugar donde había estado el puñal aquel día fátidico que en mi mente insana se repetía sin parar.

«Seguro me está mirando desde el Aleph —pensaba —. Está viendo mi sufrimiento y piensa en cómo retratarlo. Así es él» y las tijeras con las manos desaparecían solo para mostrarme a uno de los muertos.

El espectro conocido como Daniel Quinn se presentó ante mí. Su rostro había sido quemado completamente, sus labios desaparecieron en la calcinación sus páginas; sus ropas aún desprendían un aspecto flameante, como si sus cenizas nunca hubieran llegado al mar y continuen vagando por el aire de los mares y los continentes. Observóme con aquellos ojos penetrantes que usó para la investigación del pobre Peter Stillman y con ellos mismo azotó al plato de comida que le llegaba cada vez en aquella habitación oscura.

—Mi amigo —dijo —, Paul Auster dijo que estaría aquí.

—Paul Auster habla mucho —respondí —. ¿Le habló de mi sufrimiento?

—Se ve cómo Peter, señor Stillman.

—Posiblemente sea el tiempo.

—Pero recorre una distinta trayectoría cada día.

De su abrigo flameante sacó una libreta de color rojo quemada. La abrió y procedió a su contenido.

—La forma de la trayectoria del miércoles se ve como una "T" mientras que la del jueves se transforma en una "H", ¿entiende usted?

—No lo hago, Dunty. Miro a un lado y están los muertos,volteo al otro y se encuentran sus fauces adictivas y leónicas.

—Lo escucho.

—Y mientras uno se dibuja otro desaparece, así es el idioma. Hablo pero mis palabras no salen, me diferencio, me oculto y el idioma se destruye con lo que hago. La continuidad de las palabras, a veces en la biblia... — paus — usted sabe de ello, dijo que había leído mi libro. Entonces quiero el inicial, no lo comprendo, es el sufrimiento inéptico de mí mismo. Odiarme ha sido el mayor privilegio que he tenido. ¿Qué habla hay en su sentimiento, señor Dunty? Ayer vino el señor Dark, que soy yo mismo ¡qué grandeza! ¿No lo cree? Debería hacerlo, yo invento para hallar el lenguaje del inicio, el lenguaje de Dios que teníamos antes de Babel, señor Dunty. Pero muero y mueren todos, entonces desaparece la idea y yo me estoy arrojando de la torre.

Serie Fanfic Girls Und Panzer #2: Los Dos SablesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora