Capítulo 13.

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Maya.

Mis tacones sueñan mientras corremos dentro de la sala de urgencias, Dylan se enreda al hablar cuando llegamos a la recepcionista.

– Queremos saber donde se encuentra Alan Sprayberry –hablo cuando observo a mi chico y este no hace más que temblar.

– ¿Quienes son ustedes? –Pregunta la señora de avanzada edad.

– Somos sus padres. –esta nos da una mirada despectiva, baja la mirada a su computadora y comienza a teclear.

Paso mi mano por la espalda de Dylan, este se encuentra pálido. Luego de los parecen minutos, la mujer nos mira nuevamente.

– Habitación B-04, segundo piso. Pediatría. –El castaño se endereza y toma mi mano, dirigiéndome a los ascensores.

Cuando las puertas se abren, mi suegro se acerca a nosotros con su nueva esposa detrás de él.

– ¿Que demonios pasó? –pregunta Dylan, sin saludar a su padre ni a su madrastra, la cual tenía prácticamente nuestra edad.

– Karen había hecho un dulce de frutas, te juro que le pregunté miles de veces si no había usado kiwi porque sé que Alan es alérgico a eso. –da un respiro y continúa– comimos tranquilamente, lo acomodamos para dormir y luego cuando fui a su cuarto a darle las buenas noches comenzó a toser e hincharse.

– Parecía un globo. –añade Karen. – Causaba gracia, la verdad.

Todos la miramos mal, y esta solo rueda los ojos.

– Lo trajimos al hospital en cuanto pudimos, lo ingresaron rápidamente.

– ¿No han dicho nada? –pregunto.

El padre de Dylan niega con la cabeza y se sienta.

Me pongo delante de mi esposo y tomo su rostro, el cual ha pasado de pálido a rojo en cuestión de minutos.

– No es culpa de nadie, Dylan.

– Lo sé, solo que no quiero que le pase nada malo.

Le doy un abrazo, este me corresponde.

– No le pasará nada, ya lo verás.

(...)

Luego de esperar una hora más, un médico con cara de niño de acerca a nosotros.

– ¿Son parientes de Alan Sprayberry?

Dylan se levanta rápidamente. – Soy su padre.

– Buenas noches, soy el doctor Terrance. La doctora Wood aún está atendiendo al niño, hablará con ustedes prontos. Solo vine a decirles que ya se encuentra fuera de peligro y está bajo observación.

– ¿Sabe que lo causó? –tomó la mano de Dylan, y este le da un apretón.

– No, lo lamento. La doctora solo me dijo que les informara esto.

Asiento y el chico desaparece, Dylan se deja caer en la sillas y toma su cabeza entre sus manos.

– Soy un pésimo padre.

Me siento a su lado y suspiro.

– No, amor.

– Si lo soy Mayie, tenía que haber estado más pendiente de mi hijo.

Ruedo los ojos. – Dylan, si mi padre hubiese sido aunque sea un poco parecido a ti, mi niñez hubiese sido mejor. Eres el mejor padre que conozco y Alan es un niño con suerte al tener un padre como tu.

Levanta la cabeza y me mira. – ¿Crees que soy un excelente padre?

– Lo eres, corazón. El mejor de todos. –sonríe y me da un beso.

– Hart, te amo. –imitó su sonrisa y toma mi mano.– Casi lo olvido, ¿que era eso que querías decirme?

Abro la boca, pero mis suegros se levantan cuando se acerca una mujer. Ambos los imitamos, pero nos quedamos impactados al ver a la doctora. 

No puede ser.

– ¿Alana? –cuando Dylan dice su nombre y esta lo mira con los ojos abiertos, sé que es ella.

La madre de Alan.

– Hola. –carraspea y nos mira– Alan está fuera de peligro, al parecer es alérgico a las fresas. Tuvo problemas respiratorios pero una vez le pusimos la intravenosa, esto mejoró. Le mandaré un tratamiento y después que no las coma, estará bien.

– ¿Ya podemos verlo? –pregunta Karen.

Bufo. Si esta estupida pensaba que podia ver a mi hijo, estaba muy equivocada.

– Aún no, se encuentra dormido. Mañana lo pueden ver. –mete las manos en los bolsillos de su bata– Si eso es todo, los veré mañana.

Da media vuelta y emprende su camino. Miro a Dylan, a este le toma un poco reponerse y seguirla.

Dylan.

Agarro el brazo de la castaña y esta se gira. – ¿Que carajos haces aquí?

Toma mi mano, y de un jalón la aparta.

– Trabajo aquí, Dylan. –se cruza de hombros– No creas que este es un plan elaborado por mi, no sabía que Alan era tu hijo. Ni siquiera sé tu estupido apellido, no pasamos de ahí.

– Si lo hubieses sabido, ¿lo habrías atendido de todas formas?

Su rostro se transforma. – Por supuesto, ¿que clase de persona me crees? hice un juramento de servir a los necesitados.

– Tengo derecho a juzgarte, dejaste a un pobre niño abandonado. Tu ridícula moral no es válida aquí.

– No lo deje abandonado, está con su padre. Y hasta nueva mama tiene.

Asiento. – Tienes razón, Maya es su madre. No tu.

Alza sus manos y me mira. – Tranquilo, no quiero quitarte a tu hijo. Él no tiene que enterarse quien soy, para él solo soy su doctora.

– Y eso es lo único que serás en su vida.

Long GameDonde viven las historias. Descúbrelo ahora