Capítulo 11.

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Maya.

Una vez Dylan sale del baño, se acerca de nuevo a mi.

– ¿Que haces aquí? – pregunta mientras se sienta a mi lado en la cama, yo me encuentro con mis piernas debajo de mi cuerpo, miro sus manos entrelazadas en mi regazo.

– Hace casi cinco años, te acercaste a mi el primer día de clases y desde ese día no hay un día en vida en el que tu no estés. Tus bromas estupidas pasaron de irritarme a hacerme sonreír, tu amistad ha sido una de las pocas en mi vida que he hecho bien.

– Pues, gracias por valorarme como amigo. –se encoje de hombros.

– Dylan, tu dejaste de ser mi amigo hace mucho. –me acerco a él– amo todo de ti, enserio. Cuando no estoy contigo pienso en que estarás haciendo, y si veo alguna mujer acercarse a ti siento que me da algo.

Alzó mi rostro y veo que solo me mira, callado. – Hace unas horas me preguntaste algo, antes de que te conteste quiero que tu lo hagas.

Se ríe amargamente. – Maya, hasta un ciego se hubiese dado cuenta. –se acerca un poco más a mi– Te amo, Maya Hart.

Sonrío y tomo su rostro. – Te amo, Dylan Sprayberry.

Lo beso suavemente y el me corresponde.

– No sabes la paz que me trae escuchar que me amas, ¿puedes repetirlo?

Asiento. – Te amo, Dylan.

Una sonrisa boba se forma en sus labios. – Dilo de nuevo.

Ruedo los ojos, paso una mano por su cabello y beso sus labios nuevamente.

– Te amo.

Se ríe y me da un beso en la nariz. – Yo también te amo. –pone una mano en mi estomago– A ti también, pequeño.

Ahora es mi turno de reír.

– No hay nada ahí. –su sonrisa se borra– Solo quería quitarme a Alan de encima.

– Maya, eres terrible.

(...)

dos años después.

– ¡Papa! –grita Alan detrás de la puerta. –¡llegaré tarde a la práctica!

Dylan se deja caer a mi costado y suspira.

– Ya ni coger podemos, que estupida vida.

Me río y tomo su mano, besando el anillo que reposa sobre esta.

– Aún tenemos la noche, no te preocupes.

Se acomoda sobre su codo y me mira.

– Maya, ayer te quedaste dormida.

– ¡Estabas demorando mucho!

– ¿ Asique la culpa es mía ahora porque quería hacer todo más lento?

– Ya no estamos en edad de hacer las cosas lentas, Sprayberry.

Se acerca a mi y me besa. – Amo cuando dices mi apellido, me da una ereccion.

Ruedo los ojos y me levanto de la cama, acomodando mi ropa. – Vamos, hay que llevar a los niños a la práctica.

– Recuérdame, ¿ porque siempre tenemos que llevar a Adrien a todos lados?

– No seas pesado.

Acomodo mi cabello mientras bajamos las escaleras, Alan está con los brazos cruzados mientras que Adrien se encuentra comiendo una manzana.

– Voy tarde. –Dylan rueda los ojos y toma la mochila de ambos niños.

– Entonces deja de hablar y sube al carro.

A medida que Alan iba creciendo, se iba volviendo más maduro y rebelde. Adrien por otro lado era mas pacifico, pero callado. No hablaba a menos de que tú le hablases primero, y siempre te daba una mirada fría.

Una vez llegamos a la escuela de fútbol americano para niños, Alan y su amigo van corriendo hacia el entrenador.

Dylan y yo nos sentamos en las gradas, observamos toda la práctica. Saco mi teléfono para tomarle una foto a mi hijo, cuando escucho unas risas femeninas. Dylan habla con unas madres, estas le sonríen coquetamente.

– Mi hijo es el que tiene el número siete en la camiseta –dice mi chico– le costó demasiado dominar esa técnica.

– ¿Tu también jugabas de pequeño? –pregunta una estupida pelirroja y el asiente.

– También jugué un poco de baloncesto.

Ruedo los ojos cuando veo como las pequeñas zorras siguen buscando conversación. Una vez el entrenamiento termina, me pongo de pies y Dylan me imita.

– Fue bueno hablarles, pero mi esposa y yo debemos irnos.

Toma mi mano y bajamos las gradas, mi humor no es para agradable. Por lo que en todo el camino solo me dedico a comer la hamburguesa que compramos para llevar.

Cuando llegamos a la casa, Dylan acompaña a Adrien a su casa junto a Alan y este se queda un rato con él.

– Ahora por que tienes esa cara.–ruedo los ojos y el se ríe. – Quien lo diría, Maya Hart es una celosa.

– Tu eres peor que yo, no digas nada.

Se acerca a mi y me abraza, estamos apoyados en la arena de la cocina.

– ¿Tienes ganas de darme amor? –niego con la cabeza.– ¿Por qué no?

– Tengo nauseas. –hago un puchero.

– Mm... tu siempre tienes nauseas, Mayie.

Ruedo los ojos. – Pero hoy más.

– Deberías decirle a tu ginecólogo que te cambie esas mierdas de pastillas, en los dos años que llevas tomándolas te las has pasado con nauseas.

– Lo sé, según el controlan más mis hormonas.

– Pues yo las odio, ya van más de siete veces que me ilusiono pensando que estás embarazada y solo son tus pastillas.

Me río. – ¿Enserio me quieres embarazada?

– Por supuesto, cielo. –me da un beso– Considero que deberías dejar de tomar las pastillas y que empecemos a crear ese bebé. Claro, si tú quieres.

Finjo pensarlo y luego de un rato hablo.

– ¿Quieres comenzar a intentarlo ya?

Sonríe y me sigue hasta la habitación.

– Me gusta cuando nos sintonizamos, amor. No fue un error escogerte como esposa y portadora de mis espermatozoides.

Me detengo y le propino un golpe en el brazo. – Eres un cerdo.

Long GameDonde viven las historias. Descúbrelo ahora