Capítulo 14.

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Maya.

A la mañana siguiente, me despierto con unas terribles nauseas. Voy a la cocina y tome un té, es lo único que me ha aliviado en estos días. Agradezco que Dylan no se encuentre aquí, no quería preocuparlo más.

Regreso a la habitación a arreglarme para ir al hospital, aprovecho y le llevo un cambio de ropa a él. Debía estar incómodo con ese traje.

Una vez en el hospital, voy a una de las máquinas expendedoras de café y presiono el botón que dice capuchino, el favorito de mi esposo.

Entro en la habitación, Dylan tiene su cabeza apoyada en la cama mientras se encuentra sentado en una silla. Me acerco y acaricio su cabello, este se remueve un poco.

– Dylan. –toco su oreja– Dylan.

– Papá ronca. –abro los ojos y alzo mi mirada. Alan tiene un rostro cansado.

– ¡Mi bebé! –pegó un grito y me acerco a él, dejando el café en la mesita que se encuentra a su lado. Lo llevo a mis brazos y beso su cabeza repetidas veces. – Mi precioso bebé, no dejaré que nada te vuelva a pasar.

– Mamá, me estas asfixiando.

Me alejo de él, no sin antes darle otro beso.

– ¿Cómo te sientes? –me golpeo mentalmente por no traerle nada de comer, pero suponía que eso era lo que esperaba el hospital. Después de todo, se encontraba en tratamiento.

– Cansado. – mira a su padre, el cual sigue dormido.– ¿Dormiste aquí?

Niego con la cabeza.

– Tu padre no me dejó, y solo había una silla.

– Podías haber dormido conmigo, esta cama es grande.

Sonrío y acaricio su cabeza, noto como se relaja. – No quería incomodarte.

La puerta se abre, y Alana entra. Dylan se despierta y limpia el chorro de baba que cae sobre su quijada.

– Así que ya despertaste, Alan. –saluda la mujer.

– ¿Ya me quitarán las agujas? –pregunta impaciente el niño.

Su madre se ríe y asiente.

– Sí. La enfermera te las quitará después de que haga mi evaluación, pero por lo que veo desde lejos te podrás ir con tus padres hoy.

Me impresiona la frialdad que tiene esta mujer, su hijo está al frente de ella y actúa como si fuese otro paciente más. Dylan se levanta y va al pequeño baño que está en la habitación, supongo que a enjuagarse la boca.

Alana se acerca y yo me alejo para que pueda inspeccionar a Alan.

– ¿Te cuesta respirar?

– No.

– ¿Te pica la piel?

– Un poco.

– ¿Te duele el estomago?

– Sí, porque tengo hambre.

Niego con la cabeza, Alan y su hambre.

– Ya te mandaré algo para que comas. –toma su muñeca con sus dedos y Alan frunce el ceño por el tacto. – ¿Sientes que habitación da vueltas?

– No.

– Entonces, te puedes ir Alan. – suelta su muñeca

– ¿Por qué estoy en el hospital?

– Comiste fresas, eres alérgico a ellas.

Alan me mira. – Mama, ¿enserio?

– Sí, tesoro.

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