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Lang Qian Qiu se detuvo en seco apenas entró en el departamento. Lentamente, cerró la puerta, inspeccionando la estancia con la mirada. Nada parecía estar fuera de lugar... y ese era el problema. Sin vacilar, atravesó la sala y siguió por el pasillo hasta la habitación del fondo.

Ni siquiera se molestó en llamar a la puerta. La única luz encendida en la alcoba era la lámpara junto a la cama; pero el ruido de la ducha llegaba claramente a través de la puerta cerrada del baño. El príncipe heredero de Yong An entró en silencio y se sentó en el borde de la cama. Bajó la vista y descubrió el montón de las ropas sucias de Gu Zhi. Instintivamente, se inclinó y recogió una prenda para doblarla con cuidado.

Cuando la puerta del baño se abrió, Lang Qian Qiu había terminado de doblar toda la ropa y ponerla ordenadamente encima de una silla. El dios marcial elevó la mirada para encontrar los ojos oscuros de su pupilo.

Gu Zhi se frenó en seco, sosteniendo con una mano la toalla en torno a sus caderas. El cabello húmedo estaba recogido en una coleta doblada en la parte de atrás de la cabeza. La piel brillaba ligeramente por el vapor del baño y el tatuaje que cubría su hombro izquierdo parecía más oscuro, más reciente.

—No sabía que estarías en casa — declaró al cabo de unos segundos.

—No se suponía que estuviera — admitió el mayor.

—¿Has...? — se aclaró la garganta antes de continuar, con moderado interés: — ¿Has estado trabajando mucho en estas semanas?

—Lo habitual. Un fantasma femenino haciendo un poco de alboroto en un centro comercial... y un... una striga, un vampiro europeo. No estoy seguro de cómo llegó a China; pero estaba creando muchos problemas en un pequeño pueblo... ¿Y tú?

—Bueno, también me ocupé de algunos demonios — respondió el joven, alzando una ceja.

Lang Qian Qiu se echó ligeramente hacia atrás, apoyándose en una mano, para estudiarlo con recelo.

—¿Demonios? ¿Acaso tu... amigo odia a los demonios?

Gu Zhi hizo un mohín, cual si se hubiese percatado de que hablara demasiado.

—A algunos — admitió con tono desenfadado —. Solo me quedaré esta noche, ¿sí? ¿Ya comiste? Puedo hacer algo...

—No te molestes — suspiró el príncipe, poniéndose en pie —. Pediré algo al restaurante de calle abajo.

—¿No tienes siquiera esos fideos instantáneos? — alzó una ceja el menor.

—Estuve fuera más de una semana. Acabo de llegar y... Olvídalo, Gu Zhi. Voy a llamar a ese restaurante.

—¡No seas ridículo! Me tomará unos segundos hacer cualquier cosa. ¡Comida caliente y hecha en casa, por todos los cielos! No comida para llevar. ¿Qué clase de oficial celestial come comida rápida?

Gu Zhi siguió refunfuñando mientras atravesaba la alcoba a grandes zancadas y dejaba caer la toalla en torno a sus caderas.

Lang Qian Qiu sonreía al verle comportarse con su habitual desenfado autoritario, como si él fuera el adulto responsable entre los dos. Cuando la toalla cayó, descubriendo totalmente el cuerpo de Gu Zhi, sin embargo, el príncipe heredero se enderezó en alerta.

Había criado a este niño. Lo había cuidado y alimentado, le había lavado las orejas y limpiado la cara de mugre. Lo había entrenado en las artes marciales. Lo había guiado en el camino de la cultivación hasta su ascensión. Y durante todos esos años, poco a poco, Lang Qian Qiu, su Alteza Real Tai Hua, fue enamorándose de su propio pupilo.

Mi destino... nuestro destinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora