CAPÍTULO 6

31.7K 2.3K 247
                                    

SOPHIA

—No sé por qué no me sorprende —me dice papá al otro lado de la línea—, antes te aguantó mucho.
—No fue por mí, fue por la residencia —aclaro—. Me dijo que le diste dinero...

—Deberías de agradecer que por ese motivo al menos conociste la vida de pareja por un tiempo, porque dudo que vuelva a pasar —mi agarre se vuelve fuerte contra el teléfono—, sé agradecida y no tramites divorcio hasta que...

—Le pagaste o no...

—Fue solo una motivación, un bono... —responde—. Deberías de ponerme en un altar en vez de enojarte. ¿Cómo terminó la cosa con el tal Peter? Es claro que sin ayuda nunca ibas a tener a nadie.

—Tengo que colgar. —Se me quebró la voz.

—¡Deja el drama! Igualita que tu madre, no soportó una minicopia suya y por eso huyó.

—Qué estés bien, papá. —Me despedí.

—No le des problemas a Eri... —Le colgué y arrojé el teléfono al sofá, abracé mis rodillas y me aferré a las mangas de mi sudadera.

Iba a comenzar con mi lloradera del día, pero el timbre sonó, así que me limpié las pocas lágrimas que salieron y me puse de pie.

Es domingo y le pedí a mi amiga Ximena que viniera a mi departamento, no puedo con esto sola y menos después de hablar con papá, ahora recuerdo porque siempre me he sentido del asco.

Arrastro los pies en lo que camino a la puerta, la abro y frente a mí tengo lo que quiero ser, una buena persona, hermosa y alegre.

—Por Dios, te ves fatal amiga. —Exclama Ximena con sorpresa mientras cerraba la puerta tras ella, y dejaba sus gafas de sol en lo alto de su cabeza.

—Gracias, son las palabras que necesitaba. —Musito irónica.

—Ok, ok perdón, soy la peor lo sé, pero dime ¿qué pasó? —Va a la cocina y se sirve un vaso de agua, mientras yo me siento en la barra desayunadora.

—El viernes llegué a casa y encontré a Erick revolcándose con su jefa en nuestra cama. —Comienzo a llorar de nuevo, maldita sea, me prometí ser fuerte frente a los demás.

De la impresión Ximena escupió el agua que había tomado, lo que me faltaba, tomé una servilleta y me limpié las gotas que alcanzaron mi cara.

—No puede ser, ese imbécil, qué poca abuela, dime por favor que lo corriste como el perro que es. —Se acerca a mí me abraza, su mano toma mi cabeza y la deja en su pecho, poniendo su barbilla sobre mi cabello.

—Claro que lo corrí, pero antes hice que él y su amante pasaran unas horas en la delegación, aunque no me hace sentir mejor. —Mi amiga peina mis mechones sueltos en señal de consuelo.

—Hubiera pagado una quincena por ver eso ―dijo riendo―, pero bueno —se separa de mí y toma mis manos. Ximena siempre ha sido mi apoyo desde que llegué a Nueva York—. No sé qué decirte amiga, solo que cuentas conmigo y aquí estoy para apoyarte y que espero que pronto puedas superar tu dolor.

Nos dirigimos a la sala, ya pedí una pizza para comer y prendí la televisión mientras mi amiga y yo nos sentábamos en la sala.

—¿Sabes qué fue lo que me dijo el muy idiota?

—¿Qué te dijo? Mi amor no es lo que parece. —Respondió imitando la voz de un hombre y provocándome una sonrisa.

—Aparte de eso... me dijo que era fea en pocas palabras y que perdí la única oportunidad de tener pareja, porque me iba a quedar sola. —Se me hizo un nudo en la garganta, pero no lloré, ya es ventaja.

La asistente perfecta [En edición]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora