SOPHIA
Bien, ya estamos en un salón en Brooklyn, quiero huir, pero parece que Ximena leyó mis pensamientos y está atenta a cada movimiento que doy, amodio que me conozca tanto.
—Miren a quién tenemos aquí. —Una mujer de unos 40 años, de color, algo rechoncha, con un cabello crespo hermoso y una sonrisa que te contagia, se acerca a nosotras y abraza efusivamente a mi mejor amiga, la mueve de un lado a otro y no puedo evitar posar una sonrisa en el rostro. Cuando se separan y la estilista posa sus ojos en mí, yo solo levanto la mano a modo de saludo y ella devuelve el gesto. Ladea su rostro, achica los ojos, inspeccionándome, giro el rostro para un lado, tratando de hacer que ella también ponga su atención en otro punto.—Hola, Jenny —habla mi amiga mientras lleva una mano a su pecho, como si el abrazo le hubiese sacado todo el aire—. Que gusto me da verte, mírate te ves más joven y radiante. —Le da la mano a la señora para que se dé una vuelta sobre sí misma.
—Las ventajas de tirarte a alguien 10 años menor, cariño, le absorbo la juventud. —Ríe animadamente y camina hacia las sillas donde atiende a sus clientas.
—Y bien, ¿quién es esta señorita tan linda? —Me señala con la barbilla, acomodo mis gafas y bajo el rostro al sentir que vuelve a tener su completa atención en mí.
—Muy bien Jenny, ella es mi amiga Sophia y necesitamos de tu magia. —Ximena pone sus manos en mis hombros y apoya su cabeza en la mía. Le dedico una sonrisa tensa a la mujer encargada de mi cambio, me guiña un ojo y toma mi mano, cosa que me toma por sorpresa, por inercia intento soltarme.
—¡Oh, lo siento! —Se disculpa y niego con la cabeza.
—No, no, está bien, solo no lo esperaba. —Afianzo su mano en la mía, mientras lucho con mis fantasmas.
Jenny me dirige a una de las sillas de estilismo que tienen en el salón, tienen buen espacio, hay unas seis sillas iguales a la que estoy sentada yo, cada una con un espejo tipo Hollywood, anoto mentalmente comprarme uno, lo amo. Hay unos cuatro lavabos de cabello, parece que hay una segunda planta porque al fondo veo escaleras, pero me apena preguntar si también es salón o quizá solo sea una bodega. En el lobby hay una mesa repleta de revistas viejas y nuevas, fácil son en total unas cien, en el muro del recibidor, que ya da a la sala de trabajo donde estamos hay dos sillones largos formando una gran L, si no me equivoco, la sala de espera.
En el par de minutos que me perdí tomando nota y viendo todo, me pusieron una bata oscura, además me soltaron el cabello de la pinza de mariposa que traía.
—Sophia, dime tienes en mente algo, alguna idea, o vienes en ceros. —Me pregunta Jenny y con pesar tengo que poner mi vista al frente, viéndome. La mujer con sus manos en mi cabello está con la boca torcida y escarbando entre mis mechones, como si estuviera pensando ideas para mí.
—Necesito algo que sea discreto, no me gusta lo llamativo, soy oficinista entonces también algo que sea fácil de peinar, no me agrada que me estorbe el cabello a la hora de trabajar, me gustaría que siga largo, odio el cabello corto —la lengua se me suelta como hilo no sé por qué razón—, si es necesario teñirlo, igual solo algo no muy radical —Jenny me ve con una ceja alzada—. Si se puede claro, era solo una opinión —titubeo y ella ríe discretamente.
—Claro que se puede, me sorprendió tu firmeza, pensé que eras de esas chicas que tienen miedo a decir lo que piensan o quieren, porque las hay y el resultado nunca les agrada por temor a expresarse —me describió a mí en mi día a día sin saberlo—. Aquí te vamos a quitar la imagen de niña, amiga mía y dejaremos a una sexy y hermosa mujer. —Mueve sus grandes caderas a forma de diversión.
—¡Eso es todo mi Jenny! —Mi mejor amiga se une a su baile y yo niego con la cabeza mientras me divierto al verlas tan alegres— Sorpréndenos por favor, tengo diez años esperando que Sophie deje de usar ese feo moño estirado, le prohibí que viniera con él o te daría un ataque.
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La asistente perfecta [En edición]
RomanceElla solo buscaba un trabajo normal, para seguir con su vida monótona. Para seguir creyendo que la rutina que tenía le hacía feliz. Pero no contaba con su amigo el destino, que le tenía preparado un poco de emoción a su aburrida costumbre.