CAPÍTULO 13

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SOPHIA

—Es perfecto. —Mi jefe le da carpetazo al fólder y me muestra una sonrisa apagada, la cual devuelvo, pero sin ganas. Verlo así es... triste.

—¿Quiere que la añada algo...?

—No, creo que es conciso y entendible y totalmente firme con el hecho de que será la única y última declaración... Bueno, eso espero. —Le veo soltar un suspiro, sus manos están unidas sobre el escritorio y me trago el impulso de poner las mías sobre las suyas para darle un poco de ánimo.

Sé perfectamente lo que está pasando, lo entiendo y admiro por la manera en la que lleva esta situación tan mediática.

Si para mí que viví y vivo con el duelo de mi matrimonio fallido a puerta cerrada, no quiero pensar cómo es para el ingeniero quien su caso se hizo de dominio público.

—Lo voy a imprimir en una hoja oficial, le pediré que lo firme y lo haré llegar a los medios.

—Te... —sacudió la cabeza, es la segunda vez que por error me habla de "tu"— Le agradezco.

Abro la computadora portátil en mis muslos, mando a imprimir el comunicado de prensa y una vez que la impresora anuncia que terminó me pongo de pie para ir por los papeles.

—No recuerdo si aquí tengo carpetas —habla el señor Hartell a mi espalda—. Perdón, es un caos trabajar aquí, pero no quiero regresar a la empresa hasta que...

—Lo entiendo. —Sé que no quiere tocar el tema, que le da vergüenza y simplemente no soporto escucharlo y verlo así.

Prefiero mil veces al frío, al distante e irrompible jefe que era hasta hace unos días.

Tengo cosas atascadas en la garganta, quizá no palabras de aliento, porque no sirven de nada, pero si la experiencia de que este mal trago solo será un rato y estará bien, que va a pasar y dejará de doler.

—Siempre haciendo cosas que no le corresponden —me dice mientras envió el archivo por e-mail a varios programas de chismes que se transmiten en la ciudad—, pero de verdad se lo agradezco mucho —se hace un silencio y vuelve a hablar en un tono mucho más bajo—. Pensar que si no hubiera sido tan confiado nada de esto estuviera pasando, debí ver más allá, y así usted no estaría metida en mis problemas personales. —Se ríe.

—La culpa no es de nosotros por confiar, se supone que eso es la pareja. Esto nunca se ve venir. Cuando elegimos un compañero es porque sabemos que bajaremos la guardia, porque estamos listos para mostrar nuestro lado vulnerable. No se puede vivir bajo amenaza con la persona que se supone es el amor de tu vida.

—Sus palabras siempre tan acertadas y ahora un poco reconfortantes. —Le devuelvo la sonrisa que me da, y ahora ambas son sinceras y nada forzadas.

—Iré a darles esto a los reporteros que están en la puerta.

Sé que necesita un tiempo a solas.

—¿Ya se va a la empresa también? —pregunta y no tengo idea de qué respuesta quiere— Yo no tengo problema alguno con que esté aquí. —Añade con mucha rapidez.

—Me quedo, hay algunas cosas que me gustaría ver con usted, ya que no estará en la junta de esta semana. —Miento.

Trabajamos con música de fondo, mi jefe me pide opiniones acerca de algunos temas y yo asesoramiento en la redacción de nuevos contratos.

El reloj de su escritorio nos anuncia que ya son las ocho de la noche y me sorprende como siempre se nos pasa muy rápido el tiempo.

—Ya se pasó su hora de salida, como siempre —habla entre avergonzado y riendo—. Pero esta vez no me voy a disculpar, me ha ayudado un montón para olvidarme de mis asuntos.

La asistente perfecta [En edición]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora