CAPÍTULO 19

34.9K 2.4K 751
                                    

SOPHIA

Extiendo mi brazo y golpeteo todo lo que puedo con mi mano mientras busco sin abrir mis ojos el teléfono.

Tiro un par de cosas de mi mesa de noche y suelto un gruñido.

¿Quién me marca un domingo por la mañana? Solo quiero dormir. Entre la clase de repostería de ayer y la cita quedé agotada.

Estoy pensando seriamente si no soy una mujer de setenta años atrapada en el cuerpo de una chica de veintitantos.

—¿Sí? —Gruño al responder.

—Alguien no amaneció de buen humor... —Se ríe Christopher al otro lado del teléfono.

—Más te vale que sea importante —amenazo sin importarme los modales, no me reconozco cuando me despiertan—, mis horas de sueño son sagradas.

—Si el desayuno no te parece importante, entonces no.

—¿Quieres venir a desayunar? —Gimo en protesta. Ya que eso significa que tendría que levantarme de la cama, bañarme y hacer esa rutina que he perdido desde que Erick se fue.

—Estoy en la puerta de tu apartamento.

—¿Qué?

—Mueve ya ese trasero y abre la puerta, el café se está enfriando.

—¡Maldición! —Me quito las cobijas de encima, voy corriendo al baño mientras me hago un alto y feo moño en lo alto de la cabeza, a trompicones lavo mi cara y comienzo a cepillar mis dientes.

Cierro el grifo del agua, seco mi rostro y corro hacia la puerta principal. Agradezco internamente seguir con mi rutina de bañarme antes de dormir.

—¡Voy, voy! —Grito.

Pongo mi mano en el pomo, lo giro y abro la puerta, quiero lanzar un gruñido de nuevo. Nadie debería de verse tan bien en un domingo por la mañana.

—¿Puedo pasar o...? —Pregunta con una sonrisa en el rostro y lo miro mal.

—Debería quitarte el almuerzo y echarte. —Le ayudo con la charola de cafés y lo escucho reír a mi espalda.

Nadie debería de reírse en un domingo por la mañana.

—¿Qué haces aquí? —Le pregunto una vez que me dejo caer en el sofá y le doy un sorbo a uno de los cafés que ha traído.

—Quería saberlo todo acerca de cómo te fue ayer —alzo una ceja mientras escondo mi sonrisa en el vaso—. Ya sabes, eso hacen los amigos.—Comenta mientras desenvuelve un bagel y me lo ofrece, para entonces sacar otro.

—No me malentiendas, no estuvo mal, solo que no sentí química —hablo porque el muy chantajista me ha ganado con comida—, sin embargo, analizando todos los acontecimientos —comienzo a divagar—, y mis antecedentes, he llegado a la conclusión que el problema puedo ser yo.

—¿Cómo qué tú eres el problema? —Traga su bocado para mirarme confuso.

Ya sabes, si veo las cosas buenas de ayer, tendré otra cita, los besos serán más largos, habrá toqueteos y en una tercera cita, me pedirá cama, y no sé qué hacer en una maldita cama.

Reprimo las ganas de contarle lo que me pasa.

—Cosas de chicas, cosas que no se le cuentan a los chicos. —Aseguro y doy otra mordida al delicioso begel.

Lo veo pasar una servilleta por las comisuras de su boca, después limpia sus manos.

—¿Vas a comerte el otro? —niega— ¿Para qué dos más entonces? —Digo tomando uno más.

La asistente perfecta [En edición]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora