Románticismo.

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El clima en Napa es cálido hasta por la noche.
Tres rápidas horas de vuelo nos han llevado hasta aquí. Hemos cenado en el jet una deliciosa langosta y hemos bebido vino y champán mientras hablábamos de sus expectativas para con este negocio.
Taylor aparca el coche en una lujosa mansión de piedra, rodeada de grandes arboledas.
El olor a jazmín inunda la maravillosa noche estrellada de julio.
Christian me rodean la cintura y me besa la mejilla.

-No está mal, ¿eh? -dice bajito.
Niego mirando la planta baja de grandes cristaleras.

-Es impresionante.

-Ven, te voy a enseñar lo que más me gustó cuando la vi -dice cogiéndome en brazos.
El corazón se me acelera al imaginarme esta situación muy distinta.
Una estúpida fantasía en la esta es nuestra casa, y Christian y yo llegamos como marido y mujer y me lleva en brazos como ahora para cruzar el umbral.
La idea se me hace tan romántica, tan perfecta, tan absurda y ridícula que se me escapa un pesado suspiro.
-¿Estás cansada, nena?
Cierro los ojos ante su tono extremadamente cariñoso y le abrazo escondiendo la cabeza en el hueco de su cuello y le huelo.
Empiezo a oír el sonido del agua.

-Un poco. -Cariño. Quiero añadir, pero me lo trago para mis adentros.

-Yo también. Solo un poco más.
Levanto la cabeza y jadeo ensimismada.
Contemplo llena de emoción el patio trasero.
Una enorme enredadera cubre la parte trasera de la casa. Hay un porche de madera con hamacas blancas y una mesa. Todo de césped y grandes árboles con luces y farolillos rodean una increíble piscina con efecto desbordante.
-Y mira -dice y cruza la enorme piscina hasta el fondo donde hay una barandilla de piedra. Bajo la mirada al segundo piso también de césped, pero lo mejor, es la cascada que cae hacia abajo desde la piscina.

-Madre mía, Christian -digo sin aliento bajándome de sus brazos y asomándome por la barandilla para ver el agua caer a una alargada fuente-. Esto es precioso.
Pongo mis manos encima de sus brazos cuando me rodean la cintura y me besa la cabeza. Me giro y le rodeo el cuello pegándole a mí.

-Tú sí que eres preciosa.
Me ruborizo y siento que mis mejillas arden y bajo la mirada a su camisa blanca y le acaricio el pecho duro y prieto con suavidad y respiro hondo casi con dificultad.
¿Siempre es así?
Las mujeres caerán rendidas a sus pies.
Pone sus dedos en mi barbilla y me levanta la cabeza para que le mire. Y sus ojos titilantes por las luces y su sonrisa encantadora me dejan anonadada pero consigo mantener la calma pese a que tengo ganas de gritar que le quiero.
¿Estoy loca? Sí, totalmente.
Acabo de imaginarme como su mujer y hace horas que le conozco.
¿Qué coño hago?
-Pareces a punto de desmayarte -dice preocupado sujetándome con fuerza.
Asiento varias veces.

-Sí, sí, Christian estoy a punto de desmayarme -digo sin aliento y jadeo de la impresión cuando me vuelve a coger en brazos.

- ¿Qué te ocurre, cariño?

-Oh, Dios -echo la cabeza hacia atrás con dramatismo dejándola caer.

-Anastasia -dice y me tumba en una hamaca blanca frente a la piscina y él se sienta a mi lado y me toca la frente. Su bonito ceño fruncido forma una autoritaria arruga en su frente-. ¿Te ha sentado mal la cena?
Niego.

-No. Es que tú...todo esto -hago un gesto abarcándolo todo y el frunce aún más el ceño.

-¿Qué? ¿No te gusta? -pregunta.
Suspiro y vuelvo a mirar a mi alrededor.

Corazones abiertos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora