La guerra había terminado cuando el último pétalo había caído. Cuando la última rosa había sido pisoteada y maltratada, el caos se detuvo.
Miles de personas habían muerto. Cientos de niños habían perdido el rumbo y habían desaparecido. El fin del ca...
A manos de un loco codicioso, cegado por su avaricia y sus anhelos de cumplir sus sueños, convertidos en peones y en muñecos, estaban atrapados. Ellos estaban en un juego, manejado por aquel que hizo el orfanato y por quien los estaba tratando de salvar de aquel lugar.
Iguro no se encontraba en condiciones de jugar, si era sincero. Su memoria había sido borrada y aquellos recuerdos que tenía vagaban a duras penas por su mente, luchando por ser algo importante. Pero lo que quería saber realmente era qué estaba pasando, cómo había acabado ahí y por qué estaba ahí. ¿Quién controlaba todo esto del orfanato? ¿Quién era su enemigo acérrimo que estaba tratando de hacerle la vida imposible? ¿Quién era Kagome? ¿Quiénes eran los Kamado?
¿Quién era quién? Ya no sabía distinguir a las personas, probablemente todos eran falsos, tal vez ni ellos sabían quiénes eran realmente. O eso quería pensar, porque se sentía muy solo y extraño al ser el único que se preguntaba eso constantemente, sobre todo, después de todo lo que estaba sucediendo.
— Iguro, ¿no vendrás a comer?— Pudo escuchar una voz suave y amable, la cual le trajo muchos recuerdos de su infancia. Una joven de cabello liso, que le caía sobre los hombros como cataratas y le llegaba hasta la cintura, con unos profundos y hermosos ojos lilas que brillaban con intensidad y que siempre lo hacían sentir calmado. Dos mariposas a cada lado de su cabeza, de los mismos colores que el cabello de Kagome. Al ser consciente de quién era, el miedo lo consumió. Pudo tener un ataque ahí mismo, pero no podía hacer nada por voluntad propia. De hecho, pasó justo lo que no quería.
— No tengo hambre.— Escuchó su propia voz, pero de cuando era pequeño. Cruzó sus brazos por encima de su pecho, a la vez que hacía un puchero, el cual fue visible porque aún no tenía las vendas puestas.— Además, no quiero que los demás vean estas marcas. Prefiero comer aquí.— Se quejó. Kanae dejó escapar un suspiro y se sentó a su lado, apartando varios mechones de su cabello de su rostro y dejándolos tras su oreja.
— ¿Sabes que esas marcas son hermosas?— Obanai la observó con el ceño fruncido. Fue a protestar, pero la suave voz de Kanae lo detuvo.— Dejando atrás todo el dolor, lo que sufriste al obtenerlas... Han pasado a ser parte de ti. Te han hecho único e incluso con ellas sigues siendo hermoso. No son desagradables. Así que no tengas miedo de mostrarlas.— Sin pensarlo dos veces, se inclinó para besar la frente del menor.— Además, una chica ha confesado que le gusta cuando las muestras. Dice que le encanta ver como alguien no se avergüenza de algo que él no provocó. Que no tenga miedo de ser juzgado, porque así sabrá quién permanecerá a su lado, sin que le importen esos defectos que lo hacen humano.— Dijo a escasos centímetros de su frente. Iguro sonrió débilmente.
— Fue ella, ¿cierto?— Kanae sonrió y asintió.
— De hecho, está aquí. Pero se avergonzaba tanto que se quedó fuera.— Obanai se giró para observar atrás, entonces, la vio a ella en el umbral de la puerta, mirando avergonzada la dirección en la que ambos se encontraban.
— ¡No está muerto!— Escuchó a Inosuke gritar. Luego, escuchó a alguien resoplar.
— Inosuke, no seas tan brusco.— Le reprendió Tanjiro. El chico salvaje soltó una risa nasal.
— ¿Cómo querías que lo dijera, entonces?— Preguntó, y Obanai dedujo que estaba con el ceño fruncido. Intentó contener la risa, cuando se dio cuenta de que no llevaba las vendas.
— ¡Di que ya ha despertado!— Shinobu, quien estaba entrando en la habitación en ese momento rio suavemente.
— No pasa nada por eso, Tanjiro.— Hizo una corta pausa y se sentó en la cama en la que Iguro descansaba.— Ahora, necesito que os marchéis, por favor. Y cerrad la puerta.
— ¡Sí!— Kamado tomó el brazo de su mejor amigo y salió de la habitación, cerrando una vez ambos estuvieron fuera.
Kochō se aseguró de que realmente se habían marchado y tras eso volvió a donde estaba antes, solo que en esta ocasión no se sentó, sino que se quedó de pie a su lado.
— ¿Cómo te encuentras?— Preguntó la de cabello bicolor mientras le ponía un paño mojado sobre la frente, apartando antes su cabello.
— ¿Qué ha pasado?— Preguntó.
— Te desmayaste. Además de que te ha subido la temperatura. Tienes fiebre.— Hizo una corta pausa.— ¿Te duele algo?
— La garganta.— Shinobu suspiró.
— Será un simple resfriado.— La joven parecía aliviada.— Dime, ¿hay novedades?— Inquirió. Iguro suspiró.
— Sí... Sí las hay.— Hizo una corta pausa.— ¿Sabes algo sobre las marcas de Muichiro y Genya?— Kochō se tensó. Está bien, era algo serio.— ¿Kagome también las tiene? ¿Qué son?— Shinobu carraspeó su garganta.
— Sí... Sí. Las tiene. Y no sabemos qué es. Lo único que sabemos es que cada cierto tiempo expulsa veneno y pueden ser mortales.— Dio la única información que habían obtenido. Iguro la observó con miedo.
— ¿Cada cuánto tiempo...?
— Cada mes, para ser exactos. Cuando aparecen enfermas durante varios días, pero luego pasan a durar un día. Son una carrera contra el tiempo.— Informó.— Es una cosa de vida o muerte. Supongo que hoy Kagome estará en cama por las marcas.— Obanai pareció asustado. No le gustaba nada pensar en todo el sufrimiento por el que debían pasar.
Pero lo último le llamó mucho la atención.
Kagome... Kagome... ¡Kagome! ¡Ella tenía las marcas!
Y también recuerda... El color de cabello de todos cambió de una forma extraña al obtenerlas. Excepto Tanjiro, esa marca suya parecía de nacimiento.
— ¡Espera un momento! ¡Eso quiere decir que Muichiro y Genya serán...!— Iguro se sentó sobre su cama, exaltado. No pudo terminar porque la fría y suave mano de Shinobu lo impidió, volviendo a tumbarlo.
— Ellos se irán de aquí. Como Kagome, Kyojuro, como yo. Por lo visto, cuando esas marcas aparecen, nos volvemos inútiles para ellos.— Aclaró.— Pero, dejando de lado eso, no te preocupes. Nosotros los acogeremos.— Hizo una corta pausa para observar al joven. Respiraba con dificultad, se veía asustado.— Será mejor que descanses. Esto te está haciendo daño. No queremos...— Suspiró y pareció medir sus palabras.— Que te pase nada malo.
Sus miradas chocaron. Ambas emanaban miedo y desconfianza.