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Cuando la conoció, era una chica muy callada. Jamás hablaba con nadie, y siempre que salía la encontraba a la lejanía, jugando con las hojas que los árboles soltaban. En un principio, sus ojos estaban vacíos, además de que se podían ver claramente heridas en su pálida piel.

— ¿Qué estás haciendo?— Se atrevió a preguntar Obanai al ver a la niña de seis años jugando sola. Ella alzó su mirada para mirarlo varios instantes, antes de volver a dirigir su mirada al frente.

— Nada en especial.— Dijo desanimada. Iguro no comprendía por qué estaba triste, así que se puso en cuclillas a su vera para poder entablar una conversación y comprenderla mejor.

Pero jamás llegó a comprender por qué aquella niña estaba siempre tan triste. Sin embargo, logró entablar una amistad, la amistad más importante que pudo tener. “Kagome” fue la mejor persona que pudo conocer, pensamiento que con el paso de los años se fue reforzando.

Pasaron muchos momentos juntos. Construyeron unos recuerdos hermosos, en aquel horrible lugar.

Sin embargo, un día la felicidad desapareció.

— ¿Te... Irás...?— El chico de las vendas había quedado de piedra.

— Yo... Lo siento...— La chica parecía estar a punto de estallar en lágrimas.— No quiero separarme de ti, pero...— De pronto, sintió unos brazos alrededor de su cuello, para seguidamente sentir el cuerpo del contrario chocar con el suyo.

— Te extrañaré.— Hizo una corta pausa, tratando de no echarse a llorar.— Prométeme volverás. Que me visitarás aunque ya no vivas aquí.— La de cabello bicolor soltó una suave risa y correspondió el abrazo.

— Claro que lo haré.

— Por cierto, tengo una pregunta.

— ¿Sí?

— ¿Qué es esa marca?

— Debemos borrar todos los recuerdos de él. Ella jamás volverá a entrar aquí así que no nos importa que siga recordando todo esto.— Comentó Douma.— Para los que están fuera del orfanato es una tortura mantener sus recuerdos y no hacer nada al respecto. Mira a Akaza.— Hizo una corta pausa.— El caso es que debemos intervenir nuevamente en ese chico. No sé cómo, pero con la presencia de la niñata esa cambia completamente... Ya es la segunda vez que debemos eliminarla de su mente.

— Y esta vez no será tan efectivo. Probablemente y con suerte, no recuerde su nombre.— Douma sintió la presión cuando aquellos penetrantes ojos rojos se posaron en él.— Pero no perdemos nada por intentarlo. Duérmelo y tráelo al laboratorio. Haz todo lo posible por eliminarla de su mente. Y si no, nos apañaremos con que no recuerde su nombre y pierda los recuerdos clave. Y, por si acaso, prohíbe que el nombre de esa niña sea dicho frente a él. En el momento en el que lo sepa, lo recuperará todo.

— ¡Entendido!

Y aquel, fue el comienzo de todo.

Y aquel, fue el comienzo de todo

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— Sí. Incluso si me toma cien años... ¡Lo conseguiré!

— Eso no es lógicamente posible.

— Soy consciente de ello. Pero, no arruines mis planes, anda.

Ahí estaban nuevamente. En una zona aislada del gran jardín del orfanato, hablando de temas triviales. Obanai sentía que aquel era un día distinto de los otros, libre de tensión.

— Está bien, lo lamento.— Rio suavemente.

Habían pasado casi dos semanas. No le había dicho nada a Kagome de la información que Tanjiro le había revelado, y tampoco que sabía quién era y lo único que le faltaba era su nombre.

Entonces, recordó aquello en lo que había pensado el día anterior.

— Kagome.— La llamó. La joven lo observó por encima de su hombro y se quedó en silencio, esperando a que Obanai prosiguiera.— Tengo una pregunta.

— ¿Sí?— La de cabello bicolor caminó hacia él y se sentó a su lado.

— ¿Cómo se supone que entras aquí?— Ella suspiró.

— Es... Difícil. Está prohibido entrar, así que busqué mi propio camino.— Explicó.— ¿Necesitas saber algo más?

— Sí. ¿Qué sucede en el día de cierre de puertas?— Kagome pareció dubitativa durante varios instantes.

— ¿Alguna vez has seguido el camino de las flores Kami?— Preguntó.

— ¿Las brillantes?— Kagome asintió.

— Se dice que son flores que reflejan el alma de dioses. Por eso brillan con esa intensidad. Al igual que todas las plantas aquí, solo que es un brillo especial.— Hizo una pausa.— Volviendo al tema. Ven y te mostraré.— Sin darle tiempo a contestar, comenzó a caminar hasta el lugar nombrado.

Estaba en la parte oeste del edificio, muy alejado de este mismo. Iguro no tardó en divisar un largo camino de flores mientras caminaban. Brillaban con intensidad e iluminaban el camino que los árboles hacían ver oscuro al impedir que la poca luz que la luna y las estrellas ofrecían pasaran para iluminar aquella zona.

Habían flores de diversos colores y todas desprendían un brillo bastante cautivador. Todas eran o moradas, azules, amarillas, blancas, beiges, negras, verdes y de muchos colores más.

Juntos avanzaron, siguiendo el camino que las flores creaban, hasta que llegaron hasta el final del camino, marcado por una gran puerta.

— ¿Quieres decir que...?— Obanai observó la puerta confundido.

— Cuando cierran las puertas y ventanas del edificio, abren esta que da con el exterior. No existe forma de que sea abierta, por eso no se molestaron en ocultarla.

— ¿Y las ventanas por qué?

— Podéis escapar por ellas.— El de vendas se sintió avergonzado por un instante, no haber pensado en que eso podría pasar era un poco estúpido.

La joven lo observó fijamente durante varios segundos antes de echarse a reír. Obanai no podía describir bien qué transmitía la de cabello bicolor a través de esa risa, pero tenía claro que no se burlaba de él.

— No te preocupes, a veces las respuestas son tan simples que no las creemos y buscamos otras más complejas. Pero debes pensar que no siempre es así.— El de vendas asintió en silencio.— Bueno, ¿volvemos?— Preguntó mientras se giraba. Iguro la observó antes de sonreír, sonrisa que no se podía apreciar debido a las vendas que cubrían la parte inferior de su rostro. Entonces, Kagome comenzó a caminar de vuelta al lugar en el que antes descansaba junto a él.

Ambos caminaban en silencio, hasta que el de cabello negro decidió romperlo.

— Oye, Kagome...— La llamó con algo de miedo. No sabía si lo que iba a hacer era correcto.

— ¿Sí?— La chica de orbes verdes se giró para observar a su acompañante, a la vez que pasaba algunos mechones tras su oreja ya que una fuerte ráfaga de viento los había revuelto en ese momento. Su rostro era adornado por una suave sonrisa, una que mostraba su tranquilidad.

Una brillante hoja desprendió. Y un recuerdo azotó al joven propietario de la serpiente.

Niwa ➳ ObaMitsu (Cancelada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora