Vuelvo a.

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"Crawling in my skin

These wounds, they will not heal
Fear is how I fall

Confusing what is real"



Juntar el coraje de abrir los ojos aunque hacía ya mucho tiempo el sueño se había ido, levantarse, sujetarse la cabeza,  caminar hacia el espejo, mirar los nuevos morado porque anoche Tengen decidió que sería divertido  patearlo y él simplemente no podía pensar en nada más que llevaba cerca de tres semanas siendo, no quería decirlo, día a día. En la escuela, en su auto cuando lo interceptaba, un par de veces más en su casa y el cuerpo le dolía todo el tiempo, quería vomitar todo el tiempo, quería llorar todo el tiempo pero simplemente, simplemente dejar que el agua enjuagara su cabello, vestirse, lavarse los dientes después de las dos cucharadas al cereal que sabía tan amargo, amargo mientras caminaba sabiendo que era demasiado temprano y el sol ni siquiera parecía asomarse pero si Kaigaku lo veía volverían a discutir y debería recordar la última pelea que tuvieron donde le gritó que ni siquiera eran hermanos, que debía dejar de fingir que hacía todo ese teatro de la psicóloga sólo para calmar su culpa, no porque realmente le importara. Porque si le importara no se hubiera largado esa tarde. Porque si le importara ya hubiera notado las manchas de sangre que siempre había en su ropa cuando volvía de la escuela. No, su hermano no tenía la culpa. Sintió esa mano disimuladamente acariciar su nuca mientras se aproximaba a la escuela y ni siquiera necesitaba levantar la cabeza para saber quien era o pensar qué significaba. Lo tenía cerca todo el tiempo, asfixiándolo, no dejándole olvidar jamás qué era, en qué se había convertido. Suspiró, siguiendo de largo, mirando los primeros rayos del sol jugar con el polvo del patio que pronto comenzaría a llenarse, pero ahora la escuela sólo les pertenecía a ellos dos, porque por supuesto que Tengen descubrió que llegaba mucho más temprano pensando que lo hacía para esconderse de él. 


Pero, no había manera. Seguir al adulto hasta su cubículo, escuchar la puerta cerrarse y enseguida sentir sus manos en su cintura, subiendo por dentro de su ropa, arañando, nunca amables, siempre marcando, empujarlo contra el escritorio y poner sus manos en su cuello, porque por más estúpidamente irónico que sonara, esa era la única manera en la que podía ser tocado últimamente. Y necesitaba tanto de un abrazo. Se demoraba, dejando que Tengen bajara su pantalón, sintiendo su calor, su pecho bombear sangre como si realmente fuera un humano. Dejaba que lo besara y algunas veces él mismo buscaba sus labios porque algo en ellos le recordaba lo cálido que había sido Tanjirou, lo dulces que habían sido sus besos desde el primero hasta el último. Suspiraba, retenía el aire mientras Tengen lo giraba en el escritorio, susurrándole que era increíble que aunque no había dejado de metérselo ni un sólo día todas esas semanas seguía tan apretado como la primera vez y Zenitsu entonces se cubría las orejas porque no quería escuchar sus sonidos de bestia, apretaba los ojos mientras Tengen entraba en él, martilleando, disolviendo todos sus soportes, reduciéndolo a nada mientras le clavaba la hebilla del cinturón en el glúteo, los papeles en el escritorio se sacudían pero debía aguantar, un poco más, cuando le clavaba los dedos en las caderas era porque ya estaba por acabar, duraría poco, le besaría la nuca, le escucharía limpiarse y arrojar el pañuelo al bote de basura, marchándose, diciéndole que podía quedarse un rato más allí si quería pero no hiciera nada estúpido y en verdad no comprender a qué se refería. 


Se subió el pantalón cuando las rodillas dejaron de temblarle y aunque odiaba tener el semen de Tengen dentro suyo todavía, mojándole la ropa interior, ese día estaba demasiado cansado. Sacó la cajetilla que guardaba en su mochila sin un sólo cuaderno porque de todas formas los profesores ni siquiera notaban si estaba o no en clases y él ya no estaba entendiendo nada. Si se recostaba contra ese archivero quedaba en el ángulo necesario para que el humo saliera y no dejara su aroma en el cubículo. No quería que Tengen le volviera a golpear por eso, las costillas todavía le  picaban por el dolor. Alcanzaba a mirar el mar de alumnos que comenzaba a entrar en suaves olas, uniformes, en grupos, sonriendo, preocupados, algunos aliviados. Era gracioso lo lejos que se sentía de ellos, como más que estar en el noveno piso, estuviera en la novena dimensión más alejada de ese mundo. Quería reírse, pero el aire se le fue al ver a Tanjirou caminar al lado de ese chico, lo conocía, era el hermano menor de su profesor de historia. Se había hecho sospechosamente cercano a Tanjirou desde que fue evidente que habían terminado. Solía hacerle bromas sobre eso al muchacho, diciéndole que era el único que no notaba que Senjuro estaba loco por él. Y él tenía cierto fetiche por los rubios, solía bromearle también. No importaba, realmente. Había escuchado hablar con Inosuke sobre sus planes de cambiar de escuela cuando acabaran las vacaciones. Lo entendía, desde lo más profundo de su corazón lo entendía. Tanjirou era un buen chico. 


¿Pero no lo era él también?


No importaba. A esas alturas ya no importaba si había sido o no culpable de nada. Ya estaba tan sucio y roto que  era imposible que volviera a encajar en cualquier lado que no fuera entre las piernas de Tengen. Le alegraba que al menos Tanjirou y su hermana pudieran irse sin heridas de aquél incendio. No se sintió triste por el sonrojo en sus mejillas cuando Senjuro le dio un bonito recipiente con comida antes de besarle la mejilla y salir corriendo. Más bien envidioso por la normalidad que transmitían allá afuera, mientras él estaba ahí, sintiendo la humedad en su ropa y el dolor en sus caderas. Inhaló el humo con ganas, exhalando para borrar la escena. Las clases ya no tardarían en comenzar y tampoco lo harían en terminar y debería esperar a Tengen en el estacionamiento otra vez porque sabía que una vez no era suficiente para él y ya estaba cansado de huir. 



-Nunca vas a dejarme en paz ¿Cierto?- susurró al viento, mordiéndose la punta del dedo índice, ya con las uñas destruidas. Retuvo dos segundos el mundo en su interior cuando un pensamiento lo sacudió de punta a punta, esperando que se marchara pero comenzaba a tomar más fuerza, gritando más  desde adentro hacia afuera, mira por la ventana, decía, siente el vértigo del vuelo que da el aire. Kaigaku era joven, tendría muchos años para recuperarse de eso y como fuera el abuelo estaría a su lado todo el tiempo que pudiera para darle un sentido a su vida. Se necesitarían mutuamente tras eso, serían el soporte uno del otro y eso les mantendría vivos, sanos. Sacó las piernas por la ventana, sentándose en el filo, sin atreverse a mirar las cenizas que caían de lo último que quedaba del cigarro. Arrojó la colilla antes de impulsarse hacia el frente. 





Muchas horas después, cuando los curiosos y las ambulancias, las patrullas policiales y los cuerpos periciales ya se habían marchado, incluso durante las primeras horas del día siguiente, en el suelo seguía siendo visible una mancha de un intenso color rojo cereza. 

Rojo CerezaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora