Trastabillar

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Miró los dedos de Tanjirou escurriéndose como agua entre los suyos,  siempre en una ola, doblando sólo la punta para acariciar su palma, su pulgar encima, el calor que le hacía recordar que sus manos siempre sudaban por los nervios pero al muchacho no parecía molestarle en lo más mínimo, preguntando qué planes tenía para más tarde, si había comprendido la clase de álgebra, si estaba bien tras el regaño del profesor Shinazugawa. Le hablaba con tanta suavidad que el corazón se le hacía piedritas al derrumbarse por no estarle prestando realmente atención. Soltó su mano cuando iban a entrar al salón de clases, disculpándose.


-No hice la tarea y no quiero que Rengoku me riña- frunció los labios, se encogió de hombros y Tanjirou suspiró, preocupado.


-Puedes copiar la mía, tenemos un par de minutos todavía-


-Sabes que no escribo tan rápido- tomó la mano de Tanjirou para besarla, sonriéndole- descuida, me iré a esconder a la enfermería, quizá pueda ayudar en algo a Tamayo-


-Debes comenzar a ser más responsable, cariño- suspiró de nuevo, cerrando los ojos, tomando el rostro de Zenitsu entre sus manos, besando la punta de su nariz y su frente- te daré los apuntes a la hora del receso ¿Está bien? Dame tu mochila para esconderla- 


-Eres el mejor- sonrió, besando su frente y corriendo por el pasillo antes que alguien lo encontrara. Suspiró, tentando en el bolso de su camisa antes de mirar a los lados de la escalera que llevaba a la planta superior. Los del club de jardinería ya debían estar en clases. Abrió la pequeña puerta con cuidado de no hacer ruido. Acarició los pétalos y las hojas de las plantas y flores regadas en el espacio, caminando en línea recta hasta el cobertizo. Cerró la puertecita con cuidado, dejándose caer contra ésta. Hacía un par de meses que abandonó el club por falta de interés real. Le encantaban las flores y todo aquello, pero realmente no se sentía capaz de cuidar de ningún ser vivo, ni siquiera él mismo. Ya no era parte del club pero seguía frecuentando ese refugio perdido. Tentó sobre su camisa de nuevo, metiendo la mano para sacar la cajetilla y el encendedor, prestando atención al más mínimo ruido de fuera. No había nadie, nada. Colocó el cigarro entre sus labios, encendiéndolo y cerrando los ojos, dejando al humo entrar en sus pulmones como si al expandirse dentro suyo pudiera arrastrar las cosas que no quería sentir y al expulsarlo se fueran también en esa humarada gris y sucia hacia el aire. Se masajeó el puente de la nariz, repasó el lugar donde el pulgar de Tanjirou le había acariciado en la mano y resopló, enfadado consigo mismo- Después de todo fueron más de siete años...- dejó saber al aire, hacia los costales de fertilizante y tierra. Aspiró de nuevo, más largamente, disfrutando el chisporroteo del papel al incendiarse. Kaigaku le insistió hasta el cansancio que debía pensarlo mejor, que debía meditar si realmente ya había superado a Nezuko. Fue un enamoramiento que duró siete años desde que fue consciente de él pero pudieron ser muchos más atrás y sólo le puso fin al tema porque ella estaba enamorada de alguien, pero ¿él realmente ya no lo estaba? Kaigaku fue despiadado al increparlo al respecto, al decirle que parecía estar reemplazándola con Tanjirou y aunque Zenitsu casi todos los días podía afirmar que su sol de primavera no era el plan b, había ocasiones como esas en las que simplemente le era imposible mentirse a sí mismo. 


Amaba a Tanjirou con el alma, podía decirlo sinceramente. Pero no podía despegar sus ojos de la forma en que Nezuko se había quitado la niñez de la carne. Entonces le respondía de forma más brusca a Inosuke, se medía menos en sus juegos de por sí rudos e incluso lo golpeaba abiertamente, disfrazándolo quizá como su manera de convivir. Pero cualquiera lo suficiente atento podía verlo, los ojos miel encendidos al ver el esmeralda de Inosuke, la forma en que su boca se arrugaba deseando escupirle que él era una maldita bestia y no tendría qué haberse siquiera atrevido a mirarla. No a su capullo de duranta. No es que ella jamás le hubiera dado pie a ninguna ilusión y recapitulando en el pasado se sentía como un patán. Demasiado evidente, demasiado invasivo y aunque la cara le doliera de vergüenza, demasiado cretino y morboso. Pero había volcado todos esos sentimientos en Tanjirou, en la relación que llevaban construyendo desde hacía casi un año. Había madurado, había cambiado y todo se lo debía a él. Entonces esa pequeña duda comenzaba a picarle, si estaba realmente enamorado o sólo agradecido y las cosas comenzaban a tambalearse sobre sus cimientos. Dejó salir el humo en una cortina hacia arriba, sin jamás dejar de prestar atención a los ruidos allá afuera. Necesitaba hablar con alguien. No podía ser con Inosuke, menos con Tanjirou y ni hablar de Kaigaku quien lo vería no con burla pero sí con ese brillo amenazando que debía dejar a Tanjirou en ese momento y sería el único consejo que recibiría. Miró su celular, pensando que la clase de historia estaba por acabarse y necesitaba pasar al baño a enjuagarse la boca o llegaría oliendo a cigarro y el finísimo olfato de su novio lo pondría en aprietos. Recordó que el profesor Uzui le había dado su número la última vez que lo encontró llorando en la esquina de la escuela. Mordió el filtro del cigarro, pensando. Bueno, no tenía nada por perder si preguntaba. Pulsó el botón de enviar tras preguntar si podía hablar con él tras las clases. Apagó el cigarro contra el suelo al recibir una respuesta, diciéndole que tenía una asesoría más tarde, pero que lo podía encontrar en algún punto más tarde. Se sacudió el pantalón, se guardó de nuevo el encendedor y la cajetilla, mirando las flores y las plantas una última vez antes de cerrar la puerta y correr hacia el baño.

Rojo CerezaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora