No saber

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Tanjirou era el niño de oro. Amable con cualquiera que se acercara y siempre educado con los adultos. A donde iba dejaba relucir la maravillosa educación que recibió en casa y el alma pura que conservaba. No había en él ni una sola brizna de malicia y por el contrario todo cuanto lo movía solía ser para ayudar a los demás, para verlos felices. Las personas de sus alrededores lo reconocían porque era el muchacho que siempre cargaba con todos sus hermanos menores para hacer las compras, para vigilarlos en el parque o para llevarlos a la escuela. Siempre con una sonrisa, siempre cargando con venditas para las rodillas raspadas, dulces para el dolor de estómago. Todas las madres de la escuela decían lo mucho que desearían que ese manojito de canela y anís fuera su hijo, o mínimo amigo de sus hijos. Eso predisponía a los demás niños a sentir cierto resquemor por él, pero después de un par de minutos era imposible no caer en el encanto de Kamado. Todos lo amaban. Era el sol a donde iba y todos giraban hacia él. Por eso todos podrían haber comprendido por qué Zenitsu se hubiera enamorado de él pero ¿Tanjirou qué motivos podía tener? Ese chiquillo era grosero, egoísta y lloraba por absolutamente todo y siempre. 


Pero Tanjirou lo miraba  como si fuera el jardín prometido, las letras de oro con las cuales Dios mismo creó el mundo. Incluso antes de poder darle forma y madurez a sus sentimientos, cuando Inosuke no llegaba a sus vidas y su madre todavía se ocupaba de sus hermanos menores, se escapaba con Zenitsu al parque de cierto templo, uno que quedaba casi a los límites del distrito y era lo más lejos que ellos dos, en la inocencia de sus años, podían llegar. Estaba repleto de flores el patio y el estanque lleno de peces coloridos. Tanjirou lo jalaba de la mano porque a él le daba miedo entrar, pero con su amigo no había manera de acobardarse. Porque Tanjirou siempre lo protegía, siempre besaba sus raspones y siempre le compartía de su almuerzo.  A Tanjirou le gustaban los juegos donde Zenitsu era prisionero en medio de la selva o una especie de criatura mística encadenada por ser leída como algo diferente en un sentido maligno y no como una bendición. Tanjirou se esmeraba en construirle jaulas con ramas secas y lodo aunque era un trabajo inútil porque él mismo las destrozaba después. Cuando ocurría el rescate, se ocultaban entre las crecidas hojas de los exóticos arbustos y Tanjirou adornaba el cabello y la ropa de Zenitsu con todas las flores que cabían en sus manitas, improvisando una ceremonia nupcial. Juraba que era algo en su nombre, como si su destino fuera el de ser desposado  de la manera más dulce posible, que necesitaba ser cubierto de más maravillas de las que Tanjirou conocía en ese entonces. Zenitsu no sabía explicarlo, era un niño solitario , su abuelo trabajaba mucho y además era mayor, no tenía las energías para jugar con él. No recordaba a su madre o padre. Sólo tenía el cariño de Tanjirou como referente y quizá eso lo hacía algo avaro, porque amaba que se tomara el tiempo de jalarlo hacia ese templo, el tiempo de construir sus jaulas y el tiempo de destruirlas para liberarlo. La paciencia con que trenzaba su cabello con jazmines y la dulzura con la que besaba su frente cuando se quedaban dormidos, ocultos entre las hojas aunque los monjes de ese templo ya estaban más que conscientes de su presencia, pero les resultaban tan tiernos que simplemente les brindaban ese espacio para sus juegos. Tanjirou recordaba el olor de Zenitsu cuando se acurrucaba contra él, la textura de los jazmines marcándose contra su mejilla y la forma amielada con que pronunciaba su nombre entre sueños. 


Tanjirou estaba enamorado de Zenitsu desde entonces. Sería difícil explicar que fue por su aroma, por su nombre pero en ese entonces era lo único que alcanzaba a comprender. Más adelante, pudo darle otra forma, pensando que su fragilidad le obligaba a hacerse más valiente, a ser más comprensivo y atento. Que era algo en la forma en que su respiración cambiaba cuando dormía. Cuales fueran sus motivos, se los guardó en cuanto notó el dulce olor almibarado que desprendía cuando Nezuko aparecía en escena. De alguna manera le tranquilizaba que al menos iba a poder tenerlo cerca aunque no fuera correspondido. 

Rojo CerezaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora