I

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La ciudad de Yokohama la recibía de vuelta. Habían pasado alrededor de cuatro meses desde que había marchado a un país extranjero para negocios, tanto así, que apenas y recordaba el como pronunciar correctamente su nombre sin equivocarse o usar un acento ajeno al japonés.
La albina recargó su cabeza sobre la ventana, mirando por la ventana con los ojos pesados, el atardecer la recibía con gusto, y una vocecilla en su cabeza respondía con «¿Es éste tu hogar?» ante la insistente mirada hacia la Noria que empezaba a iluminarse; a decir verdad, la velocidad del tren le provocaba un poco de vértigo, ya que tiempo había pasado también desde que viajaba en dicho transporte. La voz del maquinista sonó en los altavoces, anunciando la pronta llegada a la estación, y era en ese momento cuando se arrepentía de llevar los diez centímetros de altura extra en el calzado, pero amaba usar dichos zapatos.

(...)

Estiró sus brazos, y alcanzó el maletín negro de bordes dorados para tomarlo la firmemente. Se dirigió hasta la salida del vagón, estirándose un poco, ante la posible sensación de entumecimiento, recorriendo el sitio con sus orbes entre rojizos y rosados, teniendo vagos recuerdos y memorias pasadas, siguiendo el camino hacia las zonas más pobladas de la ciudad, aunque, desde su posición actual, podía apreciar con claridad la urbanización del sitio, en completa tranquilidad.

O eso le gustaba pensar.

Era consciente de los constantes movimientos en la oscuridad de la Port Mafia, por lo que, podía confirmar que Yokohama no era del todo pura. Suspiró.  El viento acariciaba su cabellera plata, alzándola ante las luces del atardecer, haciendo que recibiera algunas miradas en su persona. Las ignoro de nueva cuenta y siguió con su camino, empezando a observar los primeros rastros de personas por el lugar, e incluso, los principios y fines de las carreteras. Pensar que caminaría tanto, la hacía estremecerse, y sinceramente, no quería pagar un taxi, a pesar de poder permitírselo. Quería ver cuanto había cambiado la ciudad en su ausencia a otro país extranjero, incluso si terminaba agotada.
Parecía dudarlo bastante, su condición física desde su juventud era bastante buena, y ahora en plena flor de la misma, debería aprovecharla.

Quién sabe, tal vez, si llegaba a vieja y no moría en el intento, podría jactarse de todo lo que alguna vez hizo, o contaría sus desventuras a los viajeros tristes.
A la lejanía observó las claras señales de la urbanización que cada vez se hacían más cercanas, incluso la gente le miraba con extrañeza, pues caminar tranquilamente por los pasos donde transitaban los autos era poco común.
Más allá de su apariencia, era la forma en que se veía al caminar lo que hacía a la gente alejarse. Tan fina, de buen gusto, como una muñeca... Con una terrible aura de muerte y peligro.

Era normal. Siempre lo fue.

Las puertas del departamento se abrieron para recibirla, antes de que quedara, al fin, frente a las oficinas de los detectives armados.

ᴘᴏɪꜱᴏɴ «Dazai Osamu»Donde viven las historias. Descúbrelo ahora