III

584 51 1
                                    


“El buen veneno siempre es caro.”

---------

La mañana se dió con más rapidez de lo que creía. Frotó suavemente sus ojos ante la luz mañanera, mirando por reflejo el espejo de cuerpo completo y suspirando de frustración. Por un momento había creído ver el reflejo del sueño que había tenido. Aquél gran reptil de escamas negras, comíendola de un solo bocado, sin siquiera poder reaccionar.

Se quedó sentada en la cama, mirando hacia el frente, sumida en sus pensamientos y aún envuelta entre las sábanas. Su cabello plata estaba revuelto, y su espíritu calmado.

Tras unos instantes más, se levantó, estirándose, comenzando con el hábito de tender la cama antes de irse. Fue hacia el baño, y llenó la tina de agua fría, mientras bajaba a mirar el frigorífico. Había algunos Taiyaki* congelados, a los que se les quedó mirando, y cerró la puertilla, realmente había perdido el apetito por el sueño, y no quería comer nada. Subió nuevamente, cerrando la llave del agua, solo para cepillarse los dientes, y después, se desvistió, entrando a la tina. Su piel se erizó, ante el contacto frío del agua, recorriéndose en forma de un cosquilleo que, al finalmente sentarse, se convirtió en gozo. Una vez más, siseó en voz baja.

El silencio se hizo presente, y al mirar al frente, juraba ver directamente ese par de ojos rojos, que la acechaban.
Las serpientes eran su sueño y pesadillas constantes, por lo que ya se había acostumbrado a convivir con ellas.
El tiempo pasaba, tan solo mirando esos ilusorios ojos rojos, y la lengua bífida salir del escamoso ser, como si se agitara en advertencia de su poderosa mordedura; siguió con el baño. Tras unos minutos ya estaba de vuelta en su habitación. Se vistió como siempre solía hacerlo; su cabello suelto, de un tono claro, una camiseta de botones blanca, de manga corta y acampanada con pequeños holanes. Una falda oscura, por encima del muslo, y unas medias negras, tan solo dejando ver una nada de sus piernas. Encima se colocó el saco, sin cubrir del todo sus brazos, para darle un poco de libertad al moverse.

No llevó nada encima, aplicó brillo para sus labios resecos y salió del apartamento, no sin antes tomar su móvil y las llaves, cerrando tras de sí, para comenzar su caminata hacia la agencia de detectives.

-

Leyó por cuarta vez la línea de su libro preferido, sin conseguir éxito en comprender su verdadera intención. La mente del castaño estaba invadida de preguntas sin respuesta, ni fin, por lo que no podía pensar correctamente en su libro sin tener la imagen clara de ese textura brillante de sus mejillas. La recordaba distinta. Y sí incluso había cambiado, seguía sin decifrar las verdaderas intenciones de la mujer.

- Yo tampoco lo sé.

La voz de Ranpo llegó a sus oídos, exaltándolo un poco. Supuso que al verlo tan callado, había deducido el porqué del silencio. Dazai le dió la razón, pues desde que le vió no pudo leerla. No pudo darse cuenta de sí quería ser bufón, egoísta, digna de considerarse humana... No sabía exactamente como definirla, pero en definitiva había cambiado.

Incluso el ajetreo urbano se sentía distinto, el pasar del tiempo, el movimiento del aire... Todo.

Suspiró. Tenía un claro recuerdo de su lengua filosa que llegaba a herir sin remordimientos, o interés. Esos ojos que atravesaban hasta la más oscura de las almas humanas, de su naturaleza retorcida. Y es que él no sabía si ya había gozado de ese punto, donde el humano cedía su control a sus deseos y variedades mixtas.

Pero no era una asesina, de eso estaba seguro. No era como él.

Otra cosa negativa que sabía, era que no aceptaría su propuesta de suicidio doble, aunque fuera una belleza.

Y otra cosa que sabía bien, era que el veneno que ella proporcionaba era el más letal.

-

Abrió la puerta, recibiendo el ambiente mañanero del local. Kenji le saludó jovialmente y ella le respondió del mismo modo, sin emoción sincera. Pronto Kunikida le ofreció café que amablemente negó, Naomi un poco de té, pero nuevamente se negó. Sus orbes se posaron en un cabello azul, en dos pequeñas coletas, ¿Acaso era una niña perdida? No recordaba haber recibido noticia de empleados nuevos más que de Atsushi. Ambas se miraron, e increíblemente, después de mucho tiempo, la niña se sintió intimidada ante su aura extraña. Ella se acercó a paso lento, solo para doblegarse un poco y estar a su altura, inquiriendo con la mirada.

- Ella es Kyōka, ex-miembro de la Port Mafia.

La voz de Yosano respondió su pregunta y solo asintió. La niña abrió sus labios y articuló una pregunta a medias.

- ¿Quién... Quién eres?

Era como si tuviera miedo de preguntar. La de ojos carmín suspiró, antes de revolver su cabello sin despegar su mirada de ella, cualquiera diría que le aplicaba hipnosis.

- Dokuhebi Nishoku. Miembro de élite de la Agencia Armada de Detectives.

Su voz sonó monótona, aunque en el fondo tenía una pequeña chispa de emoción por ver rostros nuevos, en especial una niña tan pequeña.

- Tú...

Kyōka no termino ante la amenazante presencia maligna. Tartamudeó, y solo dejó ver ese caparazón suyo, detuvo su ataque a medias, para susurrar con cautela a la atemorizada joven.

- Reconozco esos ojos. Esos ojos son los de una a- —No pudo terminar.

- ¡Bueenos días~!

La voz de Dazai irrumpió el lugar, junto con el chico peliblanco un poco avergonzado.

- ¡D-dazai-san, baje la voz!

Ella se alejó de la niña, sin decir nada. Soltando la mano de aquella que la amenazó discretamente con un pequeño cuchillo. La joven no dijo nada más y se retiró a su sitio.

------

Taiyaki: Pan generalmente dulce en forma de pez. Suelen estar rellenos de alguna jalea o confitura.

ᴘᴏɪꜱᴏɴ «Dazai Osamu»Donde viven las historias. Descúbrelo ahora