XI

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"Lo que es razonable no es verdaderamente sabio; y lo que es sabio no es casi nunca razonable a los ojos de una razón demasiado fría"


El resto del día, al igual que los anteriores, se dedicó al papeleo, ignorando completamente los disparates del castaño o los gritos de Doppo para amenazarlo. La tarde estaba cayendo. Algo había estado rondando en su cabeza desde las últimas horas, algo que le quitaba el estado de consciencia. Tanto así, que pasaron algunas horas más, llegando a mirar como el Sol comenzaba a descender. Miró a su alrededor y tan sólo visualizó a Haruno, la secretaria, miembro de la Agencia también; no era tan mala idea el tomar un paseo y despejar sus pensamientos oscuros. Constantemente invadidos por el pesar del par de víboras, cambiando su apariencia en su cabeza y aconsejándole a diversas acciones de las que se arrepentiría. 

Ni siquiera miraba por dónde iba. Tan solo se dejaba llevar por el ritmo que sus pies marcaban, el cabello blanquecino balanceándose de un lado a otro en su andar, mientras que cierto reptil se enroscaba en sus hombros y cuello, amenazadoramente, no hacia su persona pero si hacia cualquiera que posara sus ojos en su forma. Miró el cielo enrojecido y se encontró a sí misma cerca de un puente, y mientras se acercaba, una silueta delgada le era más visible, hasta que reaccionó, desapareciendo el reptil con la vista atenta en aquella persona, la que menos quería ver.  Él aún parecía no darse cuenta de su presencia, permanecía quieto en la orilla del barandal mirando hacia abajo, el canal de agua que conducía al río. Desde que extendió un poco su pierna para saltar, todo comenzó a ir en cámara lenta para albina, a pesar de ser consiente de aquellas menciones y advertencias de los intentos -mayormente fallidos- de suicidio del castaño.

Pero esto se sentía diferente. La misma escena de hacía unos años se estaba repitiendo frente a sus ojos, sus piernas comenzaron a temblar y su vista se volvía cada vez más borrosa, entre las lágrimas y el miedo. Ni siquiera reaccionó y sus piernas se movieron solas hasta halar de la gabardina del castaño, cayendo ambos en la vereda. Estaba aferrada a él de forma que ni siquiera ella podía explicar. Sentada de rodillas se abrazó a si misma inmersa en sus pensamientos, las voces dándole tantas vueltas que no podía escuchar al detective. Estaba en pánico...

Hace algunos años, cerca del distrito Aoba-ku...

La primavera traía consigo los pétalos de los tan famosos árboles de sakura. No eran tan fáciles de ver en una noche como aquella, pero aún conservaban su inmaculada belleza. La pequeña sonrisa de satisfacción en su rostro por otro día donde la entrevista con el Lobo Plateado se volvía amena y tranquila. Sabía que era bastante camino por recorrer hacia la agencia desde su actual hogar pero eso era lo de menos. En ese momento tan sólo quería llegar con ese mismo ánimo y contárselo a su único, pero sobretodo fiel, amigo. Irichishi. Chi, como solía llamarlo de manera cariñosa, anhelando hacerlo por un largo tiempo.

El agua fluyendo por el canal la saludó por la lejanía. Solía ser placentero pasear por el río Onda mientras ocurría el Hanami. Un evento que muchas personas esperaban apreciar, generalmente en familia... ella no tenía una familia. ¿Qué era eso? En realidad no le importaba, después de todo, quizá tan sólo iban a juzgarla por su par de compañeros, brillantes en respuesta a la luz que daba sobre su muñeca. Generalmente iba con los brazos cubiertos para que no le mirasen extraño. Sin embargo, no esperaba encontrar a un hombre merodeando sobre las orillas del no tan protegido puente. Apoyado en la barandilla con una mano, saltó al borde de la construcción. Inmediatamente se acercó, prefería que aquél hombre no atentara contra su vida, o no frente a ella; desgraciadamente olvidó ser discreta y el joven volteó a mirarla a través del cristal de sus gafas. Le sonrió.

- Lo lamento tanto, Nisho. No puedo soportarlo. Es demasiado para mí, y los calmantes ya no son suficientes.

La chica abrió los ojos de par en par. En cuanto le reconoció se acercó aún más, con clara preocupación y temor a cada paso. No podía ser posible, se negaba a creerlo. Él jamás había mostrado signos de tristeza, o consumo de alguna sustancia; no lo comprendía en absoluto, estaba aterrada. No podía moverse del horror corriendo por su sistema, en especial cuando el atentaba aún más a tirarse si intentaba ayudarlo. No podía usar su habilidad, no quería hacerlo. Era inmenso el temor que le provocaba el hacerle daño, o el que las serpientes actuaran en su contra para hacerla sufrir. En especial la de negro color. Sollozó como única respuesta y trató de no alertarlo con pasos muy pequeños.

- Sé que no es la mejor forma de despedirme — El joven miró hacia el cielo estrellado — Pero desde que esos hombres me vigilan... Desde que mamá no está...

- Chi.. N-no... No lo hagas, ¡D-detente ahí mismo!

- Lo lamento. Realmente fuiste mi poca luz en esta oscuridad... Lo siento, Nisho, el veneno me mató.

A partir de ahí, el muchacho no dudó en soltar el barandal y dejar caer su cuerpo al río. No podía moverse, no podía hacer nada más que llamar a gritos su nombre entre lágrimas, tratando de alcanzarlo con sus manos sin éxito alguno. Silencio. El golpe sordo de un cuerpo impactando con fuerza en el río.

- ¡¡¡IRICHISHI!!! ¡¡¡IRICHISHI!!!

...

Era como un espejismo sacado de sus pesadillas. La escena de su compañero saltando del puente, e inmediatamente se puso de pie para alcanzarlo, con intenciones de saltar la baranda para rescatar a alguien inexistente, con tal desesperación que quemaba, aún estando su rostro empapado en lágrimas, inmediatamente llevándose la atención del castaño.

- ¡¡¡IRICHISHI, ESPERA...!!! ¡¡V-VUELVE...!!

La mujer saltó el barandal apoyándose con una mano, pero esta vez fue Dazai quien la atrapó para caer ambos en el piso, la fémina desgarrando sus cuerdas vocales al llamar el nombre de su amigo ya fallecido tiempo atrás. Los ojos del hombre recorrieron su cuerpo en acciones desesperadas, pues parecía totalmente inmersa en su trauma, o lo que fuera aquello. Los tatuajes brillando con intensidad, en especial es izquierdo. Apretó el agarre en sus hombros y la obligó a que lo mirara. Sus ojos perdidos en la desesperación, sus labios temblando y las mejillas cubiertas en lágrimas vanas. Aún estaba desesperada.

- ¡Irichishi... p-por favor!

- Mírame, hey, aquí, mírame. — Los ojos rubí lentamente recuperando el pequeño brillo, sorbiendo por la nariz al poder concentrarse en él — Eso es, tranquila... Aquí no hay nadie más, soy solo yo, Dazai. Todo va a estar bien.

Tan sólo eso basto para que rompiera en llanto de nueva cuenta. Cerrando sus ojos para no mirarlo y cubriéndose el rostro. El joven era una pesadilla constante que se volvía un bucle, tan sólo arrastrándola más profundo en su luto sempiterno. 

Él se limitó a palmear su cabeza, llamando su nombre varias veces para mantenerla centrada en él, y no en lo que sea que la atormentaba con tanto afán y pesar. La acomodó entre sus piernas y dejó que recargara su frente en su hombro, mirando al piso. Esa era una nueva faceta de la mujer que probablemente vería jamás. Se había quebrado por haberle visto intentar saltar del puente, en alguna laguna de oscuros recuerdos. Cuando se calmó, salió de sus propios análisis, para centrarse en ella, sus ojos rojos por tanto haber llorado, y sus manos aún aferrándose con temor a sus ropas. Pareciera que quisiera decir algo pero no salía. No dejaba de temblar, recuperando el aliento y mirándolo con los ojos entrecerrados.

- ... Volvamos a casa...

ᴘᴏɪꜱᴏɴ «Dazai Osamu»Donde viven las historias. Descúbrelo ahora