XII

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"Lo que importa en la vida, no es lo que te pasa, sino lo que recuerdas y cómo lo recuerdas"


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Al abrir los ojos sintió miedo, demasiado.

No recordaba mucho del día anterior, pero la pesadez de los vívidos recuerdos se mantenía intacta. El vacío de su pecho que creía haber olvidado estaba presente en cada respiro, que en vez de librarla, la asfixiaba; la deprimente melancolía constantemente sofocándola. No quería salir de la cama, bajo ningún evento. Las voces en su cabeza dándole vueltas. Las mismas frases y discusiones, parecían hacer eco mientras reducían sus esperanzas de deshacerse de la desagradable sensación depresiva, ya que ciertamente aquella memoria la había marcado mucho debido que aquél joven era de las pocas personas a las que les tuvo cariño sincero. Entrecerró los ojos con un breve suspiro, a la par que trataba vagamente de esconder su rostro entre las sábanas ante el repentino rayo de sol que se colaba entre la cortina de blanco color. Maldijo por lo bajo, conociéndose, una vez despierta, no podría volver a dormir de nueva cuenta a menos que su condición física lo requiriera. Le dió la espalda a la ventana, aún tratando de acurrucarse entre el desastre de la cama, en vano; rodó hasta la orilla de la misma con desgano y emitió un quejido breve al encontrarse sentada sobre esta, mirando al piso en alguna clase de viaje astral entre el pozo profundo que eran sus memorias, pasado, entre multitudes deseosas de poder o simplemente morbosas por querer ver el mundo arder a causa de sus actos.

Cuando miró el reloj ya habían pasado treinta minutos desde que se había levantado, y lo único que había hecho era reflexionar acerca de motivos muertos, en los que no había razón de divagar, pues carecía de sentido. Hizo el esfuerzo de levantarse, sintiendo pronto un peso abandonar sus hombros, por lo que ladeó ligeramente la cabeza a su izquierda y su desconcierto habló por ella al ver una prenda tirada en la alfombra de su habitación; dudó poco en investigarla: era larga, holgada, demasiado grande para ser de ella. Tenía un color claro, estaba algo arrugada, producía un olor increíblemente agradable y familiar. 

La observó por breves instantes más antes de caer en cuenta de los borrosos sucesos del día anterior. Sostuvo la prenda cerca por unos momentos, negándose a admitir que la calidez que ésta transmitía le hacía olvidar sus alrededores, añadidos sus pesares, por tan sólo mínimos segundos. Reaccionó tras parpadear varias veces de forma constante, y refunfuñó por lo bajo con la mínima idea de tener que hacerle cara al hombre en la Agencia. Otro motivo más para ausentarse el día de hoy, tras demasiada presión. Con la mirada gacha, comenzó a doblar la prenda, apenas haciendo contacto visual con su reflejo en el espejo, notando su cabello casi completamente blanco, con pequeñas manchas aquí y allá de color negro. Tras unos segundos de silencio, se alarmó.

Silencio.

Ninguna de las dos serpientes habían dicho nada tras el pensamiento poco oportuno del castaño. Era completamente raro el no escuchar los siseos, discusiones, quejas y lamentos producto de su propia habilidad - más temprano que tarde, se volvía un dolor de cabeza -; tomó una bocanada de aire, dirigiéndose a la planta baja con intención de dejar la gabardina sobre la mesa para no olvidarla y devolvérsela a su dueño. Soltó el aire contenido al cruzar mirada con el cuerpo descansando del mismo, durmiendo, sobre su sofá. No se molestó en absoluto, pero se avergonzó un tanto con la mínima idea de que había dormido con un hombre en la misma casa; negó, decidiendo caminar detrás del sofá, a la pequeña puerta tradicional japonesa, ya que detrás de ésta había una pequeña habitación, de donde sacó una sábana; lentamente acercándose, de nuevo, para cuidadosamente cobijarlo, era relativamente temprano (alrededor de las ocho nueve con cuarenta de la mañana) por lo que no tenía razón alguna para despertarlo de su plácido sueño. En la mesa descansaba un libro rojo que supuso le pertenecería al castaño, así que dejó la gabardina al lado derecho de éste. Se cruzó de brazos, dándose el tiempo para apreciar los detalles de su postura y gesto; sus párpados ocultando el avellana de sus ojos, los labios ligeramente entreabiertos de los cuales escapaban suspiros suaves al respirar, usando el brazo derecho como almohada - además del recargador del sofá -, su torso un poco torcido, las ropas desordenadas, los pies colgaban del final del sillón, cosa que no era de sorprender siendo él tan alto. 

ᴘᴏɪꜱᴏɴ «Dazai Osamu»Donde viven las historias. Descúbrelo ahora