IX

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El reloj en la pared de la sala marcaba las tres de la madrugada. Su incesante repiqueteo era desesperante. La oscuridad cubría con su manto oscuro todo aquello que podía, siendo el coro de los grillos el perfecto acompañante para el silencioso cuarto. Se talló los ojos, había pasado varias horas planificando la estrategia para poder encontrar el lugar y momento exacto para entrar. Si trataba de hacerlo a la fuerza, probablemente dispararían, disparos significaba sonido y el sonido los haría huir tan rápido como aparecieron. La lista de nombres se centraba en uno específico, a pesar de que la mayoría de los integrantes especificados eran de baja categoría. Se levantó del sofá, el cabello negro alborotado sobrevoló de su lugar por la carga de estática, sus músculos levemente entumecidos. Había cambiado su atuendo para mayor comodidad y movilidad, que seguramente necesitaría. Un top deportivo que dejaba al descubierto sus brazos y estómago, unos pantalones deportivos y calzado del mismo tipo, a pesar de que no esperaba hacer demasiados movimientos.  Tomó tan sólo sus llaves, no iba a necesitar mucho más. Tras salir del lugar, cerró con llave, atando su cabello en una coleta alta. Sus cabellos lentamente tornándose albinos a medida que el reptil negro se materializaba alrededor de su cuello, siseando con molestia. El tatuaje blanco de su brazo emitiendo un suave brillo, intentando competir con el de la luna, resplandeciente y orgullosa. 

Se alejaba cada vez más. La ciudad era solitaria, a excepción de algunos autos, además de personas en estado de ebriedad caminando a tropezones entre los callejones. El recorrido era casi el mismo que había tomado al haber llegado a la ciudad unos días atrás; ésta vez tomó un desvío tras alrededor de treinta minutos de caminata. Los árboles abundaban cada vez más, y con certeza daban un aspecto tétrico ante cualquier inadvertido. Perfecto para ser un escondite de mala muerte. Probablemente hubiera llegado más rápido si hubiera pedido un taxi, pero llamaría la atención y sería un gasto extra en la misión. Estiró sus brazos, tronando sus nudillos con nerviosismo ante la sola idea de encontrarse cara a cara con en líder, eso sería fatal. Pero, dudaba mucho de aquello, ya que él era suficientemente inteligente como para mantenerse cerca de grupos pequeños que podían significar el ser atrapado. Incluso los de más baja categoría eran conscientes de algo como eso. En medio de un grupo de árboles, se escondía la entrada de una cueva, cubierta de enredaderas, tal y como decía el informe del documento. Se agachó lentamente, una vez estaba lo suficientemente cerca, era menos probable que llamara la atención de ese modo. Bajó su mano y el reptil que llevaba en su hombro descendió de su brazo hasta su mano, finalmente llegando al suelo, ya sabía que hacer, o al menos eso le había dicho. Escamas negras brillaron ante la luz de la luna, al igual que los ojos carmín del animal. A los pocos segundos, el eco de la cueva hizo resonar un grito masculino de "«¡serpiente!»", acompañado de algunos disparos, cada vez más, y más lejanos, hasta que el silencio volvió. Por lo que había sentido, alrededor de tres guardias estaban inconscientes en el piso. Eran pocos para vigilar, a su parecer; avanzó de cuclillas hasta la entrada de la cueva, estaba oscuro y silencioso, incluso un poco húmedo, probablemente por la lluvia de hacía un día. Lentamente recuperó su posición ante la tenue luz que emanaba la pequeña lámpara colgante más al fondo en los pasillos. Miró los cuerpos de aquellos hombres inconscientes y alejó sus armas, apenas conservando una de corto alcance, en caso de ser necesaria.

La serpiente le miraba impaciente, siseando, como si estuviera molesta con tan sólo su presencia. A ella tampoco le agradaba, a decir verdad, pero en esos momentos, era lo que menos le importaba. Tal como había previsto en su pequeña estrategia, otro grupo de hombres armados llegaron a revisar cual era la razón del alboroto, por lo que no tuvo más que hacer un giro de muñeca, con un susurro de su habilidad, y tan pronto como lo dijo, aquella negra serpiente retomó un tamaño mucho mayor, junto con la blanca que se enroscaba en su cuerpo de manera protectora; las balas rebotaban en el cuerpo del reptil, otras veces caían al piso. Era cuestión de tiempo, aquél cuerpo impalpable, ilusorio, de color negruzco, se deshacía de todo lo que sus fauces alcanzaran. Se enroscaba y chocaba con las paredes, sólo para avalanzarse violentamente contra aquellos hombres, tirándolos al piso o simplemente sacudiéndolos con fuerza. Sus colmillos se enterraban con violencia de vez en cuando, hasta que quedaban inconscientes. A su punto de vista, un poco patético, después de todo, ni siquiera había usado veneno para dicho efecto; en cambio, la serpiente blanca era mucho más pasiva, quedándose quieta para proteger, ojos azules profundos que juzgaban el alma de aquél que osara mirarlos directamente. Rápidamente, aquél animal servil tomaba el cuerpo de uno de los hombres, alzándolo y zarandeándolo de lado a lado, tan salvaje como le fuera posible a aquella forma animal. Pasos detrás de su persona la alertaron, y cuando una mano se posó en su hombro, sus reflejos se activaron automáticamente. Con fuerza, tiró de aquél brazo, dio medio giro para quedar de espaldas al extraño, torciendo el brazo sobre la espalda ajena, pero cuando éste iba a caer, el "extraño" contrarrestó el movimiento, colocando uno de sus pies detrás de los de la joven, terminando ella en el piso, con él encima. Tan pronto él tomó sus manos que forcejeaban por encima de su cabeza, las serpientes volvieron a los tatuajes. Fue ahí que lo reconoció.

ᴘᴏɪꜱᴏɴ «Dazai Osamu»Donde viven las historias. Descúbrelo ahora