VIII

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"Del veneno nace el antídoto"

El día de hoy, había sido bastante infructuoso, solo constó de papeleo y poca cosa, en realidad. En éste aspecto, podía comprender a Dazai, ya que ciertamente, el aburrimiento en los días tranquilos era terrible. Horroroso. Lo suficientemente horripilante como para desearle el mal a alguien más, en razón de obtener un caso para resolver. Incluso si era sencillo.

Soltó un suspiro, a veces odiaba que Ranpo tomara los casos interesantes y desapareciera, para una hora después, hacer presencia, con una expresión de satisfacción ante "otro cliente satisfecho" que aumentaba su ego. Cruzó las piernas, dándose el lujo de mirar a su alrededor, la agencia se notaba vacía a diferencia de los días anteriores. Kenji miraba por la ventana atento, mientras que, como siempre, el presidente Fukuzawa se encontraba en su oficina. Naomi y Haruno haciendo papeleo, mientras que Yosano estaba en su consultorio (una habitación aparte). Dazai estaba echado en el sofá, audífonos puestos, tarareando la melodía. Y después estaba ella sentada frente a una mesa desordenada. 

El resto había salido a distintos encargos y misiones. Le pasó por la cabeza la imagen de ambas serpientes enroscadas y le dió jaqueca, siendo el ruido de la puerta perteneciente a la oficina del director azotándose contra el muro al abrirse, muy molesto para sus sensibles sentidos. Alzó una de sus cejas al percibir como era que aquél hombre, un par de hojas en la mano, se acercaba directamente hacia ella; enderezó la espalda, antes de que ambas miradas severas se encontraran en silencio, parecían hablar por telepatía o algo así. Al instante se sintió un poco mejor, pero la sensación de molestia seguía ahí. El hombre de tez morena, y expresión firme, entregó el papel a la joven, con un gesto que conocía muy bien, tras años de trabajo junto a él. Lo miró dubitativa y extendió su mano, tomando los documentos que le ofreció, echando un rápido vistazo al contenido de éstos. Nombres, armamentos y texto vario. El título llamó en definitiva su atención, y sinceramente, la hizo temblar. No exactamente de miedo, ni de emoción, si no, de nervios. Era un nombre que conocía muy bien, y que, en lo profundo de su persona, no quería saber nada al respecto en un buen tiempo. Asintió en señal de que estaba tomando el caso, su expresión estoica no se rompía, sin embargo, sus labios entreabiertos que dejaban escapar la respiración eran evidencia de su estado. 

-  ¿Porqué están tan callados? ¿Dazai finalmente se suicidó?

La voz de la doctora irrumpió el silencio, el mayor mirándola mientras que la joven negaba con la cabeza. Los cabellos grises del hombre se agitaron al dar unos pasos en rumbo al mismo sitio del que había aparecido.

- No es nada, solo que recibí una misión. 

- Oh, pero que aburrido. ¿Estás libre después? Me gustaría ponerme al día contigo, así que iremos de compras, si quieres. 

Ella asintió, ya sabía que Akiko no iba a aceptar un no por respuesta usando ese tono de voz tan característico. Además, tampoco estaría mal saber lo que había pasado en su ausencia, su último viaje al extranjero. Se levantó de la silla, dispuesta a empezar con su investigación. Los pasos dieron hacia la puerta, dando un último vistazo hacia su lugar de trabajo. Se despidió de Akiko, y Kenji, mirando vagamente a Osamu, quién le guiñó el ojo, probablemente en referencia a la conversación de ayer. Se volteó rápidamente, irritada, antes de que el castaño le siguiera unos pasos. 

- ¿Te acompaño a casa?

- Ni siquiera lo pienses. 

El tono frío tan usual parecía divertirlo. El hombre guardó sus cosas antes de seguirle el paso, con cierta distancia, sólo le generaba interés la seriedad con la que había recibido el caso. En especial esa expresión nerviosa de la semi-albina, algo bastante inusual. Ella se mantenía en silencio, probablemente en una discusión interna con aquellas voces en su cabeza, que siempre ocasionaban náuseas. Eran ciertamente odiosas, pero era parte de su habilidad, incluso si no quisiera tenerla. Estaba demasiado centrada en la conversación imaginaria, que se encontró frente a la puerta de su departamento en un parpadeo;  verificó varias veces que nadie estuviera en los alrededores, entrando tras abrir. Lanzó su abrigo al sofá, y se talló la cara en desesperación, deslizándose por la puerta hasta el suelo, tomando su teléfono. Sus labios se abrieron, en preocupación, tras acariciar la pantalla unos segundos, retomando el documento, repasando lo más importante. Odiaba ese nombre. Odiaba ese logo, esa organización. Pero al parecer, tendría que entrometerse con ellos una vez más.

ᴘᴏɪꜱᴏɴ «Dazai Osamu»Donde viven las historias. Descúbrelo ahora