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Scorpius Griffith, un doctor genetista de siniestra apariencia, se encontraba reclutado dentro de su isla que le proporcionaba tranquilidad como era su laboratorio, cuando el timbre irrumpió en el cómodo silencio. Griffith se ajustó sus anteojos, sobresaltado por el repentino sonido. Era el único en el lugar y dado que ningún otro doctor había confirmado algún diagnóstico genético para esa mañana, no esperaba visitas. Se levantó y presionando un interruptor cerca de la campana de extracción de gases, atendió al toque.

—Laboratorio de modificaciones genéticas ¿Quién es?

—El doctor Titán Compton, miembro del equipo de investigaciones médicas del hospital universitario.

—Un Compton, de la prestigiosa familia Compton—Pensó, extrañado—¿Qué quería alguien como él?

—¿Podría plantear sus intereses? —Solicitó Scorpion con esa peculiar manera de arrastrar las palabras en ese tono insensible en la voz.

—Traigo muestras de sangre para que se le realice algunas pruebas genéticas.

Scorpius giró hacia su enorme tabloide de vitral que colgaba desde el techo. No se figuraba ningún Compton ni alguna prueba para esa fecha y esa hora en específico.

—Lo lamento—Dijo volviendo al interruptor—Usted no tiene cita. Escuchó como un débil bufido de frustración era exhalado por el doctor al otro lado. Scorpius, pese a que su insípida frente no reflejaba emoción alguna, se sintió un tanto culpable. Al parecer, él era demasiado burocrático para el gusto liberal de las personas de la época ultrafuturista. —Doctor, sé que no tengo cita, pero esto no se trata de ningún procedimiento de DGP, al contrario, es una emergencia.

<< ¿Una emergencia?>> Nadie acudía al laboratorio de análisis de gametos y modificaciones genéticas porque se tratase de una emergencia.

—¿De qué clase de emergencia se trata? —Preguntó Griffith con precaución, un tanto receloso. No deseaba ser víctima de alguna broma.

—La doctora Andrómeda Brooks ha solicitado las pruebas de KCNH2, KCNQ1, HERG y SCN5A —Respondió el doctor jadeante, recuperando el aire luego de haber pronunciado todo de un solo.

Al entender de qué se trataba de la doctora Brooks entonces cedió. El padre de la señorita Brooks era de las pocas personas, o quizá la única persona, el único contacto social que se permitía mantener con el mundo; en palabras coloquiales, Júpiter era su único amigo, por lo tanto, había conocido a la pequeña Andrómeda desde su llegada al domo; y conociendo la seriedad (por no decir el mal genio) de la señorita con heterocromía, sabía que nadie tomaría su apellido en broma.

Permitió el acceso y bajo el umbral del portal visualizó al doctor de rizos verdes que sostenía consigo una hielera pequeña.

—Adelante—Dijo él acercándose al doctor que rondaba los treinta y tantos. A pesar de que Titán era unos años menor que Scorpius, ostentaba de una envidiable apariencia atléticamente más juvenil. Sin duda, el aislamiento por decisión propia y quizá también la incesante melancolía, tan febrilmente ocultada en ese inmutable semblante, había hecho envejecer al frágil doctor Griffith.

Titán no pudo evitar, aunque con cuidadoso disimulo, examinar al genetista Scorpius Griffith, un hombre alto y de vampiresca piel blancuzca que con el primer vistazo era perceptible el reclutamiento en esa fortaleza de soledad, apartándose de cualquier contacto humano. Pero el aspecto infausto de Griffith no era lo único particular en él. Sobre el tabique de su nariz reposaban unas enormes gafas qué, además de ser un artefacto antiguo que ya nadie necesitaba usar, hacía resaltar sus peculiares ojos verdes que exhibían unas reptilitas pupilas. El doctor tenía el síndrome de "ojo de gato", una afección que lejos de ser perjudicial era más bien una vanidad estética en el cual se mostraban las pupilas rasgadas en forma vertical, en lugar de las corrientes esferas negras de la gente común.

AndrómedaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora