Calixto fue de noble linaje, de claro ingenio, de gentil disposición, de linda crianza, dotado de muchas gracias, de estado mediano ―Recitaba Calisto al verse ajustarse la corbata frente a su propio reflejo ―Fue preso en el amor de Melibea, mujer moza, muy generosa, de alta y serenísima sangre, sublimada en próspero estado ―Finalizaba lo que había memorizado hacía años, una estrofa de la Celestina, de Fernando Rojas; por mucho, una de las mejores tragicomedias de la literatura española. ―Señor presidente ―Anunciaba el ciberbot desde el marco de la entrada ―La reunión comenzará dentro de quince minutos. Con un gesto de agradecimiento, despidió al ciberbot para ahora ajustar los cordones de sus zapatos. Exhaló un sonoro suspiro mientras se recomponía el gabán.
En el fondo de la habitación, el eco de una mujer sonaba desde la pantalla holográfica de su televisor. La presentadora, una polémica periodista que gustaba de hablar de temas peliagudos, entrevistaba a un muy sosegado invitado de toga de la evidente casa seis que, por desgracia, o como manipulativa estrategia de mercadeo, no exhibía ni la misma pizca de elocuencia ni brillantez de esa mujer.
El hombre, de carácter apacible, intentaba explicar los ideales fundamentales del Proyecto, citando algunos de los genetistas fundadores. La mujer, con su feroz tenacidad para levantar la discordia entre el público, tergiversaba con elegante astucia las palabras del vulnerable hombre. El debate en cuestión trataba sobre el genocidio, pero el genocidio de la moderna Era ultrafuturista. La presentadora mostrada distintas imágenes como evidencia de que el Estado había cometido genocidio contra la comunidad LGBTTTIQ: Lesbianas, Geys, Bisexuales, Transexuales, Transgénero, Travesti, Intersexuales y Queer. En opinión de Calisto, toda aquella diversidad biológica con respecto a la sexualidad había desaparecido, aunque quizá los queers aún persistían. Según la presentadora, cuando se decidió eliminar la predisposición a la homosexualidad y los trastornos de disociación de identidad sexual con los genitales, entonces se cometió genocidio, qué, según lo planteaba, habían aniquilado sistemáticamente un grupo social por motivos raciales.
El hombre defendía qué los fundadores no creían necesario preservar esos segmentos en el genoma y fueron apartados del diseño de los primeros miembros. Fue cuestión de generaciones como, eventualmente se eliminaron esos fragmentos genéticos de la población. Una evolución dirigida. Pero la presentadora insistía en las implicaciones morales, plantando la duda y la disconformidad en el pequeño público que los presenciaba, y quizá también en todo aquel televidente que se interesara en el programa.
—Supongo que también querrá hablar sobre un supuesto genocidio contra los idiotas ¿Pero ya no hay idiotas quienes defiendan sus derechos, cierto? —El entrevistado ahora sonreía con un dejo triunfal.
El hombre por la televisión concluía que ya no se podría dar vuelta atrás cuando la sociedad aceptó de buena gana la propuesta de la eugenesia. Calisto, apagando su etéreo monitor y retirándose de la habitación, le concedía la razón. Pensaba cuánto había cambiado el mundo desde las viejas historias sus primeros años de estudio en la casa uno. Hacía cien años los congresistas y políticos tenían opiniones divididas sobre legalizar el aborto, los movimientos feministas insistían una dignificación de la postura de la mujer frente a la sociedad y se luchaba por los derechos de los homosexuales. Pero, con la eugenesia aplicada, ya no había necesidad de recurrir a los abortos en embarazos no deseados, y siendo las personas estériles, la concepción por violación era ahora absurda.
El control de población había permitido que nacieran igual número de niños como de niñas, otorgándole la misma calidad de oportunidades y aplicándoles el mismo trato, y como decía la presentadora del programa, los homosexuales simplemente estaban extintos. Ya no quedaba nadie que peleara sus derechos. Ahora las preocupaciones eran otras. Un número pequeño, pero cada vez más creciente de ciberbots se rebelaban contra posturas políticas exigiendo tratos igualitarios. Se debatía sobre la restricción de los sistemas virtuales y al igual que la reunión en la que estaría precediendo dentro de poco en la casa blanca, debatirían sobre los términos a considerar para permitirse el pleno desarrollo embrionario de los Dolly.
Llegó hasta las puertas de cedro reluciente y cogiendo un profundo suspiró como para renovar sus fuerzas, empujó con ambas manos. Un puñado de diplomáticos, esperaban en las sillas flotantes alrededor de la mesa oval. Al fondo, con distinguido traje victoriano, se apreciaba la figura del mayor rango de poder de la Federación, la prudente Almagesto.―Muy buena rotación ―Saludó tomando asiento en su lugar correspondiente: Calisto Pearsons, honorable presidente de los Estados Unidos.
Cogió el lápiz y la tableta que tenían preparados sobre la mesa. A su lado, un apuesto muchacho, muchísimo más joven, le regalaba una encantadora sonrisa. Se trataba del excelentísimo ministro del domo de Washington.
Calisto le devolvió el gesto con agraciada sonrisa. Su vista fue dese el hombre de elegantísimo traje, el presidente de la Eugenics Society, hasta su modesto y poco interesante lápiz. Esta era la décima conferencia a la que asistía sobre el mismo tema sin que sus miembros llegasen a un confortante acuerdo; y parecía que la presencia del presidente solo era una muestra cortés de mostrar apoyo incondicional a la sociedad que velaba por los cuidados morales del Proyecto. Pero Calisto era un hombre soñador y nefelibato, cómo si los genes diplomáticos se bursalen de él; aún así, Calisto escaló con su encantador carisma. Aunque pareciera ser el hombre más poderoso del mundo, para ser sincero consigo mismo, se sentía solo. Quizá fuese un capricho poético, o excesiva mala suerte, pero le parecía que no había llegado ninguna Melibea a su vida.
Entonces, desgarrandose de su ensoñacion, notó como la mano del joven ministro intentaba tomar el lapicero que tenía a su lado, justo por delante de la tablera. Esos dedos flacos y níveos estaban manchados con diminutas gotas de sangre. Levantó la barbilla y prestó atención al rostro del chico. Dio un respingo sobre su asiento. Aquello era para quedar petrificado del terror.
Los ojos fucsias del angelical rostro del excelentísimo ministro estaban inyectados de un escandalizador rojo sangre; como un par de rubíes endemoniados.
― ¡Excelentísimo ministro! ―Exclamó cogiendo el pañuelo que llevaba al bolsillo. Entonces, habiéndose interrumpido de golpe el discurso, todas las miradas se posaron sobre el chico quien ahora, como aturdido de un momento a otro, se desmayó desplomándose al suelo.
― ¡Por la vía láctea, Orión! ―La Almagesto, obviando todo protocolo, corrió hasta el ministro al quien le sostuvo suavemente la cabeza.
El muchacho, entornando los ojos, parecía en el peligroso limbo de conservar la vida y perderla. ― ¡Por favor, levanten al ministro y llévenlo a mi heliauto! ―Ordenó a gritos Calisto, ahora volteando hacia una desconsolada Almagesto ―No se preocupe, los llevaré al hospital.

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Andrómeda
Fiksi IlmiahA un día del centenario aniversario del mayor proyecto de eugenesia humana, Andrómeda Brooks, médica farmacogenetista del hospital George Washington, intenta hallar la causa de una extraña enfermedad que provoca que los más jóvenes lloren sangre has...