Sol Luna Franklin abría los ojos. Se encontraba recostada sobre una cómoda cama blanca. Lo último que recordaba era haber estado desayunando en la cafetería de su casa, la casa cuatro, dispuesta a ensayar la siguiente pieza escénica de una obra de Shakespeare. Luego, un desconcertante vacío. ¿Cómo había llegado allí? Y lo más importante. ¿Por qué se encontraba allí?
Un brazo robótico se deslizó por el techo y se posicionó al frente de ella. Con un cilindro a modo de solípedo, proyectó una luz azul que escaneó su retina derecha. Luego, realizó el mismo procedimiento con el otro ojo. El robot flexionó levemente y se alzó ahora sobre su brazo derecho. La luz cambió a lo que parecía ser una amplitud infrarroja. Ella pudo distinguir como algunas venas aparecieron ramificadas a medida que se extendía la luz por su brazo. La frecuencia de onda reaccionaba con la hemoglobina en sangre, por lo que se podían distinguir claramente venas y arterias. Sintió un leve pinchazo, lo que le se le antojó más bien, como una insignificante rozadura. En un parpadeo, le había extraído una muestra de sangre. El brazo selló el frasco sobre una mesa, cerca de la cama, y ahora proseguía a su respectiva identificación.
—¿Dónde estoy? —Preguntó cómo esperando que ese brazo robótico le contestara. Entonces el artefacto, como si estuviese enfurecido, desplegó violentamente una luz púrpura que escaneo por completo su rostro.
Luna se agitó. Odiaba los hospitales, y ese pequeño amigo mecánico no le haría cambiar de opinión. El brazo cambió de la aguja a una punta de algodón, el cual lo humedeció en un recipiente de aluminio que yacía encima de la mesa de implementos. Se acercó con suavidad a su rostro y pasó el algodón por debajo de la cuenca de su ojo derecho. Pronto sintió adormecida esa parte. Luna sintió miedo. ¿Qué demencial experimento estaría practicando con ella? Entonces, aquel electrónico automatizado, había soltado el algodón para cambiar a un dedo rectangular que asemejaba a un pequeño sello y punzó en el área por debajo de su ojo. Sintió como un cálido fuego recorría por toda su mejilla. El robot se retiró para depositar aquella muestra, sea lo que fuese, dentro de un diminuto frasco de vidrió que, al igual que la muestra de sangre, selló. Luego, prosiguiendo firme el examen, pasaba ahora una linterna azul por su garganta. Se detuvo por varios segundos y continúo sobre su pecho.
—Oye, ¡Exijo más respeto! — Le espetó cuando este acababa de escanearle los senos. El brazo, indiferente al enojo de la chica, siguió pasando el escáner, ahora sobre la parte baja de la pelvis. Luna, decidida a no tolerar lo que según ella era un abuso a su intimidad, se levantó violentamente de la cama. De inmediato el brazo apuntó con un rayo láser hacia su cavidad torácica, justo al corazón de Luna. A modo de amenaza, del cilindro salió una especie de dardo que estaba dispuesto a disparar. Se movió al frente y luego al centro de la cama, como indicando que volviera a su lugar. Luna se negó. El brazo, impaciente, repitió el movimiento, pero obtuvo de nuevo una respuesta negativa. Se agitó, pareció enloquecer y chispó. En ese momento, una mujer en extremo atractiva entró a la habitación.
—BrazoBot DX21; desactivar. El brazo se apagó de golpe, quedando holgado sobre el techo. La mujer, que vestía bata blanca, se acercó a la cama y llevó el brazo robotizado hacia un costado. ―Lo siento, a veces pueden tener mal temperamento cuando sus pacientes no siguen instrucciones. Luna, temblando aún, observó a la mujer que la había rescatado de ese martirio. La doctora, con delicados cuidados y genuino afecto, le tomó de la mano y le hizo recostarse de nuevo sobre la camilla. — ¿Y qué instrucciones son esas? —Balbucéo Luna. —Bueno, las instrucciones que debe seguir nuestro brazo auxiliar es que debe mantener a los pacientes tranquilos, estabilizados y en reposo. Cuando no cumple con esto está autorizado a imponer la fuerza—Hizo una pausa y continúo—Bueno, Luna ¿Podrías, por un momento, recostarte de nuevo? por favor. Luna, aún con desconfianza, posó su cabeza de nuevo sobre la cómoda almohada. La doctora, con infinita paciencia, acercó a la camilla un taburete metálico donde recostó sus glúteos. Entonces, estando el ambiente tranquilizado, pudo observar mejor a su paciente. Sol Luna Franklin, quién prefería que la llamasen por el nombre de Luna, se trataba de una atractiva muchacha de dieciséis años. Tenía un porte idéntico a su madre, con la diferencia qué, su cabellera perfectamente alisada era de gris plateado brillante, como una laguna de mercurio líquido, cortado a la altura de sus hombros. Además de esos delicados labios y mejillas tersas, al medio de su rostro relucía un par de preciosos ojos magenta, color de última generación. Había sido diseñada con el fenotipo de toda una ultrafuturista. ―Soy la doctora Cassini Chargaff ¿Cómo te encuentras?
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Andrómeda
Science FictionA un día del centenario aniversario del mayor proyecto de eugenesia humana, Andrómeda Brooks, médica farmacogenetista del hospital George Washington, intenta hallar la causa de una extraña enfermedad que provoca que los más jóvenes lloren sangre has...