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Sol Franklin se dirigía a la habitación 303. Ignorante de todo lo que acontecía alrededor, sólo quería ver a su hija, Luna.

A Sol Luna Franklin le había regresado de la habitación especializada de tomografías computarizadas, y estando cómodamente recostada sobre la camilla de la habitación asignada, se encontraba muy agradecida por ello. Odiaba los escáneres de los brazos auxiliares colgantes de los techos del hospital, pero esos artefactos robotizados no tendrían comparación con lo detestante que le parecieron las cápsulas ingrávidas. Enormes contenedores como esferas ahuecadas, eran las máquinas con pequeños colisionadores de partículas que bombardeaban rayos de todo tipo contra el cuerpo de quién ingresaba en ellas, flotando libremente como resultado de la gravedad cero. Éstos atravesaban el epitelio adentrándose en lo más recóndito del organismo. De esta manera se reconstruía una imagen a tiempo real de las entrañas con extraordinaria precisión. Pero había un inconveniente con esta tecnología, y es que el procedimiento debía de realizarse sin ropa.

Para ella, que le solicitaran que se desnudara no solo era bochornoso, era grotesco también. Sin embargo, como una entrenada actriz, hizo creer a su mente que se trataba de una escena de exhibicionismo, sin pornografía. Por suerte, aquel episodio había concluido y ahora con ojos suculentos veía la bandeja de comida al frente.

Las enfermeras le habían propiciado de alimentos: una ensalada de frutas exóticas sobre un abundante lecho de lechuga, algunas cápsulas de agua gelatinosa mineralizada y un envase de pudín, el cual estaba dispuesta a devorar. Al parecer, una experiencia cercana a la muerte le había despertado el apetito.

El recuerdo de ese hombre de cabellos plateados perforó su mente cual taladro mientras despojaba el tapón al envase del pudín ¿Era posible que aquel muchacho que visto a su padre, a su verdadero padre? Se le antojaba demasiado joven creerlo posible.

En ese momento una sombra atravesó el portal de su habitación. Con mayor cuidado observó con cierto consuelo que se trataba de su madre.

Sol cruzó el portal y desde abajo del umbral dedicó una cálida mirada a su hija. Se acercó. Luna le intentó devolverle la sonrisa, pero quizá estaba demasiado cansada, o demasiado débil como para transmitir candidez en una sola mueca. Y era de esperarse pues, luego de sufrir un torsades de pointes, lo que literalmente significaba retorcijones en el pulso cardiaco, que no se encontraría precisamente fuerte y animada.

Lo que le sorprendió fue que estuviese tan dispuesta a comer. Quizá había esperado bastante, considerando que no había probado bocado desde el desayuno.

—¿Cómo te encuentras, hija? —Preguntó tomando asiento a orilla de la camilla.

—Creo que hambrienta —Bromeó. Ella pensó que era una esperanzadora señal de que no hubiese perdido su buen humor sarcástico.

—Puedo pedir que te traigan más pudín —Ofreció viendo como Luna succionaba todo el contenido del envase de una sola bocanada —Esa es la ventaja de tener una madre que trabaja aquí —Le guiñó el ojo.

Luna, luego de saborear la cremosidad del chocolate en el paladar de su boca, bebió un poco del agua encapsulada y se derrumbó sobre las almohadas. La ensalada podría esperar. —Mamá —cambió a un tono más claro y serio, tratando de verse profesional —¿Por qué nunca has hablado de mi padre?

Sol tragó saliva. Eso era totalmente inesperado. —Me refiero ¿Cómo era él? Sol frunció las cejas. ¿Por qué su hija, de repente, se le

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⏰ Última actualización: May 04, 2020 ⏰

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