Capítulo VII

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―¿Dolor de cabeza? ―se burló por lo bajo, mientras pasaba su atención de la portátil a la cama.

―Baja un poco la voz, ¿quieres? ―dijo Camila lentamente, intentando abrir con cuidado sus ojos―. ¿Qué...? ¿Qué pasó?

―Vaya. ¿No recuerdas nada?

―¡Axel! Un poco más bajo, ¿por favor? ―le pidió, mientras volvía en sí misma y lo miraba directamente.

Él se encontraba recostado en uno de los muebles de su habitación, revisando un informe que tenía que entregar muy temprano mañana. Había decidido quedarse arriba y así ver en primera fila, el despertar de su amiga, de una de las noches más salvajes de su vida.

―A ver... ―continuó ella―. Recuerdo la fiesta. Recuerdo que... Bueno ―hizo una mueca―. Bebí demasiado. Recuerdo el cumpleaños. Recuerdo que me trajeras a tu casa, vagamente ―se llevó las manos a la cabeza―. Gracias por eso, por cierto.

―Bastante bien ―la felicitó―. Recuerdas más que yo aquella otra noche.

Y no tenía idea de lo que había pasado entre los dos. O por lo menos, eso era lo que parecía. Sin embargo, él sabía que tarde o temprano era un tema que debía ser tocado. Aunque quisiera, no podía suceder que luego que ella le había dicho que estaba enamorada de él, todo quedara así como así.

O por lo menos, eso era lo que había estado pensando.

―¡Tu mamá! ―se alteró ella de pronto―. Oh. Por. Dios. La señora Elena. ¿Qué va a pensar de mí después de todo esto?

―Te sorprenderías lo bien que ha resultado esto para mí ―bromeó él―. Creo que muy pronto podría estar recuperando el auto sin restricciones. Por cierto... No temas. No tiene problema con ello. De hecho, te hizo el desayuno hace algún rato.

―¿Algún rato? ―se volvió en busca de su móvil, el cual Axel había dejado en la mesa de noche a su lado―. Son pasadas las 11 de la mañana. Demonios. Mis padres...

―Quizás no lo recuerdes, pero ayer les escribí ―observó él―. Ésta mañana lo que hice fue llamarlos. Tú mamá... Bueno, me hizo pasarle una foto de ti durmiendo. Tuve miedo de que te viese en mi cuarto. Al final no se lo tomó tan mal...

―Axel. Lo siento. De verdad no sé por qué me coloqué en ese estado...

―Vamos. Detente. Está bien. Pudiste ponerte peor ―se rió―. Ahora. Si vas al baño y estás lista, podrás comer y te llevaré a tu casa, ¿te parece?

―Sí... Creo que es una buena idea.

―¡Ah! Y llama tú ahora a la señora Hilda. Prometí que sería lo primero que te diría al despertar.

Ella hizo un ademán en afirmación.

Al levantarse bruscamente, llevó sus manos a la cabeza en señal de dolor. Y estuvo un rato sentada en la cama. Axel se sintió un poco mal por ella. Podía imaginar que la jaqueca la estaba matando.

―Toma ―se acercó con un par de píldoras que sacó de su escritorio―. Te ayudarán con el dolor de cabeza. Supuse que lo tendrías.

―Gracias ―sonrió, y se dirigió hasta el baño.

¿Qué se suponía que venía ahora? ¿Ella estaría ignorando el asunto? ¿O lo había olvidado? ¿Realmente tendría que ser él quien sacara el tema a colación? Había pensando largo rato luego de que su amiga se había quedado dormida, y en todas las posibilidades que estudió, el estar junto a ella, más allá de una simple amistad, no ocupaba el primer lugar.

De hecho, no ocupaba ninguno.

Al final, no sentía las cosas que creía sentir por ella, y comenzó a cuestionarse realmente si alguna vez las había sentido, o si simplemente estaba confundiendo el gran cariño que le tenía.

Y Sin Quererlo, Me EnamoréDonde viven las historias. Descúbrelo ahora