Capitulo 19

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Capítulo editado y mejorado   

Después de darme una ducha rápida, y vestirme con unas cómodas mallas de deporte y una camiseta sin mangas en color gris. Recogí el pijama que me había prestado Aaron y lo puse en la cesta de la ropa sucia. Mire mi rostro en el espejo, y este me devolvió la imagen mostrando a una chica con las mejillas un poco encendidas y donde se podía descubrir un poco de luz brillando intensamente en sus ojos oscuros. Llevé mis manos a ambos lados de mi cara y me di una pequeña palmada. Intentando de ese modo dejar de fantasear.

Decidí que lo mejor que podía hacer era ponerme al día con los trabajos de la facultad. Saqué el portátil de su funda y lo encendí. Tamborilee con mis dedos sobre la mesa del salón, mientras esperaba que se encendiese por fin. Miré el reloj de mi muñeca y vi que era la hora de comer. Aproveche entonces la lentitud de mi portátil, y me prepare un plato de pasta. Reconozco que soy malísima en la cocina, y creo que, si llegaba a tener nietos en algún momento de mi vida, ellos nunca dirían que la comida de su abuela era la mejor. Pero eso sí, podía preparar unos espaguetis de miedo.

Un leve olor a pasta recién echa me inundó las fosas nasales y se me hizo la boca agua. Creo que uno de los mayores placeres que existen es la comida y no lo valoramos lo suficiente. Cogí un pequeño plato del armario que tenía a mi derecha. Volqué el contenido de la olla sobre el plato, y la deje en el fregadero con un poco de agua en su interior para limpiarla después. Me gire hacía la nevera, mire en su interior y fruncí el ceño al darme cuenta de que necesitaba ir de compras. Saque un pequeño bote de tomate y un sobre de queso. Puse una ligera cantidad de tomate en el plato, y vacíe casi la totalidad del sobre de queso en los espaguetis. Me relamí un poco, nunca tendría suficiente queso para estar satisfecha.

Llevé el plato a la mesa del salón, y comience a comer despacio. Una vez que termine, deje el plato en el interior del fregadero. Y tras pensarlo durante un par de segundos, los lave. Me conocía lo suficientemente bien, como para saber que si no lo hacía ahora estarían en ese mismo sitio hasta la noche o posiblemente el día siguiente.

Comencé a realizar uno de los trabajos, desesperándome un par de veces por no encontrar la respuesta correcta en el buscador de Internet. No entendía esa manía de los profesores de mandar trabajos imposibles los cuales posteriormente iban a sumar poca puntuación en la nota final. Me pellizque el puente de la nariz y suspire. Tranquila, tú puedes hacerlo. Y antes de que me diese cuenta había terminado el trabajo y parte de otro.

Me acomode en el sofá mientras miraba un poco las redes sociales en mi teléfono móvil. No pude ocultar mi disgusto al comprobar que no tenía ningún mensaje de Aaron. Aunque ahora que lo pensaba, él no tenía mi número de teléfono nuevo. Sabía que hacía solo un corto periodo de tiempo que no nos veíamos, pero podría preguntarme que estaba haciendo. Elena, ya comienzas a sonar como una loca, decía una vocecita en mi cabeza. Es cierto, no podía parecer tan desesperada o pensara que me tiene completamente en el bote. Chasqueé la lengua. ¿Acaso se equivoca?, repetía la misma voz. Genial, ahora no podía parar de discutir conmigo misma.

Me tendí boca arriba y mantuve la mirada fija en un punto invisible del techo. Parecía ser que ni si quiera mi cabeza se ponía de mi parte.

No podía dejar de pensar en cada beso que nos habíamos dado. En la forma que tenía de estrecharme en sus brazos, era como si todos los pedazos rotos en los que me encontraba dividida se unieran gracias a él, gracias a ellos podía jurar que había abrazos que te salvan, de los cuales no quisiera soltarme nunca, sabiendo que justo allí estas bien. En casa.

Elena suenas como una estúpida enamorada. Agarré un cojín de mi sofá y lo puse sobre mi cara como si con ese gesto pudiese aplacar las carcajadas que comencé a soltar en ese momento sin parar. No podía creer que este era el efecto que ese chico causaba en mí. Aparté el cojín de mi cara y lo abrace. Deseando que aquel cojín fuese otra persona, alguien con sonrisa infinita y ojos que te hacían perder el norte pero solo para convertirse en tu ancla en el mar. No podía parar de pensar que aquel pequeño momento de mi vida, se llamaba felicidad.

Mientras dureDonde viven las historias. Descúbrelo ahora