Capítulo 12.

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Sigo en mis dudas. Puta mierda de adolescencia. ¿Me gusta o no me gusta? ¡¿Cómo se puede saber eso?! Estoy aguantando órdenes de mi madre, sus quejas y demás. Hace unas horas que volví de comprar con Dylan, y, cuándo llegué, se armó esta bronca que aún sigo aguantando. Cállate, no consigues nada prohibiendo. Solo consigues que tenga más ganas de hacer lo que me prohibes, mamá. Pero claro, he de callarme.

Estoy harta, yo nunca tengo derecho a hacer ni decir nada, por eso lo pienso y cierro la boca. La gente alucinaría si viesen todo lo que pienso.

Estoy en el sofá, con el móvil en las manos, comprobando la foto de perfil de WhatsApp de Ryan. ¿Por qué no dejo de pensarlo? Esto es demasiado extraño y comienzo a agobiarme.

-¿Esta tarde quién va a salir? -Cathy pregunta por el grupo.

-Yo salgo con vosotros -responde Dylan.

¿Y Ryan? ¿Ryan va a salir? Vuelvo a mirar su foto. Aún no ha visto el mensaje de Cathy. Necesito que conteste. Me apetece verlo. ¿Pero qué me pasa? Si solo lo conozco de hace varios días y estoy así. Me niego a enamorarme, chicos. Me han hecho demasiado daño como para volverme a fiar de alguien.

-¿Has hablado con Dylan? -me pregunta Sasha, esta vez.

Es verdad, ya había olvidado el tema de Dylan. 

-Que va, ¿por qué? ¿Sabes algo?

-Yo no he vuelto a hablar con él -mierda- Lo noto muy raro.

-¿Contigo o en general? -conmigo estaba normal, al menos.

-Conmigo.

-¿Puedo ayudar? -Sasha sabe que siempre estoy dispuesta.

-Es una larga historia, no sé si lo mejor es hablarlo por WhatsApp.

-Esta tarde seguramente salga con el grupo.

-Mira -me escribe- hacemos una cosa: se acerca la hora de comer, así que come tranquilamente y después nos vemos antes de que quedes con el resto. ¿Vale?

-Me parece bien.

-Vivo cerca del gimnasio del pueblo, ¿sabes dónde?

-Sí, sé donde. Nos vemos allí -bloqueo el teléfono y lo dejo sobre la mesa.

Mi madre sigue mirándome con rabia, he estado absorta al móvil, ignorando su riña. Mierda. Cagada tras cagada.

-¿Te parece normal? Primero te vas temprano de casa, sin avisar, y después me ignoras embobada al puto teléfono.

Me callo y miro al suelo. Soy imbécil. ¿Y cómo le digo ahora que he quedado con Sasha en el gimnasio?

-Perdón, mamá. Ahora que tengo amigos, apenas me doy cuenta de qué hago mal. Mi felicidad me ciega. No estoy acostumbrada a tener amistades de verdad. Perdón, mamá, en serio, lo siento.

Mi madre me mira, su expresión ha cambiado. Se acerca a mí y me abraza. Me abraza como cuando de pequeña me caía al suelo, cuando perdía un juguete, cuando me echaban del tobogán los niños egoístas del parque. No puedo evitar derramar varias lágrimas sobre su pecho. Me aparta y me limpia las gotas saladas que salen de mis lacrimales.

-Perdón, Megan. Me he pasado. Yo tambien estoy poco acostumbrada a esto. Casi nunca has salido. Aunque si que hayas ido al centro de la ciudad tú sola, pero me avisabas y eso me calmaba. Me he pasado muchísimo, no debería tratarte así.

Mi madre disculpándose. Increíble.

-Oye, mamá -tengo miedo por cómo pueda reaccionar- después de comer, me ha dicho Sasha que si quiero quedar con ella.

-¿Quieres? -menudas preguntas hace mi madre. Está claro que si no quisiese, no le diría nada de esto.

-Si me dejas y te parece bien...

-¿A qué hora? ¿Dónde? ¿Y qué vais a hacer? -claro mamá, y mi tipo de sangre, y cuántas veces voy a respirar.

-Después de comer, me ha dicho que vaya al gimnasio, pero daremos una vuelta por el pueblo.

-Bueno -se levanta del sofá- comemos, te preparas y sales.

-¿Y qué vamos a comer? -tengo muchas ganas de salir, de ver a Sasha y contarnos nuestras cosas.

-¿Tienes prisa o qué? -Vale, entendido, ya me callo.

A veces yo soy muy pesada y la gente no me aguanta, lo admito. Es por eso porque he estado tan sola. Realmente soy inaguantable y me he merecido todo lo que he recibido. Aunque mi mejor amiga y la gente que me conoce poco, lo niegue.

Estoy en las sillas del comedor, observando un punto fijo del suelo, pensando en todo en general. En toda mi vida pasada, y eso que solo tengo dieciseis años, y ya he sufrido suficiente daño por parte de gente que yo creía buena y amistad de confianza. ¿Por qué esa necesidad de hacer daño a los demás? ¿Qué he hecho para merecer esta mierda? Ah, claro: existir y molestar.

Llega mi madre con un mantel azul perfectamente doblado, en las manos. Me levanto del asiento en dirección a la cocina, para coger los cubiertos y colocarlos sobre el mantel recién colocado y perfectamente estirado sobre la mesa.

Mi madre trae dos platos de sopa, con una pequeña cortina de humo sobre ellos. Los pone sobre la mesa. Odio que la sopa esté ardiendo cuando tengo mucho hambre. Se pasa muy mal. Me siento al lado de mi madre, introduzco la cuchara en el caldo lleno de fideos. Aquí viene la peor parte, soplar, ¿para qué? Para que siga ardiendo.

Se produce el silencio en el que solo se oyen las cucharas de ambas golpeando en el fondo de los platos y chocando con los dientes. Pero, aunque me encante ese silencio, me asalta una duda que hará que lo rompa.

-Mamá -digo mientras soplo el caldo que hay en mi cuchara- ¿y papá? ¿Y Jake? -Jake es mi hermano. Pocas veces está en casa, siempre está con Lisa. Es de las pocas personas a las que, realmente, odio con toda mi alma, y no porque sea la novia de mi hermano, sino porque es egoísta e hipócrita. Odio la gente así, pero ha de existir todo tipo de personas; sin malos, no hay buenos.

-Papá está ayudando a un amigo suyo con unos asuntos. Jake, en cambio, está con Lisa comiendo en el centro comercial.

Como siempre, está con ella fuera, no me extraña. Continúo comiendo hasta acabar con todos los fideos dispersos en el caldo que, después iba a ser bebido.

Ya se acerca la hora de salir y ver a Sasha. Poso la cuchara sobre el plato vacío, con apenas pocas gotas de caldo.

Me levanto de la silla, mi madre, casi a la vez yo, me sigue hasta la cocina. Ponemos ambos platos en el fregadero, dejando caer un chorro de agua sobre ellos. Mi madre saca un cigarro, abre la ventana y lo enciende. Lo sabía, siempre hace lo mismo. En cuanto lo veo, huyo, odio el olor y verla fumar, parece que no se da cuenta del daño que se hace a sí misma.

Subo las escaleras, cojo lo primero que encuentro de ropa, mis llaves, el móvil y salgo a la calle. Desbloqueo el teléfono, caminando hacia el gimnasio. Mando un aviso a Sasha de que en cinco minutos estoy, por fin, en el destino acordado.

¿Sociedad o suciedad?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora