Capítulo 36.

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Dylan se ha quedado dormido sobre mis piernas y, bueno, ya sabéis mi extraña manía de no poder despertar a la gente. Así que, cojo el teléfono y aviso a mis padres de que mi "amigo" iba a quedarse a dormir. Sorprendentemente me han dado el aprobado y dejan que se quede. Lo malo es que él no ha podido avisar a sus padres y están todo el rato llamándolo al teléfono. Me da mucha vergüenza contestar así que decido esperar a que Dylan se despertase y lo viese. Tampoco quiero que sus padres se preocupen así que decido moverme un poco para despertarlo "sin querer".

-¡Lo siento! -grita arrepentido- no quería quedarme dormido.

-No te preocupes. Mis padres dejan que te quedes así que, sólo tienes que avisar a los tuyos.

-¿SEIS LLAMADAS PERDIDAS? ¿Cómo no me has despertado? Lo siento pero no puedo quedarme a dormir contigo, me tengo que ir de inmediato.

-Pero Dylan

-No hay pero que valga -se marcha enfadado.

¿De verdad? ¿Se ha cabreado conmigo por no despertarlo? ¿Por no ser capaz de decir "eh, despierta, te están llamando"? Pues lo siento, soy así.

En clase tampoco ha venido a saludarme, ni siquiera me ha mirado. No creía que no despertarlo iba a desatar este "odio" tan repentino.

Siempre iba a la clase de Dylan, donde estaba todo el grupo en los recreos, pero este recreo decido quedarme con Sasha y con Phoebe.

¿Sabéis lo que también estaba pasando? El grupo estaba enfadado conmigo. Resulta que Dylan ha cambiado en este mes, y por lo visto, mucho. Así que la culpa es mía. Pero, por favor, seamos realistas: todo el mundo cambia en una relación. Yo he cambiado también.

Dylan ha dejado de ser el típico chulo que siempre tiene que emborracharse en las fiestas y liarse con todas a ser alguien atento, romántico y cariñoso, aunque a veces siga con sus cositas de chulo y cabreos que, de verdad, dan miedo. Pero nunca pensé que se enfadaría por lo que la gente dijese, eso, o que de verdad está enfadado por no haberlo despertado.

-¿Qué tal lleváis los exámenes, chicas?

-De momento bien, ¿y tú, Sasha? -responde Phoebe.

Nunca antes había hablado con Phoebe. En clase se sentaba atrás con el otro Ryan que hay en mi clase. En todo este mes que he estado yendo a la otra clase, Sasha y Phoebe habían pasado los recreos juntas. Phoebe es una chica alta, con el pelo castaño y las puntas muy rubitas. Me encanta porque no es una friki tan obvia como Sasha, pero lo es en su interior. Es, como yo diría, muy mona.

-Oye Megan, el otro día, en la tienda de pizzas, me encontré con tu hermano. ¡Qué guapo se está poniendo! -os dije que había perdido 15 kilogramos para el parque de atracciones. Después de ese mes, había perdido unos cuantos más. Realmente, está muy guapo- a ver cuando me lo presentas.

-Ya verás, esta -Sasha- al final acaba follándoselo -ríe Phoebe.

De repente, Dylan aparece por la puerta de mi clase y me mira fijamente. Creo que quiere que salga al pasillo a hablar con él, así que, lo hago.

-¿Te pasa algo conmigo? -arranco la conversación de muy mala manera. Me cabrea que alguien se enfade por tonterías.

-Sí -¿no me digas?

-¿Y se puede saber el qué?

-Mira tu twitter y lo sabrás -se marcha orgulloso.

Resulta que, no, no se había cabreado por no despertarlo, aunque lo pareciese. Se cabreó al mirar el teléfono, pues, había visto, no solo las seis llamadas perdidas, sino también una mención en twitter. Hacia mí. De otra persona.

Desbloqueo el teléfono y, en efecto, hay una mención.

"Hola, Megan. Te echo de menos. Te quiero".

La gente sigue igual. La gente no cambia aunque yo creyese que sí. Ni los malos son tan malos, ni los buenos son unos buenazos. Estoy harta de todo el mundo.

Cojo mi mochila y, como a los de bachillerato nos dejan irnos a cualquier hora, salgo del instituto. Camino hacia mi casa, llorando. Llorando mucho.
Todo me sale mal, todo está patas arriba.

Al llegar a casa, ya sabéis lo que hice. Odiarme, lo único que se me da bien. Me encerré en el baño, y, aunque Mary Jane me dijese que no, yo lo hice igualmente. Todo se llenó de sangre. Los espejos, el lavabo, el suelo. Pero resulta que no estaba sola en casa, y todos los insultos que salían por mi boca y todos los gritos desesperados, fueron escuchados por mi madre, la cual abrió la puerta y me encontró ahí, tirada. Harta de todo. Oscura. Cambiada. Sin color. Hasta la sangre parecía más negra.

¿Sociedad o suciedad?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora