Capítulo 2.

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Llegué a casa, después de haber estado tan solo media hora en clase. Ya sabéis como son los días de presentación: el profesor llega, se presenta, pasa lista, te da la charla de los estudios y del bachillerato. El mismo coñazo de siempre. Y, después de dar el horario, a casa todos.

Nada más abrir la puerta, un tiroteo de preguntas se acercaba a mí. Mis padres son algo pesados conmigo. Y, aunque el día no haya ido mal, tampoco me apetecía hablar mucho. Así que, opto por subir a mi cuarto y encerrarme con música y mi teléfono. Entro, dejo mi mochila en el suelo, me giro y cierro la puerta despacio. Me acerco hacia mi ventana y bajo un poco la persiana. No hay nada mejor que estar a oscuras con la música de fondo, coger un papel y escribir cualquier cosa. Me hace sentir menos sola. No me apetece hablar con nadie, pero mi mejor amiga y única me está bonbardeando el WhatsApp a preguntas. Es la persona que más me apoya y más se preocupa por mí, creo. Porque, sinceramente, nunca importo a nadie, ni intento importar.

Hace poco, otra persona más me traicionó. Estoy tan acostumbrada al daño que parece ser que ya me da igual.

Lo que ocurre en la sociedad es culpa de todos. Admitamoslo.

Me siento en el suelo, junto a la ventana y, miro la calle. Poca gente pasa por aquí, y eso me gusta. Es la prueba que tengo de que estoy mejor sin la gente. Pero a la vez echo de menos juntarme con grupos de personas parecidas a mí.

No tengo hambre, la voz de mi madre suena por las escaleras. "Megan, baja a comer". Ya empezamos con lo mismo de siempre.

Hace tan solo unos meses desde que estoy sola y, claramente, mis padres no saben nada, ni quiero que lo sepan. ¿Para qué queremos más? Si ya se preocupan por mí, si supiesen esto...

-Megan -vuelve a sonar la voz de mi madre- baja ya.

Me levanto del suelo, abro la puerta y bajo las escaleras -voy, mamá- siempre fingiendo estar bien.

Camino hacia el salón. Mis padres están preocupados otra vez.

-¿Qué tal tu primer día? -Bang, la primera pregunta.

Pues papá, ¿cómo crees? Bien, como son todos los primeros días, hasta que conoces como es la gente de verdad y te destrozan la puta vida. Pero bueno, responderé solamente:

-Bien, lo normal -me siento en la silla del comedor.

-¿Has hecho amigos? -mi madre siempre tan inteligente.

-Aún no, solo se me ha acercado una chica. Me irá bien.

Una sonrisa de oreja a oreja aparece en el rostro de mis padres.

-No sabes cuánto me alegra eso, Megan.

-¿Por qué, papá?

Estoy confusa. ¿Por qué se alegran? Para ellos tengo amigos. Para ellos no pasa nada. Para ellos estoy bien. Estoy asustada. El estómago se me ha cerrado de golpe. ¿Alguien les ha contado todo?

-Porque no es bueno empezar en clase y no hacer amistades.

Mi móvil volvió a sonar. Y, es otra vez, mi querido WhatsApp. Esta vez decido contestar.

-Hola, hermana -tecleo en mi teléfono, sin mirar a mis padres- en el instituto me ha ido normal, no sé, la gente parece maja, pero me sigo sintiendo el bicho raro, ya sabes. ¿Tú que tal en tu instituto nuevo?

-Bueno -me responde- es raro no estar contigo.

-Yo he pensado justo lo mismo, Kate.

-Te echo de menos -me escribe- es dificil no tenerte aquí conmigo.

-Ya verás como conoces a otra como yo en tu nueva clase.

-Hermana, te equivocas, nadie es como tú.

Ese último mensaje me da que pensar. Quizá por ser diferente me tratan como el bicho raro siempre.

Me levanto de la silla con el móvil en la mano y camino hacia el sofá con una sonrisa en la cara. Mis padres me miran como si tuviese una cosa extraña en la cara.

Vuelvo a desbloquear el patrón del teléfono.

-Tampoco nadie es como tú, nadie podría sustituirte.

-A ver cuando vienes por aquí. Necesito verte.

Es de las pocas personas que me han dicho eso. Nunca nadie me había necesitado. Pero Kate también ha vivido lo que he vivido yo. El rechazo de todo el mundo. El maltrato de gente que prefiere criticar a los demás antes de mirarse al espejo. Incluso entre ella y yo ha habido enfrentamientos que, preferiría no recordar.

Kate es justo lo contrario que yo. Ella es castaña, y yo soy rubia. Ella es delgada, yo estoy por encima de mi peso ideal, pero sin llegar a la obesidad. Sus ojos son oscuros, los míos claros. Pero de personalidad y altura somos idénticas.

Apenas tengo ganas de nada, tan solo de dormir, viajar al mundo de mi.imaginación, donde puedo hacer, se supone, lo que quiera. Aunque eso no sea así.

Me tumbo en el sofá blanco de mi salón. Ojalá me duerma hasta mañana ya. Que no tengo ganas de nada. Pero antes, como siempre, voy a mirar el perfil de Twitter de las dos personas que me han defraudado, que, no sé ni para qué. Es torturarme a lo tonto. Pero veo indirectas dirigidas hacia mí. No me sientan nada bien. No soy mala gente como para merecer esto.

Me harto. Bloqueo el móvil, lo dejo en la mesa y cierro los ojos. No quiero saber nada más de nadie.

¿Sociedad o suciedad?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora