Capítulo II

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Capítulo II

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Capítulo II

– ¡Hijo! – exclamó Sarah Rogers, abrazando a su hijo con fuerza. Steve se inclinó hacia ella y le besó la coronilla, enternecido como siempre por la diferencia de altura entre su madre y él– ¿Dónde te habías metido, ingrato? Te olvidas de que tienes a tu pobre madre aquí abandonada. Si no fuera por mi Natasha, ni siquiera sabría si estás vivo o no...– la mujer lo golpeó en el brazo y Steve se apartó, riendo y quejándose.

En ese momento, Bucky asomó la cabeza y le sonrió a la madre de su amigo, quién aún estaba golpeándolo.

– ¿A mí no me vas a saludar, bella Sarah? – el rostro de la mujer se iluminó y apartó a su hijo para ir a abrazar al recién llegado.

– ¡Ay, mi niño hermoso! ¿Cómo estás, Bucky? ¿Estás comiendo bien? ¡Te ves más delgado! Ven, pasa, pasa. Estaba preparando el desayuno. Hice wafles, te serviré un buen plato. Ven, ven– la mujer menuda lo arrastró hasta la cocina, mientras Steve rodaba los ojos.

Siempre era lo mismo con su madre. Aparecía Bucky y a ella se le olvidaba el resto del mundo. Steve entró a la que había sido su casa hasta hacía un par de años y encontró a su padre leyendo el periódico, como siempre, en su sofá favorito en la sala. Joseph Rogers conservaba el porte erguido y orgulloso de un militar, pese a sus años. Steve posó sus manos sobre sus hombros y le dejó un beso en el cabello blanco de su padre antes de rodear el sofá para sentarse frente a él.

– Hola, papá

– Hola, hijo. ¿Cómo va todo? ¿Cómo están Natasha y el bebé? – preguntó el hombre, cerrando el periódico y acomodándolo en su regazo para prestarle atención a su hijo.

– Están bien, gracias. Pensábamos venir este domingo a comer con ustedes– comentó, mirando las agujetas de sus zapatos. Su padre alzó una ceja y sonrió para sus adentros. Su hijo no había perdido las manías de su infancia, no importaba que ahora tuviera casi treinta años y fuera un agente del FBI.

– ¿Qué es lo que pasa, hijo? – preguntó con voz suave, animándolo con su tono a hablar. Steve suspiró y se dejó caer contra el respaldo del sofá, sopesando sus palabras antes de hablar.

– Nos dieron un nuevo caso. Dimitri Rostokov, ¿has oído hablar de él? – Joseph Rogers se tensó en su asiento y carraspeó, asintiendo. ¿Quién no había escuchado hablar del Carnicero del Bronx?

– ¿Quieren capturarlo? – Steve asintió, y de pronto, su padre se sintió lleno de temor. Sabía que el trabajo de su hijo era peligroso, siempre lo había sabido.

Steve había manifestado su deseo de entrar al FBI en cuanto se graduó de West Point. Siempre dijo que quería ayudar a la gente, y que mejor manera de ayudar que sacando a las lacras de la calle. Se había planteado ser policía, en primer lugar, pero, cuando recibió la invitación del buró por su destacado paso por la academia de guerra, aceptó de inmediato. Joseph sabía la pasión que sentía su hijo por ese trabajo y temía que un día pudiera dañarlo. Ahora Steve tenía a Natasha y un bebé en camino. Quizás debería comenzar a pensar en un trabajo menos peligroso.

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