James Buchanan Barnes es un agente del FBI que va por la vida dando tumbos. Nadie lo ata y nada lo detiene. Al menos, hasta que cae en sus manos la misión de proteger a una importante testigo.
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Capítulo VII
Bucky condujo por un largo trecho. La llevó por el Bronx y más allá, cruzando por el puente Hamilton en dirección a Nueva Jersey. Wanda no conocía aquella zona de Nueva York; ella siempre había permanecido dentro de los límites de Brooklyn, temerosa de explorar más allá, pero, en este caso, ya no tenía miedo. Al contrario. Estar al lado de James era extrañamente confortable y cálido, con él los silencios no eran incómodos y la conversación fluía naturalmente. Pese a las circunstancias en las que se habían conocido, no se sentía cohibida en su presencia. Aquello era extraño, ya que, debido a su historia, solía ser desconfiada y no le era fácil relacionarse con la gente.
Ahora, sumergida en esta tranquilidad tan extraña para ella, miraba por la ventana con los ojos brillantes, entusiasmada con cada pequeño descubrimiento, con cada hito que llamó su atención. Las casas pasaban por su lado raudamente, la gente perdida en sus pensamientos, los automóviles... cada quién vivía en su pequeño mundo propio y ella se entretenía inventándoles una historia, una vida. ¿Quiénes serían? ¿Adónde se dirigirían? ¿Tendrían en casa alguien los esperara con un beso? ¿Serían felices? El hombre la miraba de reojo, sonriendo discretamente. Al menos había conseguido que sonriera y con ello ya se sentía pagado. Ella tenía una sonrisa muy bonita.
Pararon en una gasolinera a repostar combustible y él le compró un refresco y varias golosinas.
– ¿Si sabes que no soy una niña? – preguntó Wanda, alzando una ceja y con un gesto divertido pintado en la cara cuando él le entregó su vaso de cartón y un chocolate.
– Lo sé, pero también sé que tienes hambre. Tengo buen oído, ¿sabes? – comentó, como al pasar y ella se sonrojó furiosamente. Había esperado que él no se diera cuenta del crujido de su estómago, pero, al parecer, no lo había conseguido.
Ambos compartieron una risita antes de seguir camino. Cuando Wanda comenzaba a preguntarse adonde pensaba llevarla, una enorme extensión de bosque apareció en la línea del horizonte, acercándose poco a poco a medida que se alejaban de la carretera principal y se sumergían en un camino de tierra.
–¿Qué es este lugar? – preguntó Wanda, mirando como el verde comenzaba a rodearlos, a envolverlos.
Pronto cruzaron unos grandes portones de madera que desembocaban en un claro desbrozado en el que se alineaban varios autos, uno al lado del otro. Había gente bajando bicicletas de los autos, otros canastas con comida y otros simplemente deambulaban de un lado a otro, ataviados con ropa deportiva y con sus mascotas atadas con correas.
– ¿Nunca habías visitado el Long Path Trail? – preguntó él, estacionando el auto en uno de los primeros sitios disponibles.
– No, nunca...– murmuró ella, apeándose y mirando a su alrededor, maravillada.
Estaban en un claro en medio de un inmenso bosque de altos y añosos árboles que formaban una fresca bóveda sobre ellos. El aire olía a tierra mojada, a hierba y a hojas podridas y el viento sacudía las copas de los árboles, llenando el ambiente del suave susurro del follaje. Era un lugar casi mágico.