Mi nerviosismo palpitante me había despertado de una larga y sudorosa siesta, apenas unos minutos antes de que la alarma de mi teléfono móvil realizara dicha tarea, anticipándose a su penetrante vibrar.
Aún así, desperté cansada, como de costumbre. Con la pereza propia de las largas siestas de finales de verano enredándome en la tentativa de dejar todo atrás y volver a cerrar mis parpados, apagando mi conciencia.
El calor tampoco hacía mucho a mi favor. Humedecía la piel de mi nuca y cuello, llegando a bautizar mis clavículas con pequeños ríos de sudor caliente, que se resistían, pese a todo, a motivarme para correr a la ducha y dejarme empapar por las primeras y siempre frías, gotas de agua a presión.
Un fino y esperanzado rayo de sol se colaba a través de las persianas bajadas de aquella habitación cerrada, convirtiéndose en la única iluminación entre aquellas cuatro paredes, sumidas en una profunda oscuridad que de nuevo, tan solo auguraba silencio y calma.
Así, todo a mi alrededor parecía dispuesto a acallar un entusiasmo que, aunque parecía haberse perdido en aquella tarde de profundos e ininterrumpidos sueños, estaba segura, continuaba allí, vibrando en mi pecho.
Me levanté, no sin esfuerzo, y contemplé mi reflejo en el espejo de puerta de mi armario.
Mi pelo enmarañado y las legañas de mis ojos decían poco de mis planes para aquella noche, pero eso era algo que ya había previsto. Como todo lo demás, como aquella interminable siesta que había asegurado una presencia descansada para todo lo que se venía por delante.
Tres horas más tarde volvía a encontrarme con mi reflejo en aquel espejo anclado, dentro del que hasta la fecha, había sido mi único cuarto, aunque el panorama tuviera poco que ver con el anterior.
Ahora si, estaba lista.
Ahora el cristal reflejaba una silueta de estatura media, gracias a los altos tacones de aguja fina que, en algún momento de la noche estaba segura, abandonaría por cómodas plataformas, tal y como había planeado. Melena castaña clara, cayendo sobre mis hombros en forma de hondas desordenadas a la vez que meticulosas, un vestido de satén negro, ceñido hasta la cintura, que bañaba mi piel hasta mis piernas, y carmín granate para mis labios, que por algún motivo, se sentían capaces de decir adiós por una noche a tímidos rosa pastel.
Había llegado el momento, y todo mi cuerpo lo sabía. La excitación bombeaba la sangre rápidamente por mis venas, nerviosa ante la idea de encarar aquel evento.
Enfrenté con fuerza mis propios ojos, consciente del pequeño atisbo de temor plausible que sin cesar había intentado ignorar con poco éxito, sintiendo aquella noche como el principio de algo que cambiaría toda ley de vida, cada uno de los esquemas que había formado en mi mente, cada ideal ético y moral, por ambiguo que fuera. Todo se sentía al borde de una inevitable caída hacia al abismo desconocido, y yo tan solo observaba en silencio el sentir de aquellas extrañas vibraciones, absorta en algo que, si bien acabaría consumiéndome, ansiaba locamente.
Una oscuridad que llegaría para acabar con todo a su paso, llevándome consigo, lejos de mi hogar, de mis seres queridos, de mi misma.
(Foto de Alex)
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Beautiful lies
Teen FictionPor esa parte de nosotros que anhela la oscuridad fervientemente, por esos momentos en los que la sangre hierve en nuestras venas y tan solo deseamos dar rienda suelta a nuestra furia, pese a todos y contra todo. Por esa necesidad que la invitaba a...