Capítulo 19

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Se puede oler la noche llegar, las nubes cargadas están adornando el cielo, ocho de diciembre está por terminar, me aliento a mí mismo, pero es imposible no sentir algo en el pecho que arde, quema y te sumerge en un dolor interminable.

Seis días, un año, mentiras y cosas ocultas están aterrizando sin piedad, mi problema me está costando mucho, tengo descontrol de mí mismo, pierdo mi esencia por sentirme así: débil, solo y triste. Cuando creo que tengo algo de paz, descifrar mis sentimientos junto a ella, porque sé que ella también siente lo mismo, me batea y me manda al mismo hoyo, a la misma porquería, ¿no hay otro camino?

No debería estar pensando en eso ahora mismo cuando se supone que he soltado poco de lo mucho que traigo en la espalda, voy contra mis propias reglas y le robo hasta el último gemido de placer a la honorable directora de este hospital.

Me ruega que me quede un poco más, que estemos hasta el amanecer, que lo sigamos haciendo, pero no, tengo un límite y tan pronto llega el arrepentimiento me salgo como puedo. Soy un cobarde, pero se siente delicioso descargar todo, he de admitir.

Me despido con un asentimiento del guardia al pasar de él, el aire helado me recibe y me hace querer regresar al calor de su cuerpo.

¿Por qué estoy pensando en eso?

Hago una mueca, incomodo ante la situación, el cielo está combinado, hay tonos grises. Gran nostalgia se acerca a mí, a ella le encantaba la lluvia, más pasarla conmigo, disfrutar de nuestra compañía, amor y tranquilidad, era el clima que le encantaba para hacer el amor.

¿Y a quién no le gusta este clima?

Y más pasarlo en compañía de alguien que quieres mucho.

Una sonrisa triste me abandona, ¿por qué no la puedo dejar atrás? Para que me hago tonto, siempre fueron ellas, mi ancla.

Pero ya no están.

Mi mal humor regresa.

Subo con tensión en el ambiente a la camioneta, puedo sentir los asientos fríos, meto la llave para avanzar, soy bueno manejando, hasta cierto punto me relaja, la soledad es muy tranquilizante y estresante a la vez en mi caso.

Por un momento todo el peso de lo que acabo de hacer llega de golpe, ¿qué acaba de pasar?

No hay marcha atrás.

¿Es lo que querías Frank?

Me aterra pensar que Vallolet se entere, ¿por qué? Simple, no quiero que se enoje

¡Pero si no somos nada!

Mi cabeza es un desastre al punto en el que freno de golpe, dándome cuenta de lo ocurrido miro por el retrovisor, lo bueno es que ningún auto viene detrás. Miro el volante, algo en mi transformándose, lo golpeo, el dolor en mis nudillos avecinándose, he estado golpeando muchas cosas últimamente, incluso a ese estúpido rostro del señor que se atrevió a faltar al respeto a la mujer que está en mis pensamientos, día tras día.

Miro mis manos rojas, al borde de las lágrimas, mi pecho sube y baja, ¿qué me pasa? ¿Por qué quiero llorar? Estoy tan agitado que siento el corazón en la garganta, pues claro Frank ya te dio un ataque al corazón. Mis ojos se cierran instantáneamente, cuelgo la cabeza hacia atrás recobrando un poco mis sentidos, dándome cuenta de que estoy estacionado delante del bar, aquel donde vine con Sarah, apago el motor, mi respiración vuelve a ser normal relativamente, aún siento una presión en mi pecho.

Bajo, llenando mis pulmones de aire fresco que me viene bien, me giro para enfrentar el bar y mi vista va directamente a esa terraza y está ahí, la chica que me emborracho, me uso, y me demostró una vez más que no existe la amistad.

Culpable o inocente | En curso.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora