Capítulo 19

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La historia de Hagrid

     Me encontraba fatal, pero salude a Myrtle y hablé un tanto con ella. Al parecer había un montón de niños que acudían a los diferentes baños para llorar.

     -¿Alguno tenía la mano dañada por un castigo? -le pregunté Myrthe.

     -Creo que no  -me respondió aburrida.

     -Si alguno le pasa algo de eso, dile que me busquen discretamente -le pedí-. ¿Podrás hacerlo? 

     -Claro que puedo -dijo histérica. 

     -Gracias Myrtle -y salí del baño.

     Era de noche, no siquiera había ido a cenar de lo mal que me encontraba. Miré por las ventanas de los pasillo, y vi algo que en cierto modo me alegro. La cabaña de Hagrid volvía a tener luz.

     Me dirigí a los jardines pasando completamente del toque de queda. Si alguien me decía algo se lo diría a Umbridge y que me sacara del asunto. Odiaba a esa mujer.

     No me crucé con nadie, solamente con Nick Casi Decapitado, que se paseaba flotando y tarareando distraídamente «A Weasley vamos a coronar». Cruce el vestíbulo con sigilo y salí a los silenciosos y nevados jardines. Me dio un vuelco el corazón cuando vi unos pequeños rectángulos dorados de luz y el humo que salía en espirales por la chimenea de la cabaña de Hagrid. 

     Eché a andar hacia allí a buen paso.

     -Buenas noches Lily -oí la voz de Hermione a mi lado, pero no había nadie.

     -Somos nosotros -dijo Ron.

     -Estamos con mi capa -dijo Harry-. Después nos la quitaremos.

     Bajamos por la ladera, donde la capa de nieve cada vez era más gruesa, y por fin llegamos frente a la puerta de madera de la cabaña. Harry levantó el puño y llamó tres veces, e inmediatamente se oyeron los ladridos de un perro. 

     -¡Somos nosotros, Hagrid! -susurró Harry por la cerradura. 

     -¡Debí imaginármelo! -respondió una áspera voz. Los tres amigos se destaparon la cabeza y se miraron sonrientes; la voz de Hagrid denotaba alegría-. Sólo hace tres segundos que he llegado a casa... Aparta, Fang, ¡quita de en medio, chucho! -Se oyó cómo descorría el cerrojo, la puerta se abrió con un chirrido y la cabeza de Hagrid apareció en el resquicio. Hermione no pudo contener un grito- ¡Por las barbas de Merlín, no chilles! -se apresuró a decir Hagrid, alarmado, mientras observaba por encima de las cabezas de los chicos. ¡Vamos, entrad, entrad! 

     -¡Lo siento! -se disculpó Hermione mientras los tres entraban apretujándose en la cabaña y se quitaban la capa para que Hagrid pudiera verlos-. Es que... ¡Oh, Hagrid!

     Yo entré después.

     -¡No es nada, no es nada! -exclamó él rápidamente. 

     Cerró la puerta y corrió todas las cortinas, pero Hermione seguía mirándolo horrorizada. Hagrid tenía sangre coagulada en el enmarañado pelo, y su ojo izquierdo había quedado reducido a un hinchado surco en medio de un enorme cardenal de color negro y morado. Tenía diversos cortes en la cara y en las manos, algunos de los cuales todavía sangraban, y se movía con cautela, lo que me hizo sospechar que Hagrid tenía alguna costilla rota. 

     Era evidente que acababa de llegar a casa. Había una gruesa capa negra de viaje colgada en el respaldo de una silla, y una mochila donde habrían cabido varios niños pequeños apoyada en la pared, junto a la puerta. Hagrid, que medía dos veces lo que mide un hombre normal, fue cojeando hasta la chimenea y colocó una tetera de cobre sobre el fuego. 

Lilianne y la Orden del FénixDonde viven las historias. Descúbrelo ahora