Capítulo 2

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Dudley, dementado

     Cuando volví a la guarida con el pensamiento de que los días se me iban a alargar de sobremanera, acerté. 

     Empecé una rutina por mi cuenta. Llegaba alrededor de las seis de la mañana, hora en que descubrí que Harry se levantaba para coger el profeta que le traía la lechuza a hurtadillas.

     De seis a siete y media me dedicaba a dar vueltas por el vecindario, ya siendo corriendo o caminando. No me venía mal hacer ejercicio. El resto de la mañana, me dedicaba a leer algunos encantamientos o a cuidar el jardín. Pude comprobar que, en efecto, por la repentina sequía que azotaba el país, debía tratarse con más regularidad.  

     Un silencio amodorrante se extendía sobre las grandes y cuadradas casas de Privet Drive. Los coches, normalmente relucientes, que había aparcados en las entradas de las casas estaban cubiertos de polvo. Privados de los habituales pasatiempos de lavar el coche y de cortar el césped, los habitantes de Privet Drive se habían refugiado en el fresco interior de las casas, con las ventanas abiertas de par en par, en el vano intento de atraer una inexistente brisa. 

     Los únicos que se quedaban fuera era Harry, para escapar de su familia, y yo, para que Harry no se escapara. Debía ingeniármelas para pasar horas en el jardín observando al único que se había quedado fuera tumbado boca arriba en un parterre de flores, frente al número 4.

     Era un chico delgado, con el pelo negro y con gafas, que tenía el aspecto enclenque y ligeramente enfermizo de quien ha crecido mucho en poco tiempo. Llevaba unos vaqueros rotos y sucios, una camiseta ancha y desteñida, y las suelas de sus zapatillas de deporte estaban desprendiéndose por la parte superior. 

     Por mi parte, muchas tardes visitaba a los Dursley, que parecían más que encantados por mi presencia, y parecía que Harry se alegrara internamente de que consiguiera desviar más de la mitad de los insultos hacia su persona, por lo que conseguí ganarme la confianza por las dos parte. Demasiada confianza por Dudley, si me preguntaran opinión.

     Harry solamente parecía alegrado cuando me hablaba. Una vez, le pregunté que hacía escondido detrás de la enorme mata de hortensias, y él, un poco avergonzado, contestó que escuchaba las noticias. Tal fue su sorpresa cuando no me reí de él, que me hizo una petición extraña.

     -Oye Chris -me giré para verlo entre el hueco de unos arbustos que separaban nuestros jardines-. Me podrías decir las noticias. Es que mis tíos no me dejan verlas.

     -Por supuesto -contesté confundida-. Pero... ¿no quieren que se preocupen por lo que pasa o...?

      -Nada de eso -negó divertido-. Es simplemente... bueno, en realidad es una tontería, ¿pero crees que me la podrías decir?

     -Claro, no me es un problema -le aseguré-. Aunque si prefieres verlas por ti mismo, mi tía no me niega la televisión -intenté sonar divertida.

     -Si ven que estoy demasiado contigo te vas a meter en problemas -me avisó. 

     -Tu dile que mi tía te ha pedido ayuda con los gatos y punto -le resté importancia-. Si les dices que le quieres dar las gracias por las veces que te cuidó de pequeño, puede que se lo crean.

     -¿Como sabes que ella me cuidó? -preguntó preguntó ladeando la cabeza.

     -Porque ella me lo ha dicho, tonto -reí más fuerte. 

     Harry se sonrojó violentamente.

     -Verás, no te lo tomes a mal -decía Harry-. Me caes bien. Muy bien en realidad, pero tu tía...

Lilianne y la Orden del FénixDonde viven las historias. Descúbrelo ahora