El centauro y el chivatazo.
Era la hora del desayuno, dos días después del despido de la profesora Trelawney. Los Slytherin tenían sentimientos contrapuestos. Por una parte, muchos decían que era una vergüenza que un centauro ensuciara el mis o suelo que pisábamos, pero muchos que lo decían les brillaba los ojos con ilusión. No sabían mentirse ni a ellos mismos.
Aquella mañana íbamos a tener la primera clase con Firenze.
Tenía la sospecha de que la profesora Umbridge no había hecho más que empezar a ser cruel. Intentaría vengarse de Dumbledore por haber nombrado a un nuevo profesor sin consultarlo con ella, y más aún tratándose de un semihumano.
Después de desayunar, debía elegir entre Atirmancia, Estudios Muggles o Adivinación... No pude evitar ir primero a Adivinación.
A las clases de Adivinación se impartían en el aula once. El día anterior pusieron una nota en el tablón de anuncios. El aula once estaba en la planta baja, en el pasillo que salía del vestíbulo, al otro lado del Gran Comedor.
Sabía que era una de las aulas que no se utilizaban con regularidad, y que por eso en ella reinaba cierto aspecto de descuido, como en un trastero o en un almacén. Por ese motivo, cuando entré y me encontró en medio del claro de un bosque, se quedé momentáneamente atónita.
El suelo del aula estaba cubierto de musgo y en él crecían árboles; las frondosas ramas se abrían en abanico hacia el techo y las ventanas, y la habitación estaba llena de sesgados haces de una débil luz verde salpicada de sombras. Los alumnos que ya habían llegado al aula estaban sentados en el suelo, apoyaban la espalda en los troncos de los árboles o en piedras, y se abrazaban las rodillas o tenían los brazos cruzados firmemente sobre el pecho. Todos parecían muy nerviosos. En medio del claro, donde no había árboles, estaba Firenze.
-Harry Potter -lo saludó el centauro y extendió una mano al verlo entrar.
-Ho-hola -contestó él, y le estrechó la mano al centauro, que lo miró sin parpadear con aquellos asombrosos ojos azules suyos, pero no le sonrió-. Me alegro de verte.
-Y yo a ti -repuso Firenze inclinando su rubia cabeza-. Estaba escrito que volveríamos a encontrarnos. ¡Oh Lilianne! También es un gusto verte.
-Ha pasado tiempo -asentí.
Reparé en que Firenze tenía la sombra de un cardenal con forma de herradura en el pecho. Al volverse para sentarse con el resto de los alumnos en el suelo del aula, vi que todos lo miraban sobrecogidos; al parecer, les había impresionado mucho que tuviéramos tan buenas relaciones con Firenze, ante quien se sentían profundamente intimidados.
Tan pronto como se cerró la puerta y el último estudiante se hubo sentado en un tocón junto a la papelera, Firenze hizo un amplio movimiento con un brazo abarcando la sala.
-El profesor Dumbledore ha tenido la amabilidad de arreglar este aula para nosotros imitando mi hábitat natural -les explicó Firenze cuando todos estuvieron instalados-. Yo habría preferido impartir estas clases en el Bosque Prohibido, que hasta el lunes pasado era mi hogar, pero no ha sido posible...
-Perdone..., humm..., señor -dijo Parvati entrecortadamente levantando una mano-, ¿por qué no ha sido posible? Ya hemos estado allí con Hagrid y no nos da miedo.
-No es una cuestión del valor de los alumnos, sino de mi situación. No puedo regresar al bosque. Mi manada me ha desterrado.
-¿Su manada? -se extrañó Lavender con un tono que denotaba confusión, y comprendií que se estaba imaginando un rebaño de vacas-. ¿Qué...? ¡Ah! -Entonces lo entendió-. ¿Hay más como usted? -preguntó, atónita.
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Lilianne y la Orden del Fénix
Hayran KurguQuinto año en Hogwarts, pero primero desde que Voldemort, o como yo le llamo, Tom (alias capullo) ha regreseado. Los cambios en profesorado son más notables que nunca por culpa de una de una bola rosa cara de sapo, y además me juego el pellejo...