Capítulo 23

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Mármol rojo y sangre azul

     Cuando llegué a la casa. Me fui a mi habitación. Las voces de mi cabeza aún no se habían callado, y odiaba que todo el mundo estuviera de tan buen humor.

     No tenía ni a Chris para me persiguiera por el castillo, o a Nyx para que me ayudara a esconderme de él, ni siquiera me había traído a Peque, al cual ya había desistido en la idea de devolverlo al bosque. Así que me encerré en mi habitación, con hambre y sin ganas de salir de la cama.

     No lo soportaba más, sentía un temblor en mi pecho increíble, me sentía muy mal y sola. ¿Por qué no habían enviado a mi lechuza aún? Echaba de menos sus agarres en mi hombro y a Peque buscando calor corporal para no resfriarse. Les echaba mucho de menos. Parecía un puto perrero con las orejitas gachas en busca de mimos. Y lo odiaba, odiaba encontrarme así.

     Quería ver a Chris, y quería comer tortitas de las que preparaba Leo en mis cumpleaños. Estaba muy sensible, era la primera navidad en años que la pasaba sola, y aunque no era la primera vez que me pasaba, ya me había acostumbrado a la compañía.

     Creo que lloré, pero no estoy segura. Los recuerdos del dolor de cabeza aún me apretaban el cuello como una soga. Esa sensación... el halo de la muerte acariciándome y tentándome para arroparme. Desde la visión del señor Arthur, aún estaba con esa sensación en mi cuerpo  y no podía entendía porque demonios no se iba de una vez.

     Todas esas voces en la cabeza, todos esos gritos... Y en un momento, todo se paraba. había vuelto a pasar: experimentar la muerte. Era tranquilo, calmado y proporcionaba un alivio que no tenía comparación. El halo de la muerte... tan tentador.

     Se sentía asquerosamente bien, lo odiaba. No podéis imaginar el dolor que me produjo, y después que sentía una caricia como si fuera lo más delicada del mundo, sabiendo que si te mueres, todos tus problemas desaparecerían.

     Era como si fuera la única cosa que se preocupara por ti, como si todos te maltratasen con la maldición de la vida y la propia muerte te cosiera de besos tu piel desnuda para liberarte de tal pesar.

     Lo odié, lo odié y me odié a mi misma por no odiarlo lo suficiente.

     No pude salir de la cama, no me atrevía ni siquiera a abrir los ojos y ver de verdad que no había nadie esperándome otra vez para ayudarme, darme una bofetada y decirme dejara de tonterías y me aferrara a él, que él se convertiría en la vida que me acariciaría si quería. Pero nadie nunca tendería la mano a alguien como yo.

     "Monstruo"

     Y tampoco quería que lo hicieran. ¿Acaso no había aprendido ya la lección? Todo lo que toco, todo lo hermoso y perfecto, desaparece de mi lado. Yo siempre encontraba una forma de meter la pata y enviarlo todo a la mierda. Ya fueran palabras o actos, quien no se alejaba de mi por odiarme, me lo arrebataban por quererme demasiado. Quererme de una forma que ni yo misma había logrado a entender el porque.

     Entonces, las voces de mi cabeza callaron una vez más, durante un par de segundos, y volví a sentirme aliviada.

     Me sentí sucia. ¿Por qué sonaba tan bien la idea de la muerte? 

     Me vestí a toda prisa y escribí una nota en la mesita. "He salido"

     Salí a toda rápidamente de mi habitación sin que nadie me viera y cambié de apariencia mientras cruzaba la puerta. Después corrí, lo más rápido que pude, corrí lejos hasta desaparecer de la vista de todos. Entré en una tienda, y compré todo el alcohol con el dinero muggle que me quedaba. Solo me dio para dos botellas de vodka azul, y menos mal que no tenía más, porque estaba segura que con una sobraba para tumbarme.

Lilianne y la Orden del FénixDonde viven las historias. Descúbrelo ahora