Capítulo 7

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La vista

     La enorme mazmorra en la que había entrado me resultaba espantosamente familiar. No sólo la había visto antes, sino que había estado allí. Era el lugar que había visitado dentro del pensadero de Dumbledore, donde había visto cómo sentenciaban a los Lestrange a cadena perpetua en Azkaban. Las paredes eran de piedra oscura, y las antorchas apenas las iluminaban. 

     Había gradas vacías a ambos lados, pero enfrente, en los bancos más altos, había muchas figuras entre sombras.

     Harry estaba en medio de la sala, en la silla con los reposabrazos llenos de cadenas, pero ninguna de ellas se enroscaba en sus brazos.

     Había unas cincuenta personas que, por lo que pude observar, llevaban túnicas de color morado con una ornamentada «W» de plata en el lado izquierdo del pecho; todas lo miraban fijamente, algunas con expresión muy adusta, y otras con franca curiosidad. En medio de la primera fila estaba Cornelius Fudge, el ministro de la Magia. 

     Fudge era un hombre corpulento que solía llevar un bombín de color verde lima, aunque ese día no se lo había puesto; tampoco lucía aquella sonrisa indulgente que le había dedicado a Harry cuando en una ocasión habló con él. Una bruja de mandíbula cuadrada y con el pelo gris muy corto estaba sentada a la izquierda de Fudge; llevaba un monóculo y su aspecto era verdaderamente severo. A la derecha de Fudge había otra bruja, pero estaba sentada con la espalda apoyada en el respaldo del banco, de manera que su rostro quedaba en sombras. 

     Percy, el hermano de Ron, que estaba sentado al final del banco de la primera fila. Tenía los ojos clavados en su pergamino, y una pluma preparada en la mano. 

     La vista ya había comenzado, pero solo me había perdido el principio, suspiré aliviada.

     -Vista disciplinaria del doce de agosto -comenzó Fudge con voz sonora, y Percy empezó a tomar notas de inmediato- por el delito contra el Decreto para la moderada limitación de la brujería en menores de edad y contra el Estatuto Internacional del Secreto de los Brujos, cometido por Harry James Potter, residente en el número cuatro de Privet Drive, Little Whinging, Surrey. »Interrogadores: Cornelius Oswald Fudge, ministro de la Magia; Amelia Susan Bones, jefa del Departamento de Seguridad Mágica; Dolores Jane Umbridge, subsecretaria del ministro. 

     Por el pasillo, vi a Dumbledore que iba acompañado de Arabella. Dumbledore la hizo esperar, iba con paso muy ligero. Me miró con curiosidad y levantó una ceja. 

     -Escribiente del tribunal, Percy Ignatius Weasley... 

     -Testigo de la defensa, Albus Percival Wulfric Brian Dumbledore -dijo una voz queda por detrás de Harry, quien giró la cabeza con tanta brusquedad que me imagino que se hizo daño en el cuello. 

     En ese instante Dumbledore cruzaba con aire resuelto y sereno la habitación; llevaba una larga túnica de color azul marino y la expresión de su rostro era de absoluta tranquilidad. Su barba y su melena, largas y plateadas, relucían a la luz de las antorchas; cuando llegó junto a Harry miró a Fudge a través de sus gafas de media luna, que reposaban hacia la mitad de su torcida nariz. 

     Los miembros del Wizengamot murmuraban, y todas las miradas se dirigieron hacia Dumbledore. Algunos parecían enfadados, otros un poco asustados; dos de las brujas más ancianas de la fila del fondo, sin embargo, levantaron una mano y lo saludaron.

     Tuve la impresión de que Dumbledore intentaba evitar la mirada de Harry, mientras que el otro la buscaba para poder tranquilizarse. Dumbledore tenía la vista clavada en Fudge, que no podía disimular su nerviosismo. 

Lilianne y la Orden del FénixDonde viven las historias. Descúbrelo ahora