La impotencia y la desesperación me llenaron por completo, envolviendome de rabia y frustración, llorando desconsoladamente en posición fetal, asustada de lo que ella podría causar, sin posibilidad de salir de allí, presa en una caja de cristal dentro de mi propio cuerpo, mis hermanos estaban en peligro y yo allí sin poder hacer nada, golpee el piso, una, dos, tres veces, hasta que mi mano perdió fuerza.
—¡ sacame de aquí!— grite a todo pulmón.
Ella me ignoraba, se burlaba de mi situación, aprovechando mi debilidad, mi tristeza, mi dolor, disfrutándolo, saboreando lo, llenándose de él.
— te dije que los matarás, no me hiciste caso, ella lo hará por ti — levante mi vista hacia la voz, y allí estaba Pangea de pie, con su aire de superioridad, sus ojos consumidos por la completa oscuridad como un abismo sin fondo en el cual era fácil perderse.
—¿ porque? ¿ porque la soltaste? ¿ porque me haces esto? — pregunte frustrada.
— porque ella hará lo que le pida, para conseguir lo que desea, tu, no eres lo suficientemente fuerte para ganar esta guerra— se agachó tomando mi barbilla con sus finos y largos dedos coronados con uñas como afiladas cuchillas — tu, solo eres el medio para un fin, al final, morirás.
— no, no, no, saldré de aquí, te mataré, la volveré a encerrar a ella, y no podrás detenerme— solte con desicion y rabia en su cara.
— ow!! Mi niña, ya lo hice, no saldrás de aquí, verás como ella mata a todos y cada uno de los que amas, verás la sangre correr por tus dedos y seguirás aquí, encerrada como un animal mientras la oscuridad te consume.
Solto mi quijada haciéndome voltear la cara dejando marcas de sus uñas en mis mejillas, haciéndome odiar, haciéndome enfadar, se puso de pie con una sonrisa ladina, cerrando sus ojos para luego desaparecer como el humo, sin dejar rastro, dejándome allí en el suelo sin esperanzas.
Tome mi rostro en señal de derrota, pasando la mano de mi rostro a mi cabeza y de regreso en un vago intento por espabilar y hacerme cargo de la situación, si ella llegaba hasta mis hermanos no dudaría en matarlos, en matar a quien se interponga en su camino, estaba segura de ello, porque hace años también lo había hecho.
Estaba haciendo un dibujo, en la mesa de mi habitación, era un autorretrato, había puesto un espejo pequeño frente a mi, tenía unos 12 años, mi rostro era la vida misma reflejada, felicidad, perfección, una pequeña llena de amor y una familia incondicional, amaba dibujar, hacer retratos de todos a quienes amaba haciéndolos ver como eran ante mis ojos, Amel había llegado a mi vida como un milagro, mi madre anunció que tendría un hermano, y eso me lleno de alegría y emoción, tendría un compañero de juegos, alguien a quien cuidar.
Tenia unos 2 años en ese momento, y llego a mi lado con una pequeña paleta tendiendomela mientras el tenía una en su boca, la recibí encantada, como todo niño amaba las cosas dulces, Amel alargó sus manos hacia mi, pidiendo sentarse en mi regazo a lo cual atendí rápidamente, amaba a ese enano de mejillas regordeta, el miro mi dibujo que ya estaba en sus fases finales asombrado, quizá reconociendome en el papel.
— así es, soy yo, ¿ te gusta?— le dije suavemente a un lado de su oído.
Asintió sonriendo mientras señalaba el espejo, la imagen que me devolvió fue aterradora, mis ojos estabas negros, mi piel se tornó pálida y grandes dientes comenzaron a salir, dando paso a una voz en mi cabeza.
— hola, hermanita— escuché claramente una voz suave pero burlona dentro de mi.
Amel se revolcó encima de mi buscando soltarse, no podía controlar mi cuerpo, algo me tenía paralizada en mi lugar apretando demasiado fuerte a mi hermano provocándole dolor y haciéndolo llorar.
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Los demonios de Pangea
FantasyUna mirada oscura, unos dientes afilados, y una sonrisa que denotaba maldad en un rostro de un pequeño de tan solo 3 años, la oscuridad cayendo sobre él aprovechando su debilidad e inocencia, un demonio consumiendo la luz y la energía de su alma, el...