En su departamento, Sofía estudiaba, concentrada. Ya casi era de noche, todo el jueves había estado sentada en esa silla, entre tazas vacías de café, libros y apuntes. Y en ese increíble y ansiado instante, releía las últimas frases del capítulo final, solo le quedaba repasar y afianzar algún que otro concepto.
El silencio en su departamento era casi total, salvo por el sonido de su respiración y el golpeteo de su lapicera sobre la madera de la mesa, cuando la sobresaltó el timbre de su teléfono. Lo miró, después de recuperarse del susto y aunque notó que la llamada provenía del estudio, dudó en atender, pero pensó, con una sonrisa burlona, en qué carpeta no habría encontrado el doctor esta vez y atendió con un sencillo, "Hola."
-Hola ¿Sofia?, perdón la hora –dijo la inesperada voz de Santiago. Sofia no entendía porque la llamaría él y, mucho menos, a esa hora. Era él, no su padre. Inspiró profundo, estaba algo confundida y sin mucho poder para disimularlo demasiado.
-Si Sant...digo, señor Santiago, ¿en qué puedo ayudarlo? –Se acomodó nerviosa en su silla, mientras el sonido grave de la masculina voz le producía escalofríos.
Santiago se sonrió al notar la incomodidad de Sofía, que, por otra parte, era la misma que él sentía. Nunca habían hablado por teléfono, tal vez era por eso, era la excusa que se puso a sí mismo para los nervios de ella y sumó los suyos para quedarse tranquilo.
Nunca había marcado su número, ni hubiese querido hacerlo, pero el pedido de su padre lo tomó desprevenido y, definitivamente, necesitaba oír su voz, aunque no quisiese reconocerlo. El solo escuchar ese suave "Hola" lo había hecho suspirar.
-En realidad, te llamo porque mi padre me pidió que te ofrezca ayuda, él quiere saber cómo vas con el estudio y si necesitas alguno de sus libros... o que lo llames si crees que te puede ayudar en algo. No pudo llamarte él porque lo pasó a buscar un colega y bueno...yo estaba cerca...
- ¡Qué lindo! Quiero decir, su padre obvio... -estúpida, no es necesaria la aclaración, pensó -, agradézcale de mi parte, pero no necesito nada más que tiempo y café para no dormirme. –Escuchó una risa suave y ese simple sonido le pareció maravilloso y pudo imaginar el gesto en esos labios que tanto le gustaban.
-Me imagino. Se lo diré. -Hizo una pausa, momento en que solo se escuchaban sus respiraciones, por suerte sus pensamientos o hacía ruidos. -Disculpame, ya que te tengo en el teléfono, te consulto, en mi agenda tengo anotado que venís mañana, ¿cómo es eso, si mañana es tu examen? –Su voz y el tono de la conversación eran distendidos, raramente, distendidos y amenos. Casi normales, como sería la de dos personas que se ven a diario.
-Sí, pero que quedé con su padre que iría a poner en orden las cosas que fueron quedando desde el miércoles, para no tener mucho acumulado el lunes. Como rindo temprano, cerca de mediodía estaré libre.
-Entonces recibiremos la noticia personalmente. Me refiero a la noticia de cómo te fue en el examen.
Sofia recordó que él nunca le había preguntado cómo le había ido en un examen, ni ella le había contado tampoco, era justo decirlo. En realidad, si se ponía a recordar un poco más, nunca habían tenido ninguna conversación que no sea referente al trabajo. Pero le entusiasmaba que le interese algo de ella, al hombre de hielo, o al menos, que simule el interés.
La charla no los llevaba a nada, no había una conversación interesante, tal vez sería la falta de costumbre o los pensamientos que aturdían sus mentes que no les permitía hilar alguna frase coherente. Pero ninguno quería cortar primero la communicación.
Santiago sentía el sonido de la respiración de ella detrás del tubo y se encontraba imaginándola entre sus libros, con su cabello rebelde y suelto, sus anteojos de aire intelectual que la hacían lucir tan interesante y sensual a la vez, incluso podría imaginar que tal vez estuviese en pijama.
- ¿No es muy tarde para que usted esté en el estudio? –preguntó Sofia rompiendo el incómodo silencio.
-Sí, realmente es tarde, pero tuve algunas cosas que resolver y la secretaria faltó hoy –dijo en tono chistoso y relajado, rompiendo con cualquier muro que pudiese haber entre ellos.
-Perdóneme, realmente no quise...
-Es una broma, Sofia. –No podía culparla de no entenderlo de ese modo, nunca le había mostrado demasiada simpatía, y mucho menos ese tipo de confianza, por lo que sintió la necesidad de aclararlo. -Está todo bien. Me quedé porque tenía ganas y algunas cosas pendientes.
Ella no esperaba escuchar una broma de su boca, quedó muda y desconcertada. La persona que estaba al teléfono no era el mismo Santiago que ella creía conocer y la confundía, lo notaba relajado, hasta divertido.
Otra vez el silencio incómodo entre ellos. Aunque quisiesen preguntarse, contarse y hablar de tantas cosas nada parecía oportuno y...optaron por callarse.
- Bueno...Te dejo seguir estudiando. Te deseo mucha suerte para mañana.
-Gracias. Por las dos cosas, el llamado y el deseo de suerte.
-De nada. Nos vemos mañana. Un beso -dijo Santiago, muy consciente de lo que decía, le dedicaba un beso, ese beso que tantas ganas tenía de darle, pero que sabía que nunca le daría. Ese beso que le daba en sueños y lo llenaba de su sabor, ese sabor inventado por sus fantasías, las mismas que los dejaban extenuados, sudados y desnudos, enredados entre sábanas húmedas, testigos de la pasión que ellos vivían. Claro que, solo en sueños...
Sofía cortó el teléfono, aturdida, apoyándolo en su pecho y con los ojos cerrados. Se dio cuenta de que su corazón estaba acelerado, como queriendo salirse de su lugar y sus piernas temblaban. No entendía en motivo, era la conversación más incómoda y bizarra que había tenido en toda su vida, pero la había tenido con él y la había llenado de alegría, sin saber muy bien porqué. Tal vez porque había notado que no era tan antipático, tal vez porque, por una vez, había demostrado interés en ella o tal vez, porque su voz le gustaba demasiado y lo imaginaba hablándole, desde el enorme sillón de su oficina y se dio cuenta cuanto había extrañado ver esa cara y esos ojos. Lo había extrañado.
Santiago colgó el teléfono, inquieto, seducido por la dulce voz detrás del aparato telefónico. Una vez más se veía inundado de deseo, rendido ante el poder que esa jovencita, tierna e inalcanzable tenía sobre él y, otra vez, estaba preocupado y dominado por sus pensamientos.
Llegó a su casa aun con el deseo a flor de piel, buscó a Paula con la vista y la encontró en la cocina. Se acercó a ella por detrás, ansioso, envolviéndola por la cintura, la saludó cariñosamente con un beso en el cuello y apoyando su cuerpo en el de ella, sintiendo como su creciente erección sentía cierto desahogo con ese contacto. Paula giró y le devolvió su gesto con un tierno beso en los labios, pero él quería más, necesitaba descargar su pasión contenida y bajó su mano apretándole el trasero y llevando su cuerpo más contra el de él, para rozar su necesitado sexo en el de ella, con movimientos lentos y provocadores. Buscó sus labios para besarla apasionadamente pero no los encontró. Paula se alejó abruptamente, no permitiendo que lo haga. Su mirada cambió, y la ternura del primer momento se transformó en enojo.
-No, Santiago, no soy tu recreo, ya me cansé. Soy tu esposa, necesito tu presencia, tu cariño, no solo sexo de tu parte. Llegas a cualquier hora y crees que tengo que estar dispuesta para tu satisfacción, pues no es así. Hoy no quiero. Acá tenés tu comida, te la calentás y comes solo. Como lo hice yo, hace dos horas.
Santiago quedó mudo, mientras la escuchaba irse, alejarse de él y se quedó con la mirada clavada en el lugar vacío cuando la vio desaparecer. Se sentó frustrado y perdido en sus propios pensamientos, estaba solo en la penumbra de la cocina, sabía que se merecía todo lo que su esposa le había dicho, egoístamente nunca había reparado en ella, solo pensaba en su propio deseo, su beneficio, sus ganas. Ese hombre no era él, y no con ella, su mujer. Y otra vez se sintió culpable, porque sabía que quien originada esos deseos, esas necesidades, ni siquiera era ella, él estaba así de hambriento por otra mujer, con la que no tenía, ni tendría nada, pero aun así sentía que lo provocaba y lo seducía de una manera casi irreal y, lo más patético de todo, sin saberlo.
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No me alcanzó con mirarte (Completa)
RomantikSantiago López Arregui, exitoso contador de 33 años, llevaba una vida tranquila, rutinaria y prolija, tal vez, monótona y aburrida, pero eso lo descubriría con la llegada de Sofia Quevedo, una hermosa estudiante de derecho de sólo 23 años, que tomó...